Vida Primera de San Francisco de Asís - Celano: Capitulo II


Capítulo II
Cómo Dios visitó su corazón por una enfermedad y por un sueño

3. En efecto, cuando por su fogosa juventud hervía aún en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba desvergonzadamente a satisfacer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el veneno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la venganza; mejor, la unción divina, que intenta encaminar aquellos sentimientos extraviados, inyectando angustia en su alma y malestar en su cuerpo, según el dicho profético: He aquí que yo cercaré tus caminos de zarzas y alzaré un muro (Os 2,6). Y así, quebrantado por larga enfermedad, como ha menester la humana obstinación, que difícilmente se corrige si no es por el castigo, comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de las que acostumbraba.

Y cuando, ya repuesto un tanto y apoyado en un bastón, comenzaba a caminar de acá para allá dentro de casa para recobrar fuerzas, cierto día salió fuera y se puso a contemplar con más interés la campiña que se extendía a su alrededor (9). Mas, ni la hermosura de los campos, ni la frondosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los ojos pudo en modo alguno deleitarle. Maravillábase de tan repentina mutación y juzgaba muy necios a quienes amaban tales cosas.

4. A partir de este día, comenzó a tenerse en menos a sí mismo y a mirar con cierto desprecio cuanto antes había admirado y amado. Mas no del todo ni de verdad, que todavía no estaba desligado de las ataduras de la vanidad ni había sacudido de su cerviz el yugo de la perversa esclavitud. Porque es muy costoso romper con las costumbres y nada fácil arrancar del alma lo que en ella ha prendido; aunque haya estado el espíritu alejado por mucho tiempo, torna de nuevo a sus principios, pues con frecuencia el vicio se convierte, por la repetición, en naturaleza.

Intenta todavía Francisco huir de la mano divina, y, olvidado algún tanto de la paterna corrección ante la prosperidad que le sonríe, se preocupa de las cosas del mundo, y, desconociendo los designios de Dios, se promete aún llevar a cabo las más grandes empresas por la gloria vana de este siglo. En efecto, un noble de la ciudad de Asís prepara gran aparato de armas, ya que, hinchado del viento de la vanidad, se había comprometido a marchar a la Pulla con el fin de acrecentar riquezas y honores (10). Sabedor de todo esto Francisco, que era de ánimo ligero y no poco atrevido, se pone de acuerdo con él para acompañarle; que si inferior en nobleza de sangre, le superaba en grandeza de alma, y si más corto en riquezas, era más largo en liberalidades.

5. Cuando se había entregado con la mayor ilusión a planear todo esto y ardía en deseos de emprender la marcha, Aquel que le había herido con la vara de la justicia lo visita una noche en una visión, bañándolo en las dulzuras de la gracia; y, puesto que era ávido de gloria, a la cima de la gloria lo incita y lo eleva. Le parecía tener su casa llena de armas militares: sillas, escudos, lanzas y otros pertrechos; regodeábase, y, admirado y en silencio, pensaba para sí lo que podría significar aquello. No estaba hecho a ver tales objetos en su casa, sino, más bien, pilas de paño para la venta. Y como quedara no poco sobrecogido ante el inesperado acaecer de estos hechos, se le dijo que todas aquellas armas habían de ser para él y para sus soldados. Despertándose de mañana, se levantó con ánimo alegre, e, interpretando la visión como presagio de gran prosperidad, veía seguro que su viaje a la Pulla tendría feliz resultado.

Mas no sabía lo que decía, ni conocía de momento el don que se le había dado de lo alto. Con todo, podía sospechar que la interpretación que daba a la visión no era verdadera, pues si bien pudiera sugerir que se trataba de una hazaña, su ánimo no encontraba en ello la acostumbrada alegría. Es más, tenía que hacerse cierta violencia para realizar sus proyectos y llevar a buen término el viaje por el que había suspirado. Muy hermosamente se habla aquí por primera vez de las armas y muy oportunamente se hace entrega de ellas al caballero que va a combatir contra el fuerte armado, para que, cual otro David, en el nombre del Señor, Dios de los ejércitos, libere a Israel del inveterado oprobio de los enemigos.

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