Vida Primera de San Francisco de Asís - Celano: Capítulo III


Capítulo III
Cómo, cambiado en el interior, mas no en el exterior,
habla alegóricamente del hallazgo de un tesoro y de una esposa

6. Cambiado ya, pero sólo en el interior y no externamente, renuncia a marchar a la Pulla y se aplica a plegar su voluntad a la divina (11). Y así, retirándose un poco del barullo del mundo y del negocio, procura guardar en lo íntimo de su ser a Jesucristo. Cual prudente comerciante, oculta a los ojos de los ilusos la perla hallada y con toda cautela se esfuerza en adquirirla vendiéndolo todo.

Tenía a la sazón en la ciudad de Asís un compañero, amado con predilección entre todos (12); como ambos eran de la misma edad y una asidua relación de mutuo afecto le hubiera dado ánimo para confiarle sus intimidades, le conducía con frecuencia a lugares apartados y a propósito para tomar determinaciones y le aseguraba que había encontrado un grande y precioso tesoro. Gozábase este su compañero, y, picado de curiosidad por lo oído, salía gustoso con él cuantas veces era invitado.

Había cerca de la ciudad una gruta, a la que se llegaban muchas veces, platicando mutuamente sobre el tesoro. Entraba en ella el varón de Dios, santo ya por su santa resolución, mientras su compañero le aguardaba fuera. Lleno de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo íntimo a su Padre. Tenía sumo interés en que nadie supiera lo que sucedía dentro (13), y, ocultando sabiamente lo que con ocasión de algo bueno le acaecía de mejor, sólo con su Dios deliberaba sobre sus santas determinaciones. Con la mayor devoción oraba para que Dios, eterno y verdadero, le dirigiese en sus pasos y le enseñase a poner en práctica su voluntad. Sostenía en su alma tremenda lucha, y, mientras no llevaba a la práctica lo que había concebido en su corazón, no hallaba descanso; uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos, y con tal insistencia que lo conturbaban duramente. Se abrasaba de fuego divino en su interior y no podía ocultar al exterior el ardor de su espíritu. Dolíase de haber pecado tan gravemente y de haber ofendido los ojos de la divina Majestad; no le deleitaban ya los pecados pasados ni los presentes; mas no había recibido todavía la plena seguridad de verse libre de los futuros. He aquí por qué cuando salía fuera, donde su compañero, se encontraba tan agotado por el esfuerzo, que uno era el que entraba y parecía otro el que salía.

7. Cierto día en que había invocado la misericordia del Señor hasta la hartura, el Señor le mostró cómo había de comportarse (14). Y tal fue el gozo que sintió desde este instante, que, no cabiendo dentro de sí de tanta alegría, aun sin quererlo, tenía que decir algo al oído de los hombres. Mas, si bien, por el ímpetu del amor que le consumía, no podía callar, con todo, hablaba con mucha cautela y enigmáticamente. Como lo hacía con su amigo predilecto, según se ha dicho, acerca del tesoro escondido, así también trataba de hablar en figuras con los demás; aseguraba que no quería marchar a la Pulla y prometía llevar a cabo nobles y grandes gestas en su propia patria.

Quienes le oían pensaban que trataba de tomar esposa, y por eso le preguntaban: «¿Pretendes casarte, Francisco?» A lo que él respondía: «Me desposaré con una mujer la más noble y bella que jamás hayáis visto, y que superará a todas por su estampa y que entre todas descollará por su sabiduría». En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la verdadera Religión que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos, que tan esforzadamente él buscó; porque era preciso que la vocación evangélica se cumpliese plenamente en quien iba a ser ministro del Evangelio en la fe y en la verdad.

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