Pastoral de la masturbación


Ante el tema de la masturbación, como sacerdote católico y confesor intento actuar así: Cada día estoy más convencido de que quien intenta ser puro, normalmente no lo conseguirá, mientras que quien intenta ser generoso y entregarse a los demás, de rebote será también puro, especialmente si cumple el mandamiento de S. Pablo: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4,4). A la persona que vive con alegría le cuesta mucho menos que a quien está triste, aburrido o enfadado no sólo hacer el bien, sino evitar o superar las tentaciones. Por ello al joven que se confiesa de este pecado (el hecho que se confiese, sobre todo si no hace excesivo tiempo, supone en él deseos de vivir una vida cristiana) le pregunto, como dije en el artículo anterior, si se esfuerza en vivir con generosidad (es decir, que se examine sobre todo qué hace por los otros, si procura ayudarles compartiendo sus momentos buenos y si no intenta amargar la existencia de nadie), sobre su vida deportiva (los deportes, la gimnasia y el ejercicio físico sirven para quemar energías y desarrollar bien el cuerpo, aparte de ser un excelente entretenimiento. De paso insistir en la higiene y en el desarrollo del espíritu deportivo, con lo que conlleva de apertura a los demás. Evitar también la ociosidad), y ya en el plano espiritual recordarle la oración y en especial la comunión. Es muy conveniente la confesión relativa, pero no excesivamente, frecuente y el luchar contra la tentación Estos remedios espirituales y humanos pueden suponer a veces avances espectaculares en la lucha contra este problema, pero aunque no suceda así, pues tampoco hay que exagerar su eficacia, sobre todo cuando las causas son otras motivaciones diferentes de la propia responsabilidad, indican o deben indicar al sujeto que por su parte hay ciertamente buena voluntad.


Hay que animar a los jóvenes a no descorazonarse ante sus repetidas caídas, como si la masturbación fuese incompatible con una vida cristiana. Hay que decirles que a veces para ver una reducción en el número de masturbaciones, hay que esperar a menudo meses o años, pues se trata con frecuencia de una afectividad no bien integrada. Hagámosle ver que lo que Dios espera de él no es tanto su triunfo sino su lucha y que la propia Iglesia nos pide tengamos en cuenta, en los casos concretos, el comportamiento total de las personas, aunque por supuesto haya que incluir en este comportamiento total cristiano el esfuerzo por mantener la castidad.


Por tanto, a un joven que no luche ni tenga voluntad de mejorar no le debemos permitir el acceso a la comunión sin confesión tras su caída, especialmente si se abandona, aunque si se nos confiesa de esto hay que suponer que tiene buena voluntad. Igualmente debemos mostrar a los jóvenes que el pecado venial es una cosa seria, que toda la vida es un proceso de crecimiento y que el pecado mortal llega un día si el hombre no avanza hacia Cristo, porque puede depender en muchos casos de costumbres de pereza espiritual.


La masturbación desparecerá gradualmente a medida que el joven se vaya abriendo a los valores positivos de la vida. En resumen, hay que recomendar a los jóvenes, si quieren ser limpios o puros de corazón, que sobre todo sean generosos, pues la castidad es una forma de preservar tu alma, tu corazón y tu cuerpo, para entregárselo totalmente a la persona con la que Dios te llama a compartir tu vida. La castidad supone optimizar la capacidad de amar. A quien busca ante todo el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se le dará por añadidura (cf. Mt 6,33).


Es desde luego muy conveniente una dirección espiritual que ha de insistir en que la masturbación tiene salida, aunque lenta. Las confesiones esporádicas, sobre todo si recorres todos los curas de la ciudad, no sirven de mucho, por no poder profundizar plenamente en el fenómeno. Muchas veces lo único que se busca en la confesión es una especie de tranquilidad y paz, una descarga psicológica del conflicto que se padece. Pero de todos modos no es solución eficaz, porque no puede quitar el malestar psicológico, que es distinto del religioso. Por ello hay que procurar que quien está bajo este problema se esfuerce tanto en el crecimiento religioso como en la madurez humana. Y por supuesto hay que tener con él una actitud de escucha, diálogo y apoyo.


Hay que ayudar al joven a sublimar su energía sexual, poniéndola al servicio de formas de expresión que además de ser valiosas, le sirven para aliviar su tensión instintiva. Muchas ocupaciones realizadas por los adolescentes, deportivas, literarias, pictóricas y sobre todo apostólicas o sociales, pueden tener carácter sustitutivo.


Lo que acabamos de decir no vale únicamente para los muchachos, sino para todas las edades de la vida y por supuesto también para las personas casadas. En cuanto al otro sexo, también hay muchachas que, tarde o temprano, practican la satisfacción solitaria; pero en ellas es menos directa la relación entre el placer solitario y el desarrollo corporal. Por eso hay muchísimas más chicas que chicos que no sienten nunca o siente solo vagamente sensaciones sexuales de tipo corporal y no practican la masturbación. Ni las que conocen estas sensaciones ni las que las ignoran son anormales; unas y otras pueden llegar a una madurez femenina espiritualmente sana y de sensaciones corporales normales.


P. Pedro Trevijano, sacerdote



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