Los milagros de San Francisco de Asís: Mujeres salvadas en su alumbramiento



1. Había en Eslavonia una condesa que, tan ilustre por su nobleza como eminente por su virtud, se distinguía por su férvida devoción a San Francisco y por su piadosa solicitud por los hermanos.

Presa de acerbos dolores en la hora de su alumbramiento, hasta tal punto estaba agobiada por la angustia, que el inminente nacimiento de la prole hacía temer la muerte de la madre. No parecía que pudiera alumbrar la prole a la vida sin perder ella misma la suya. El esfuerzo del alumbramiento, más que a dar a luz parecía conducirle a morir.

Recordó entonces la fama, el poder y la gloria de San Francisco, y con ello se excitó su fe y se encendió su devoción. Se volvió al que es auxilio eficaz, amigo fiel, consuelo de sus devotos, refugio de los afligidos, y dijo: «San Francisco, todos mis huesos imploran tu misericordia y prometo en el corazón lo que no puedo explicar». ¡Admirable presteza de la misericordia! El fin de la plegaria fue el fin de los dolores, el término de la gestación y el principio del alumbramiento. Al punto, cesando toda angustia, dio a luz felizmente.

No se olvidó de su voto ni soslayó el cumplimiento de su compromiso. Hizo construir una preciosa iglesia, y, una vez construida, la encomendó a los hermanos para honor del Santo.

2. Había en las cercanías de Roma, una mujer llamada Beatriz que, próxima al alumbramiento y llevando en su seno el feto muerto hacía cuatro días, era atormentada por terribles angustias y dolores mortales. El feto muerto arrastraba a la muerte la madre, y antes de que saliera a la luz originaba un peligro evidente a la que le había engendrado.

Probaba la ayuda de los médicos, pero los esfuerzos humanos resultaban inútiles. Así, la primera maldición recaía sobre la pobre con mayor dureza, porque convertida en sepulcro del fruto de sus entrañas, ella misma pronto, sin remedio, sería devorada por el sepulcro.

Por último, confiándose, mediante intermediarios, con profunda devoción a los hermanos menores, humildemente y llena de fe pidió una reliquia de San Francisco. Sucedió que por voluntad divina se halló un pedacito de cuerda con la que el Santo alguna vez se había ceñido.

Apenas fue puesta la cuerda sobre la doliente, con sorprendente facilidad desapareció el dolor, y, expulsado el feto muerto, causa de muerte, quedó perfectamente restablecida en su salud.

3. La mujer de un noble varón de Calvi, llamada Juliana, durante años tenía el alma sumida en lúgubre tristeza a causa de la muerte de sus hijos, y continuamente estaba lamentando estos desventurados hechos; todos los hijos que sufridamente había llevado en sus entrañas, al poco tiempo, con dolor más agudo, los había tenido que entregar a la sepultura. Como llegase ahora en el seno un nuevo fruto de cuatro meses y viviese más preocupada de la muerte de la nueva prole que de su nacimiento a causa del historial pasado, confiadamente rogaba al padre San Francisco por la vida del nuevo fruto de sus entrañas que no había nacido todavía.

Y he aquí que una noche se le apareció en sueños una mujer que llevaba en sus brazos un hermoso niño y se lo ofreció con extrema alegría. Recusando ella recibirlo, porque temía que pronto lo había de perder, aquella mujer le dijo: «Recíbelo sin temor; el santo Francisco, compadecido de tu tristeza, te envía este niño, que vivirá y gozará de excelente salud».

Despertando al punto la mujer, comprendió por la visión celestial contemplada que le asistía el apoyo del bienaventurado Francisco. Desde aquel momento, llena de más intensa alegría, multiplicó sus plegarias y promesas para recibir la prole prometida. Por fin llegó el tiempo de dar a luz, y alumbró un niño varón, que, al crecer lleno de vigor juvenil, como si por méritos de San Francisco estuviera recibiendo el aliento de la vida, resultaba para sus padres estímulo para una devoción más viva a Cristo y al Santo.

Algo semejante realizó el bienaventurado Padre en la ciudad de Tívoli. Una mujer que había tenido numerosas hijas ardía en deseos de un niño varón. Acudió a San Francisco, redoblando sus plegarias y promesas. Por los méritos del Santo concibió la mujer y dio a luz no ya el niño varón que había pedido, sino dos niños gemelos.

4. Había en Viterbo una mujer que, próxima a dar a luz, parecía estar más próxima a la muerte. Estaba torturada por los dolores que sufría en sus entrañas y toda atormentada por las calamidades inherentes a la condición femenina.

Agotadas las fuerzas de la naturaleza y comprobada la inutilidad de la pericia médica, invocó el nombre de San Francisco, y en un momento, liberada de sus angustias, llevó a feliz término su alumbramiento.

Pero después de conseguir lo que deseaba, se olvidó del beneficio que había recibido, y, no rindiendo al Santo el debido honor, se dedicó a trabajos serviles el día de su fiesta.

De pronto, al extender para el trabajo su brazo derecho, quedó éste seco y sin movimiento. Al intentar atraerlo hacia sí con el izquierdo, también éste, con igual castigo, quedó paralizado.

Sobrecogida la mujer por el temor divino, renovó la promesa que había hecho, y por los méritos del misericordioso y humilde santo, a quien se ofreció de nuevo en devoto servicio, mereció recuperar el uso de los miembros que por su ingratitud y desprecio había perdido.

5. Una mujer de la región de Arezzo se debatía durante siete días en los peligrosos dolores del parto. Ya su cuerpo había tomado un color oscuro y su situación parecía desesperada para todos.

En esta situación hizo un voto al Santo, y, en trance de muerte, se puso a invocar su auxilio. Emitido el voto, se durmió en seguida, y vio en sueños que San Francisco le hablaba dulcemente y le preguntaba si reconocía su rostro y si sabía recitar aquella antífona: Salve, reina de misericordia, en honor de la Virgen gloriosa. Al contestar ella que reconocía el rostro y se sabía la antífona, le dijo el Santo: «Comienza a recitar la sagrada antífona, y antes de acabarla darás felizmente a luz».

A estas palabras despertó la mujer, y con temor comenzó a decir: «Salve, reina de misericordia». Cuando llegó a la invocación de «esos tus ojos misericordiosos» y recordó el fruto del seno virginal, al instante fue liberada de sus angustias y dio a luz un precioso niño, dando gracias a la Reina de la misericordia, que por los méritos del bienaventurado Francisco se había dignado compadecerse de ella.
8:48:00 p.m. 1 comentarios

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pido la intercesion de san francisco, para la sanación de Mauricion Santillana, que tiene cancer en los 2 pulmones¡¡¡

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