Su perfecta alegría


Esta alegría tiene también un doble aspecto, de naturaleza y de gracia. San Francisco, poeta y hombre de acción, tenía en sí dos manantiales de gozo: sabía ver la belleza y gozarla, sabía obrar y olvidar. Por eso le atraen y se crean las criaturas grandes y las pequeñas, como estupendas manifestaciones de vida en las que siente la bondad de Dios: el halcón le despierta, la cigarra le responde, las alondras le dan la bienvenida, las tórtolas y los gorriones de regocijan.

Para él alienta y se viste de verdor la tierra, y el sol y las estrellas, el fuego y el agua, las nubes y el viento son motivos de meditación y de canto no menos que las virtudes que su mirada fraterna descubre en el corazón de los hombres.

Mas no es el hombre que hace pie absorto en la contemplación; aquel mismo genio de amor que le revela la profunda armonía de la vida, le impulsa a confortar, ayudar, a dar y sobre todo a hablar de que Dios es Creador y Padre de todas las criaturas, y a querer que sea conocido y amado.

San Francisco no interpone titubeos entre el pensamiento y la acción; en cuanto el amor le inspira pone todo el alma, alejando de sí todo resto de lo pasado, como depuso sus vestidos a los pies de su padre, como arrojó el báculo en la Porciúncula. Tampoco le preocupa el porvenir, porque nada espera ni quiere nada del mundo y de los hombres; pobre de todo, se arroja en los brazos de Dios con tal abandono, que hasta el echar a remojo los garbanzos para el día venidero le parecefalta de confianza. Cortados los innumerables tentáculos que amarran el corazón a lo pasado ya lo por venir, San Francisco navega en un océano de serenidad.

Con todo, sufre y quiere sufrir. Sufre a causa de su misma fibra delicadísima, extenuada por la penitencia; sufre a causa de su natural intuitivo, de su sensibilidad cruelmente herida por la incomprensión de muchos de los suyos, de las ofensas irrogadas a la pobreza a sus propios ojos; los últimos dos años son un martirio en la carne y del alma; impresos los estigmas, San Francisco es el hombre del dolor; más ama el parecer, porque adora al Crucificado.

El diálogo de la perfecta alegría enuncia un principio fundamental del cristianismo: nuestra vida en Jesús y la de Jesús en nosotros, el amor y la gloria de la Cruz; pero lo enuncia en una forma nueva, concreta, inimitable, con un ejemplo personal aplicado a los sentimientos más vivos, imaginado en las circunstancias más duras, como el desprecio hasta la persecución de los amigos, y aún de los inferiores, unido a la miseria más escuálida. Vencerse a sí mismo en prueba semejante es para San Francisco el mayor don de Dios; pero vencerse hasta gozar de que el magulla miento físico y moral, y gozar del por amor de Jesús crucificado, el don tan grande que da perfecta alegría.

Así llama San Francisco, con expresión ya inmortal, al padecimiento "saboreado" por amor de Dios. Su diálogo con fray León, así como logró disminuir en el corazón del discípulo el horror de la noche invernal y abreviar el largo camino de Perusa a la Porciúncula, así lanza en los siglos un haz de luz sobre los padecimientos de los hombres, y a los afligidos recuerda que existe un sólo remedio al dolor: amar lo por amor de aquel que vendía.
11:41:00 p.m.

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