Articulo : LA HUMILDAD, VIRTUD ESENCIAL


“Anduvo por el mundo haciendo el bien”. ¿Acaso no es un recuerdo que uno anhelaría hacer perdurar? O más bien, fue quizá ingenioso, rico o poderoso; pero distante, indiferente, egoísta y duro de corazón.


Para practicar el bien es necesario ser humilde. De lo contrario prima la presunción y la arrogancia. La sobreestimación impide al soberbio conocer sus propios valores y las necesidades del prójimo. Por eso se le hace tan difícil realizar el bien. La vida se convierte en una perenne disputa por la autoafirmación egoísta.


De allí que la humildad sea una virtud a cultivar. Ella toma la medida del verdadero valor de Dios y del hombre. La humildad deriva de la templanza, permitiendo un mejor conocimiento de uno mismo, de las propias virtudes y limitaciones. También sensibiliza a la persona sobre su propia realidad, y a la necesidad que tiene de Dios y del prójimo.


Por esa razón Santa Teresa de Jesús se refería a la humildad como “andar en verdad”, actitud necesaria para conocerse a sí mismo (Santa Teresa de Jesús, Las Moradas, 6, 10, 8). De allí que el edificio entero de la vida espiritual se apoye sobre la humildad, porque permite alejarse de las falsedades, particularmente de la llamada “escotosis”, que es la mentira existencial.


Bienaventurados los humildes: la Sagrada Escritura


Los Profetas enaltecen a los humildes, a los anawim . Hasta aquellas enseñanzas, la pobreza era mirada con desprecio por los ricos y poderosos de Israel. El desposeído era considerado un perezoso, un desfavorecido de Yahvé. Pero las perspectivas cambian; los Profetas ensalzan a los anawim , refiriéndose a ellos como los pobres de Yahvé, protegidos de Dios.


El Evangelio, la Buena Nueva de Jesucristo, aporta una antropología que destaca la magnanimidad oblativa, la otra cara de la humildad. Si bien los antiguos sabios apreciaban su valor, ella estaba reservada para los virtuosos. Con el Cristianismo la humildad se constituye en una condición para seguir a Jesús, para conformarse con Él.


El Señor es el santo entre los santos. Su vida señala la senda del humilde. Jesús es el “anaw”, pobre y sencillo; es “manso y humilde de corazón” (prays kai tapeinos, Mt. 11,29). Siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9). Siendo divino, se hizo humano, aceptando la humillación de la muerte y muerte de cruz (Flp 2,6-11).


Jesucristo fue enviado para evangelizar a los pobres (ptojoi) y a los humildes (Lc 4,18). Él mismo ve en ello un signo de su condición mesiánica (Lc 7,22; Mt 11,5). De hecho el Señor Jesús fue acogido principalmente por los sencillos; en tanto que los presumidos y poderosos lo rechazan, conduciéndole eventualmente a la muerte (ver Ver Lc 10,21; Jn 7,48-49; 1 Cor 1,26-28.


El Señor proclama bienaventurados a los pobres de espíritu, a los mansos, es decir, a los “anawim”, a los pobres de Yahvé (Mt 5,3-4; Lc 6,20). Con unas u otras expresiones anuncia continuamente la ley primaria de la humildad. El Reino de los Cielos es de los que se hacen como niños. Pertenece a los que se dejan enseñar y conducir por Dios, porque no se apoyan en sí mismos, sino en la sabiduría y la fuerza del Salvador (Ver Mt 18,1-4; 19,14; Lc 18,17).


La escuela de Jesús está en su hogar, junto a José y María. La humildad de la Madre del Señor está modelada en su Hijo, Jesucristo, de quien es la primera discípula. Jesús y María atribuyen todos los bienes al amor del Padre. María es “paradigma de humildad”. Su sencillez se deja contemplar especialmente en el Magníficat: “Dios ha puesto los ojos en la humildad de su sierva” (Lc 1, 48).


San Pablo se refiere ampliamente a la humildad como virtud a obtener y engrandecer. Particularmente les dice a los romanos: “Atraídos más bien por lo humilde, no os complazcáis en vuestra propia sabiduría” (Rm 12, 16). Sería un grave error ignorar la acción de la gracia de Dios cuando se combate para crecer espiritualmente. Que acertado es aquel que, como parafraseaba el Apóstol de Gentes, podía decir: “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo. Antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co 15, 10).


Los Padres de la Iglesia y los Maestros Espirituales


La Patrística presenta unánimemente a Jesús cómo el paradigma de humildad. Por eso nombran a esta virtud “imitadora de Cristo”, quien, por una parte es Hijo unigénito del Padre que está en los cielos, heredero del universo, y, por otra, se ha humillado hasta la muerte de Cruz (Ver Flp 2,8).


Por eso el cristiano debe reconocer su grandeza como hijo adoptivo de Dios. “El hombre es una gran cosa”, exclama San Basilio. La persona recibe su grandeza de Dios: “¿Hay algún otro habitante de la tierra que haya sido hecho a imagen del Creador? (…) Tú has recibido un alma inteligente” (San Basileo, La virtud de la humildad, en Cartas elegidas de San Basilio el Grande, trad. de S. Fedyniak, Nueva York, 1964).


Evagrio Póntico recordaba el papel esencial de la humildad, advirtiendo en su “De Humilitate” el peligro que entraña una ascesis carente de humildad. “La justicia de los hombres no reside en las grandes obras, sino en una gran humildad”.


Evagrio acudía a una antigua enseñanza del monacato del desierto: la humildad une la debilidad del hombre con el poder de la gracia divina. “No es de la acción que nace la humildad, sino de la humildad es que surge la acción. Si el hombre no comienza por humillarse, no podrá practicar la ascesis; pero si se humilla, no podrá ser dominado por el orgullo”.


Mientras que Doroteo de Gaza prescribía la humildad para hallar sosiego en el alma: “Comprendan que en ella se encuentra toda la alegría, toda la gloria y todo el reposo” (Doroteo de Gaza, Instrucciones Diversas a los Discípulos, 1, 8).


Razón tenía Leonhard Gilen cuando destacaba a la humildad como “una valoración real de sí mismo, que tiene en cuenta toda la verdad; entra también el que el hombre reconozca los aspectos positivos de su realidad personal, de la dignidad de hombre y de cristiano, de sus cualidades y logros” (Leohard Gilen, Amor Propio y Humildad. Aproximación psicológica a la personalidad religiosa, Editorial Herder, Barcelona 1980, pp. 100-101).









Tags Publicación 2014-01-13

7:14:00 a.m.

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