Acciones para comunicar la razón del dogma (y VI)

30/06/2015 - Opinión

Acciones para comunicar la razón del dogma (y VI)

Necesitamos la implicación activa de cada creyente en Jesucristo, pero no haciendo y diciendo las tonterías que le pasen por la cabeza cuando pretende hacer un cristianismo a su medida, sino implicándose con fidelidad al Evangelio

Jordi-Maria d'Arquer

El principal instrumento para comunicar los preceptos, los dogmas y la vida que brota del Evangelio es el testimonio de cada cristiano en su lugar, en su ambiente y en la calle, ayudado de sus dones, su personalidad y de la comunidad de creyentes. Los trabajadores en su trabajo, las familias en su familia, los religiosos en sus comunidades y con la cantidad de personas que se les acercan, los famosos con su fama, los autoproclamados “ateos católicos” con su peculiar visión... Para eso y sea como sea, hoy como siempre, necesitamos la implicación activa de cada creyente en Jesucristo, pero no haciendo y diciendo las tonterías que le pasen por la cabeza cuando pretende hacer un cristianismo a su medida, sino implicándose con fidelidad al Evangelio. Nada puede más que una vida sin tacha.

 

En este sentido, un punto ineludible de todo plan de acción debe comprender la formación continuada -de seguimiento y acompañamiento- de los cristianos practicantes y fieles; eso es, de los sacerdotes, los religiosos y religiosas y los laicos y laicas, en todas las materias que están poniendo a prueba la credibilidad de la Buena Nueva en el mundo globalizado y en el local. Debe ser un plan de acción promovido desde Roma y desde las iglesias particulares, hasta las parroquias, movimientos, grupos y asociaciones de fieles. Para y con todos ellos habría que trazar un plan de comunicación general y uno por cada grupo, pero también convendría llegar a personalizar el plan para incrustarlo en cada fiel e impulsarlo con entusiasmo y conocimiento de causa. Y todo haciéndolo con el convencimiento de que las sociedades de hoy no es que sientan, normalmente, un rechazo por la persona y el mensaje de Jesucristo, sino de los cristianos en particular y en general. Y eso es así porque no somos auténticamente cristianos, y por ello no ejemplares. Conseguirlo ya se ve que es el empeño del Papa Francisco, que pretende no la revolución –aunque esté siéndolo a fuerza del cambio de estilo-, sino ir al centro del centro para centrar el catolicismo, y con él el cristianismo, en un fuerte sentido ecuménico y de diálogo interreligioso. Todo eso no se conseguirá nunca sólo con grandes manifestaciones y proclamas (que también), sino con el ejemplo de una vida santa latiendo entre vidas santas y no santas, muchas vidas santas luchando unidas con un mismo mensaje y el mismo objetivo de extender el Evangelio, con oración y acción, fe y razón. ¡Así sí que conseguiríamos cambiar el mundo!

 

[Para este artículo debo reconocimiento a M. Kugler y F. J. Contreras (Eds.) ¿Democracia sin religión? Ed. Stella Maris. Barcelona, 2014. En especial, la ponencia “Entender la crisis de secularización del cristianismo” (M. Prüller). Me ha dado muchas ideas, generado otras y despertado algunas que había pensado u oído]

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