Primer Encuentro Nacional de Movimientos Catolicos: Introducción a una Espiritualidad de Comunión


Introducción a una Espiritualidad de Comunión (*)

Existe un nuevo empuje en la Iglesia, está emergiendo una espiritualidad de comunión. La  “espiritualidad” es una forma concreta de llevar adelante o de vivir en la Iglesia la revelación del Evangelio de Jesucristo. El Evangelio ha inspirado espiritualidades de gran profundidad y ha generado frutos duraderos como las de Benito, Domingo, Francisco de Asís, Ignacio, Teresa de Ávila y Vicente de Paul, para nombrar sólo algunos. Estas espiritualidades han tenido y siguen teniendo impacto en la vida de toda la Iglesia ya que fluyen como corrientes de agua viva de la misma fuente del Evangelio. Lo que falta de manera evidente, es una “espiritualidad de comunión” o de unidad.
¿Qué es exactamente una “espiritualidad de comunión”?

Una persona contemporánea, autorizada en este campo, responde en estos términos: “En la historia de la espiritualidad cristiana se afirma: “Cristo está en mí, Él vive en mí”, y es la perspectiva de la espiritualidad individual, vida en Cristo; o bien se afirma: “Cristo está presente en los hermanos”, y esto desarrolla la perspectiva de la caridad, de las obras de la caridad. Pero en general falta descubrir que si Cristo está en mí y en el otro, entonces Cristo en mí ama a Cristo que está en ti y viceversa… y se verifica el dar y el recibir”.1  En  una espiritualidad de comunión, uno va hacia el cielo no sólo con los otros, sino también a través de y en los otros. Si Dios viene a la tierra a través de su Hijo hecho hombre, entonces nosotros debemos ir al cielo a través de Jesús presente en cada hermana y hermano por los que Él murió (1 Cor 8,11).

La mencionada ausencia es extraña por varias razones. Primero, el evangelio de San Juan, la cima entre los testigos de la revelación en el Nuevo Testamento, está enfocado sobre el mandamiento que inspira la comunión a través del amor mutuo (Jn 13.034-35 y 15,12). A este mandamiento Jesús lo llama ‘nuevo’ y ‘suyo’. Es ‘nuevo’ en cuanto que es expresión de la ‘nueva creación’ (2 Cor 5,17; Gal 6,15), la “novedad total que trajo Jesús trayendo a aquél que estaba anunciado” 2.

Es ‘suyo’ en cuanto es esencial a la misión encomendada por el Padre (Jn 10,1). De él Jesús dice algo que no está dicho en toda la Escritura: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,35). No sólo esto, sino que en la cumbre de su discurso en Juan, en la última cena, Jesús hace de su mandamiento una oración: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”. (Jn 17,21)

Tal ausencia también es extraña por otra razón. Junto al misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor, la Trinidad es el primer misterio de fe. La Trinidad que es un misterio de comunión, comunión entre Personas eternas en una sola divinidad. “Uno de los Tres” vino a la tierra y se hizo carne de nuestra carne y hueso de nuestros huesos. Vino como un Divino Inmigrante para traer la vida de su patria trinitaria a la historia. “Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes” (Jn 14,20). La noche antes de la pasión Él oró: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú (Padre) me enviaste” (Jn. 17,21). Normalmente somos nosotros los que rezamos al Padre, pero aquí es el Hijo hecho carne quien reza al Padre. En Él somos Una Persona (Gal 3,28) para que, como nos recuerda San Agustín, “Si ves el amor, ves la Trinidad”. 3

Los efectos de la falta de una robusta espiritualidad de comunión o de la unidad han sido enormes. Immanuel Kant escribió en el siglo XVIII: “(…) la Trinidad no tiene relevancia en la vida práctica” 4.

En tiempos más recientes, algunos teólogos han dicho que si esa gran doctrina se extirpara del Credo, no provocaría muchas diferencias en la vida espiritual de los cristianos 5.

El misterio de la Santísima Trinidad ha sido convertido en individual y privado, que se descubre en la vida de cada creyente, ¡mi camino al Padre! Este proceso ha hecho preguntarse a un teólogo italiano si el Dios de los cristianos es realmente cristiano 6.

 La más social de todas las revelaciones tiene la más individual de las espiritualidades.

Otra consecuencia dañina de no tener una espiritualidad comunitaria y trinitaria fue la creciente tensión entre los ámbitos de la religión y de la vida cotidiana. La fe y la espiritualidad consistían en zambullirse en el misterio de la Trinidad situada en uno mismo. Sin embargo, la realidad de nuestra vida concreta en el mundo incluye la vida con los otros. Incluye los ámbitos de la educación y aprendizaje, trabajo e industria, medicina y política, negocios y comunicación; en una palabra, todo lo que constituye gran parte de nuestra vida humana. Estos dos bloques poco a poco se fueron separando y se alejaron el uno del otro. El Papa Pablo VI, en 1975, escribió sobre esta separación: “… la separación entre fe y cultura es el drama más grande de nuestro tiempo” 7.

El Señor, sin embargo, es el Señor de la historia. En la Encarnación hace del tiempo una dimensión de la divinidad. Él prometió que estaría con su Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mt 28,28; Mc 16,16). “Quien dice esto, expresa la decisión final de Dios, en cuanto Él mismo es esa decisión: una decisión definitiva transmitida a toda la historia, nunca superada. Es una presencia que acompaña a la Iglesia no sólo desde arriba, como si fuera desde un mundo sin tiempo, sino que se sumerge eucarísticamente en cada momento del tiempo” 8.

Este “acompañamiento eucarístico” es quizá el secreto de la juventud de la Iglesia para la cual ella recuerda el amor de su juventud cuando el Cristo pascual la hizo su esposa.

Ese recuerdo, sin embargo, debe inspirar a la Iglesia del tercer milenio a aventurarse en “hacer algo nuevo” (Is 43,19) tomado de entre las insondables riquezas de Cristo (Ef 3,8). Es posible diseñar esa aventura, como lo emprendió el Concilio Vaticano II. Siguiendo las renovaciones bíblicas, litúrgicas, patrísticas y teológicas de la primera mitad del siglo pasado, el Concilio abrió nuevas pistas de entendimiento. Basándose en los Padres (de la Iglesia), definió a la Iglesia como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” 9.

La Iglesia es, por lo tanto, una comunidad modelada sobre la Santísima Trinidad y realmente participa de ella. De esta manera el Señor “… enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y en consecuencia de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor” 10.

 El tema de la unidad está presente en todos los textos del Concilio y es la llave de los cuatro diálogos delineados en la Constitución y en los Decretos.

Veinte años después, en 1985, el Sínodo Especial de Obispos identificó en la comunión la categoría central del Concilio. Cuando el Papa Juan Pablo II redactó su Carta Apostólica en ocasión del cierre del Gran Jubileo, escribió estas sorprendentes palabras: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”. Habiendo establecido lo que es necesario, el Papa advierte acerca del peligro de correr enseguida a “las acciones a realizar”; esto sería un error.

En cambio, “necesitamos promover una espiritualidad de comunión”. Debe convertirse en el “principio guía” de la educación en todos los niveles en la Iglesia. En una palabra, ya que la Iglesia es comunión, su mayor necesidad es vivir de acuerdo a una espiritualidad de comunión. Para explicarse fuera de toda duda, el Papa define la “espiritualidad de comunión”. La “Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, (…), capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, (…). No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”. 11

Fraternalmente
María, Madre de la Unidad, en ti confiamos.   Amén.

(*)  Tomado del Libro “Vivir una espiritualidad de comunión”, Thomas Norris, Editorial Ciudad Nueva, Bs. Aires 2014.
Thomas Norris, sacerdote de la diócesis de Ossory, Irlanda, es profesor de Teología en St. Patrick’s College de Maynooth y miembro de la Comisión Teológica Internacional.
8:35:00 p.m.

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DisablePlease Enable Javascript To See All Widget