Domingo de la misericordia



(ZENIT – Madrid).- Publicamos a continuación la carta semanal del obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, con motivo de la fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua:

A los ocho días, cuando ya estaba Tomás con los demás apóstoles, Jesús se apareció de nuevo entre ellos para certificar su resurrección. Ellos los apóstoles, que han sido constituidos testigos autorizados de este gran acontecimiento para la historia y para la humanidad. “Se apareció a Cefas (Pedro) y más tarde a los Doce, después de apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles, y por último como a un aborto, se me apareció también a mi (Pablo)” (1Co 15,5-8).

La resurrección de Jesús no es algo privado, que se origina sólo en la conciencia y en el corazón de los creyentes. Es algo público, que han constatado muchos, de distinta manera, en distintos lugares, coincidentes en una certeza: “Verdaderamente ha resucitado”. Aquel que había sido condenado a la pena capital crucificado en la cruz, después de ser azotado cruelmente, ha vencido la muerte rompiendo la piedra del sepulcro, del que ha salido victorioso. La alegría de la resurrección inunda el mundo entero.

Pero entre todas esas apariciones, tiene especial significado la aparición al apóstol Tomás, que este domingo se proclama en el evangelio. “Si no lo veo, no lo creo” había dicho Tomás cuando sus compañeros le explicaban llenos de entusiasmo que Jesús el Maestro estaba vivo, había resucitado. A los ocho días (al domingo siguiente) Jesús, lleno de misericordia, se acerca a Tomás y le muestra sus llagas y su costado traspasado. Y Tomás confiesa: “Señor mío y Dios mío”. Esta incredulidad de Tomás es un argumento para nuestra fe, pues ha provocado una condescendencia de Jesús, que tanto agradecemos. Jesús en su inagotable misericordia está dispuesto a mostrarnos una y otra vez sus llagas gloriosas para que veamos que es él, no otro, y que está vivo después de haber pasado por la muerte. Nuestro encuentro con el sufrimiento se convierte en una ocasión propicia para descubrir la presencia misteriosa del Señor resucitado.

En este Año de la misericordia podemos esperar que Jesús tenga gestos de cercanía con cada uno de nosotros, y también con aquellos que se resisten a creer. Jesús no le echa en cara nada a Tomás, simplemente se muestra de nuevo, una y otra vez, incansablemente. La convicción nace de dentro, no viene impuesta. La convicción es fruto de la gracia de Dios y de la libertad del sujeto. Dios propone una y otra vez, el sujeto acoge este testimonio de Jesús, de la Iglesia, de un cristiano coherente, hasta confesar: Realmente Dios está aquí. Ese resultado es fruto de la misericordia, de un amor más fuerte que todas las razones humanas, de un amor más fuerte que todas las resistencias. La misericordia de Dios es un amor paciente, que no se cansa de esperar.

Ha sido el gran Papa san Juan Pablo II el que ha instituido esta fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de Pascua, a partir de las revelaciones privadas de santa Faustina Kowalska, monja polaca que él trato en su juventud. Este mensaje de la misericordia divina es especialmente necesario para un mundo afligido por tantas tensiones, guerras, persecuciones, venganzas. A partir del año 2000, este segundo domingo de Pascua se designará en toda la Iglesia con el nombre de “domingo de la Divina Misericordia”. Juan Pablo II estaba “tocado” por esta devoción, haciendo de su vida una ofrenda de amor en favor del mundo entero. Dios vino a buscarle precisamente en esta fiesta –murió el 2 de abril de 2005, fiesta de la Divina misericordia- y ha sido beatificado (2011) y canonizado (2014) en la misma fiesta.

El Papa Francisco ha tomado esta línea de la misericordia divina como lema de su pontificado, introduciéndonos este Año especialmente en el ámbito de la misericordia, que supera todos nuestros cálculos, pues se trata de un amor a la medida de Dios.

La misericordia no se opone a la justicia, sino a la venganza. Dios no reacciona ante el mal, como suele hacer el hombre, sino que reacciona con su perdón sobreabundante y con su misericordia. La misericordia de Dios incluye la justicia y excluye incluso en el deseo todo tipo de venganza.

Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio

5:53:00 a.m.

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