Enfermedades que sufrió San Francisco de Asís antes de su estigmatización


por Octaviano Schmucki, o.f.m.cap.   

INTRODUCCIÓN

Los investigadores que han estudiado la vida de los estigmatizados hacen constar no sin razón que casi todos padecieron desde su juventud enfermedades diversas y poco conocidas.1 Habiendo emprendido en otro lugar un estudio sobre la crucifixión mística de san Francisco,2 nos ha parecido útil examinar más a fondo el problema de sus enfermedades. El plan que nos hemos prefijado explica por qué circunscribimos el estudio del tema a estos límites de tiempo de la vida de Francisco. El método que vamos a seguir no difiere en nada del empleado para el trabajo antes citado: aclararemos el tema a la luz de las fuentes del siglo XIII, sin por ello descuidar los documentos posteriores. Como el tema se relaciona no sólo con la historia, sino también con la medicina, utilizaremos así mismo las obras de los numerosos médicos que han tratado esta cuestión.3

I. LA ENFERMEDAD QUE SUFRIÓ S. FRANCISCO ANTES DE SU CONVERSIÓN

Los primeros biógrafos aluden concordes a una larga y grave enfermedad contraída por el Santo durante su juventud en Asís. Escribe Celano en su Vida primera:

«En efecto, cuando por su fogosa juventud hervía aún en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba desvergonzadamente a satisfacer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el veneno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la venganza; mejor, la unción divina, que intenta encaminar aquellos sentimientos extraviados, inyectando angustia en su alma y malestar en su cuerpo, según el dicho profético: "He aquí que yo cercaré tus caminos de zarzas y alzaré un muro" (Os 2,6). Y así, quebrantado por larga enfermedad, como ha menester la humana obstinación, que difícilmente se corrige si no es por el castigo, comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de las que acostumbraba» (1 Cel 3).4

Algunos autores atribuyen esta enfermedad a excesos de juventud.5 Sea cual fuere el modo de enfocar el problema biográfico tan discutido de la castidad de Francisco, es casi seguro que, siendo como era el cabecilla de aquella pandilla de jóvenes montada para organizar fastuosas reuniones de cantos, juegos y banquetes, los excesos en el comer y beber difícilmente dejarían de afectar negativamente a su salud.6 Sin embargo, a cuanto parece, la causa de esta enfermedad hay que buscarla en la larga y dura cautividad a la que el hijo del comerciante de telas Pedro de Bernardone se vio sometido, junto con numerosos conciudadanos suyos, en Perusa, a consecuencia de la derrota de Collestrada, infligida al ejército asisiense antes del 12 de diciembre de 1202.7 En nuestra opinión, Francisco cayó gravemente enfermo debido a la insuficiente alimentación y a la permanencia en una cárcel sin casi luz. Según el tratado firmado en 1164 entre Asís y Perusa, los prisioneros de guerra que caían enfermos eran contados entre los pertenecientes «a la congregación y sociedad de los cautivos enfermos» y podían ser liberados mediante el pago de un rescate. Es verosímil que al rico mercader Pedro no le faltaran medios ni voluntad de ofrecer una fuerte suma para rescatar a su hijo.8

Sin embargo, lo que más nos interesa aquí es saber qué enfermedad padecía el joven Francisco. Los primeros biógrafos guardan al respecto un silencio total. En su poema épico Legenda Sancti Francisci versificata, Enrique de Avranches, sacerdote secular nacido alrededor de 1190 y muerto en torno a 1272, describe ampliamente esa fiebre «por la que el paciente tiembla ardiendo y arde temblando».9 Pero como Enrique de Avranches no conoció personalmente al Fundador y depende por entero de la Vida primera de Celano, sus añadidos no merecen crédito, más bien confirman el vigor poético de su imaginación.10 Los médicos modernos versados en el tema, o bien confiesan ignorar cuál fue dicha enfermedad,11 o bien la atribuyen a una crisis interna o a un choc nervioso,12 o bien hablan de tisis o tuberculosis pulmonar.13 Las indicaciones biográficas aportadas más arriba no permiten, al parecer, deducir cuál fue la naturaleza de la primera enfermedad de Francisco. Pero como el biógrafo habla de una larga enfermedad y de una convalecencia difícil,14 es bastante probable que se tratara de una enfermedad de carácter orgánico.15

II. LA ENFERMEDAD DE ESTÓMAGO QUE AFECTÓ BASTANTE PRONTO A FRANCISCO

Algunos médicos autorizados opinan que la salud del Fundador no tardó en degradarse, tras su conversión, a causa del durísimo tratamiento a que sometió su cuerpo mediante prolongados ayunos, vigilias y otras mortificaciones semejantes. Dichos autores estiman, sin recoger los testimonios explícitos de las fuentes, que Francisco sufrió desde el principio de su ministerio apostólico trastornos de estómago o dispepsia gástrica.16 En opinión de L. Gualino, esta dispepsia habría sido producida por una úlcera de estómago que, en los últimos años, degeneraría en un tumor maligno o cáncer de estómago.17

¿Qué podemos decir sobre estos diagnósticos? La balanza que nos permite determinar el peso de tales afirmaciones la constituyen los primeros biógrafos. Y, en efecto, los autores primitivos relatan que Francisco era de baja estatura;18 refieren igualmente que cuando salía de la gruta cercana a Asís, en la que había implorado luz de lo alto, estaba «muy agotado» (1 Cel 6). Según los primeros biógrafos, Francisco, luego de pasar un mes entero en una cueva bien disimulada cerca de la capilla de San Damián, se encaminó intrépido a su ciudad natal, donde sus conciudadanos lo llenaron de insultos «saludándolo como a loco y demente» y lo veían «consumido por la maceración de su carne» (1 Cel 10-12).

He aquí lo que dice la Leyenda de los tres Compañeros:

«Desde aquel momento (es decir, alrededor de 1206, después de que le hablase el Crucifijo de la capilla de San Damián) quedó su corazón llagado y derretido de amor ante el recuerdo de la pasión del Señor Jesús... Después fueron tantas las mortificaciones con que maceró su cuerpo, que, así sano como enfermo, fue austerísimo y apenas o nunca condescendió en darse gusto. Por esto, estando ya para morir, confesó que había pecado mucho contra el hermano cuerpo... Muchas veces, cuando se levantaba de orar, aparecían sus ojos recargados de sangre, porque había llorado amargas lágrimas. Y no sólo se afligía llorando, sino que se privaba de comida y de bebida en memoria de la pasión del Señor...» «Con esto (es decir, hacia 1207-1208, después de haber superado la náusea que sintió a la vista de los dispares alimentos mendigados y revueltos en la misma escudilla), se regocijó de tal manera en el Señor, que su cuerpo, débil y extenuado, sintió fortaleza para sobrellevar por el Señor con alegría todo lo áspero y amargo».19

Dignas de atención son también estas afirmaciones contenidas en otras fuentes anónimas, concordantes con la anterior:

«Cuando el bienaventurado Francisco empezó a tener hermanos, se regocijaba tanto de su conversión y de que el Señor le hubiera dado esa buena compañía, y tanto los amaba y veneraba, que se abstenía de decirles que fueran a pedir limosna. La razón era que creía que se avergonzaban de ir a mendigar. En atención a ello, iba él solo todos los días en busca de limosnas. La ocupación le resultaba demasiado fatigosa, pues en el mundo había vivido entre delicadezas y era flaco de complexión, y, por otro lado, sus excesivas privaciones y sacrificios le habían debilitado en demasía».20

Refiere además Tomás de Celano:

«Una vez que san Francisco se encaminaba a Bevagna, no pudo llegar al castro por la debilidad que le había causado el ayuno. Entonces el compañero, pasando aviso a una señora espiritual, pidió humildemente pan y vino para el Santo. En cuanto lo oyó, ella, con una hija virgen consagrada a Dios, corrió a donde el Santo a llevarle lo que necesitaba».21

Por último, fuentes anónimas afirman que «durante largo tiempo y hasta el día de su muerte, (Francisco) padeció enfermedades de estómago, de hígado y de bazo».22

Aunque Tomás de Celano, con la intención de edificar a sus lectores, relata no pocas veces, explicándolos con detalle, cada uno de los ejercicios de mortificación del Pobrecillo, lo que dice en el siguiente resumen parece concordar bastante bien con este primer período de la vida del Santo:

«Solía decir (Francisco) que era imposible satisfacer la necesidad sin condescender con el placer. Muy rara vez consentía en comer viandas cocidas, y, cuando las admitía, las componía muchas veces con ceniza o las volvía insípidas a base de agua fría. ¡Cuántas veces, mientras andaba por el mundo predicando el Evangelio de Dios, invitado a la mesa por grandes príncipes que le veneraban con afecto entrañable, gustaba apenas un poco de carne, por observar el santo Evangelio (cf. Lc 10,8), y todo lo demás, que disimulaba comer, lo guardaba en el seno, llevándose la mano a la boca para que nadie reparase en lo que hacía! Y ¿qué diré del uso del vino, cuando ni bebía el agua suficiente aun en los casos en que se veía atormentado por la sed?»23

Nadie se extrañará de que esta subalimentación habitual y los alimentos malsanos arruinaran con el tiempo la salud y, en especial, el estómago de Francisco. Por eso, aun cuando los primeros biógrafos no aporten ninguna noticia específica sobre la naturaleza de estos trastornos de estómago, la opinión de los médicos antes citados respecto al origen de esta dispepsia, sea sintomática o sea esencial, no carece en modo alguno de fundamento.

III. LA DEBILIDAD GENERAL QUE LE SOBREVINO EN ESPAÑA

Ardiendo en deseos de derramar su sangre y convertir a los mahometanos, san Francisco vino a España, probablemente en 1214 ó 1215, para, desde aquí, marchar a Marruecos.24 Se ignora de dónde partió (tal vez desde el mismo Asís) y cuál fue el camino seguido en compañía de Bernardo de Quintavalle.25 Es muy probable que llegaran a Santiago de Compostela, célebre lugar de peregrinación. La primera noticia sobre esta peregrinación aparece en un escrito tardío, titulado Actus beati Francisci et sociorum eius, donde un compilador desconocido refiere:

«Al principio de la Orden, cuando los hermanos eran poco numerosos y no residían todavía en lugares fijos, san Francisco fue a visitar Santiago, llevando consigo algunos compañeros, uno de los cuales era el hermano Bernardo. Yendo así de camino, encontraron en cierto lugar a un enfermo; compadecido de él, san Francisco le dijo al hermano Bernardo: "Quiero, hijo, que te quedes aquí al cuidado de este enfermo". Al instante, Bernardo, de rodillas y con la cabeza inclinada, recibió con reverencia la obediencia del santo padre. San Francisco, por su parte, tras dejar allí al hermano Bernardo con el citado enfermo, fue a Santiago con los restantes compañeros. Y, estando allí en adoración, Dios le reveló que residiría en lugares de todo el mundo, pues su Orden iba a alcanzar un gran desarrollo. Por eso, siguiendo el mandato de Dios, a partir de aquel momento se puso a establecerla en todas direcciones».26

No podemos examinar aquí el valor histórico de cada uno de los hechos relatados en este escrito; con todo, el valor histórico del testimonio sobre el viaje del Pobrecillo a España está fuera de toda duda. Dice, en efecto, Tomás de Celano:

«Poco después [es decir, tras la primera tentativa de ir a Siria en 1212 y la predicación del Santo en el camino de regreso] se dirigió hacia Marruecos a predicar el Evangelio al Miramamolín y sus correligionarios. Tal era la vehemencia del deseo que le movía, que a veces dejaba atrás a su compañero de viaje y no cejaba, ebrio de espíritu, hasta dar cumplimiento a su anhelo. Pero loado sea el buen Dios, que tuvo a bien, por su sola benignidad, acordarse de mí [es decir, de Tomás de Celano, admitido a la Orden por el Santo al regreso de su viaje a España, cf. 1 Cel 57] y de otros muchos; y es que, una vez que entró en España, "se enfrentó con él cara a cara"27 y, para evitar que continuara adelante, le mandó una enfermedad que le hizo retroceder en su camino» (1 Cel 56).

El biógrafo informa más ampliamente al lector sobre la naturaleza de esta enfermedad, en un escrito posterior:

«A su regreso de España, por no haber podido ir a Marruecos tal como era su propósito, san Francisco cayó gravísimamente enfermo. Afligido por la indigencia y la debilidad y arrojado groseramente de la hospedería por el hospedero, perdió el uso de la palabra durante tres días. Tras recuperar un poco sus fuerzas y yendo de camino, le dijo al hermano Bernardo que comería con gusto un trozo de avecilla, si la tuvieran. En aquel momento acudió corriendo por la llanura un caballero que traía una magnífica ave y que dijo al bienaventurado Francisco: "¡Siervo de Dios, acepta de buen grado lo que te envía la clemencia divina!" Francisco aceptó con gozo el regalo y, comprendiendo que Cristo se había cuidado de él, lo bendijo por todo».28

La debilidad general causada por el larguísimo viaje, hecho al parecer a pie,29 y sin disponer de provisiones, ni dinero, ni vestidos suficientes para protegerse de las inclemencias del tiempo, así como la brutal expulsión de la hospedería de peregrinos, atacó al Santo con una grave afección, cuyo síntoma nos recuerda el biógrafo, a saber, una afonía de tres días de duración.30 Sin ninguna duda, la enfermedad se manifestó también con otros síntomas, muy difíciles de conjeturar, dado el silencio de las fuentes. Por otra parte, en el Espejo de perfección se afirma que Francisco padeció «durante largo tiempo hasta el día de su muerte... enfermedades del estómago, del hígado y del bazo».31 Con esta enfermedad parecen concordar bastante bien las afirmaciones de L. Gualino sobre el estado de salud del Santo después de su conversión:

«Ahora bien, el conjunto de tales signos morbosos induce al médico a diagnosticar una úlcera gástrica, una de esas erosiones de las paredes internas del estómago cuyo mecanismo íntimo se discute todavía hoy, y entre cuyos factores predisponentes se encuentran los estados anémicos y los estados orgánicos de agotamiento, y que incluye, entre las múltiples causas determinantes, la mala higiene alimentaria y los gérmenes infecciosos directos. Justamente en Francisco la debilidad de su constitución se agravaba con la dispersión de las energías biológicas, la toma de alimentos inapropiados se complicaba con la repetición de prolongados ayunos, y se le abría de par en par una puerta que daba paso a las infecciones mediante las escudillas babosas de los enfermos, de las que, en signo de humildad, tomaba sus bocados predilectos, y mediante las llagas supurantes de los leprosos sobre las que depositaba el beso fraterno en un acto de confortación».32

De ahí que el esfuerzo extremadamente penoso exigido por el viaje, la alimentación a todas luces insuficiente, así como el agudo sufrimiento infligido a su delicada constitución por un trato cruel provocaran, en nuestra opinión, un considerable agravamiento de la enfermedad de estómago de Francisco y, a la vez, una parálisis pasajera del músculo rector de las cuerdas vocales (afonía). Aunque, en el fondo, la naturaleza de esta enfermedad radica, quizás, en la malaria.

IV. LA ENFERMEDAD QUE, ALREDEDOR DE 1216-1217, FORZÓ AL POBRECILLO A ACEPTAR LA HOSPITALIDAD DEL OBISPO GUIDO II

Durante la redacción de esta historia de las enfermedades de san Francisco, nos ha llamado la atención la siguiente aserción de L. Gualino, expresada con rotundidad:

«En octubre de 1212, (Francisco) sufrió unas fiebres tercianas tan violentas que pusieron en peligro su existencia, obligándole a aceptar la hospitalidad del obispo de Asís... A principios de 1213 se repitieron los accesos de fiebre alta, bien en forma de terciana, bien en forma de cuartana».33

Hemos empleado bastantes energías y abierto cantidad de libros para detectar la fuente sobre la que se basa esta afirmación. Finalmente, y con la ayuda de la suerte, hemos abierto los Annales Minorum de Lucas Wadingo, OFM, donde afirma éste, sin indicar las fuentes de donde saca los datos:

«A finales de aquel año (1212), el Santo cayó enfermo de tercianas, que luego se volvieron cuartanas; el señor Guido, obispo de la ciudad, hombre piadoso y que sentía un gran afecto por el siervo de Dios, en cuanto supo que Francisco estaba enfermo, le insistió mucho para que aceptara su hospitalidad».- «Las fiebres del año pasado, durante las cuales, como hemos dicho, el bienaventurado Francisco permaneció en cama en el obispado, este año (1213) han sido también penosas y variables, unas veces tercianas, otras cuartanas... Francisco consideraba una ganancia el verse atormentado por los dolores, estar abrumado por la enfermedad y transpirar a causa de la fiebre, juzgando los sufrimientos del cuerpo como un mal menor en comparación con los del espíritu».34

El autor de los Annales presenta a continuación de este pasaje la historio del joven noble, originario de Lucca, que había pedido con suma insistencia al santo Fundador que lo admitiese a la Orden. Pero Francisco, habiendo adivinado el espíritu carnal del postulante, rechazó enérgicamente su admisión en la Fraternidad; y con razón, como vendría a demostrar inmediatamente después el comportamiento del joven (2 Cel 40). Celano relata brevemente el hecho, pero las fuentes anónimas son más explícitas:

«En el tiempo en que ninguno era admitido a la Orden sino con licencia del bienaventurado Francisco, vino a él, que estaba enfermo en el palacio del obispo de Asís, el hijo de un noble de Lucca con otros muchos que querían ingresar en la Orden. Al presentarse todos ellos al bienaventurado Francisco, hizo el joven una reverencia ante él y empezó a llorar a lágrima viva, al mismo tiempo que pedía ser admitido a la Orden. El bienaventurado Francisco, mirándole, le dijo: "Hombre infeliz y carnal, ¿por qué mientes al Espíritu Santo y a mí? Tu llanto es carnal, no espiritual". Y, dicho esto, llegaron al palacio, a caballo, unos parientes suyos, que querían sacarlo y llevárselo. Al oír el ruido de los caballos, se asomó a una ventana, y vio que eran allegados suyos. Inmediatamente bajó donde ellos y, tal como había predicho el bienaventurado Francisco, se volvió con ellos al siglo» (EP 103; cf. LP 70).

Dando por supuesta la validez del testimonio, parecería posible determinar con más precisión el tiempo en que el santo Fundador cayó gravemente enfermo. El terminus ante quem sería el 22 de septiembre de 1220, fecha de la bula Cum secundum de Honorio III, o bien, a lo sumo, el 30 de mayo de 1221, fecha en que se insertó en la Regla no bulada el precepto relativo al noviciado. En efecto, el noviciado fue introducido en virtud de dicha carta apostólica, a fin de evitar los peligros que amenazaban el ideal de vida de los Hermanos Menores.35 El terminus a quo es más difícil de concretar. La Regla no bulada reserva claramente a los ministros provinciales el derecho de admitir a los novicios (1 R 2), pero, debido al silencio de los primeros historiógrafos sobre este punto, es difícil saber en qué fecha se les confirió por primera vez tal derecho. A primera vista, parecería que se les confió este cometido al dividirse la Orden en provincias (alrededor de 1217) o poco después. Pero esta suposición queda eliminada por el triple relato concordante del Espejo de perfección. Se dice allí, en efecto, que el Vicario general de san Francisco edificó en Santa María de la Porciúncula «una pequeña casa donde los hermanos pudieran descansar y rezar sus horas, porque era grande el número de hermanos que afluían allí y no tenían dónde rezar el oficio. Es de saber que acudían allí todos los hermanos de la Orden y era aquel el único lugar donde eran recibidos a ella».36 Sin ninguna duda, aquí se habla de Pedro Cattani, a quien el Santo confió el cargo de Vicario en el Capítulo de Pentecostés de 1220 (el día 17 de mayo), como veremos en el siguiente parágrafo (V, 2). Por otra parte, en 1212 la fama del santo Fundador no había llegado todavía a Lucca, ni atraía en su seguimiento a tantos jóvenes a la vez.37 Todas estas condiciones, a saber, la admisión personal de los novicios y la extensión de la fama de Francisco por toda Italia se verificaban alrededor de 1217-1218. Una ayuda complementaria para concretar esta fecha la encontramos en el testimonio contemporáneo de Jacobo de Vitry, quien escribe en 1216 desde Perusa: «Por aquellas tierras hallé, al menos, un consuelo, pues pude ver que muchos seglares ricos de ambos sexos huían del siglo, abandonándolo todo por Cristo. Les llamaban Hermanos Menores y Hermanas Menores».38

Por otra parte, esto explicaría más fácilmente por qué el santo Fundador, gravemente enfermo, aceptó los cuidados que le brindó el obispo de Asís a fin de que recuperara su salud. Pues al principio de la Orden, aparte «la pequeña casa pobrecilla, construida de mimbres y de barro» junto a Santa María de la Porciúncula, los hermanos no tenían ninguna morada fija y, por tanto, sólo podían atender a los enfermos con una extrema penuria de medios, incluso de los de primera necesidad.39 Respecto a la naturaleza de la enfermedad que padeció entonces el Santo, las fuentes guardan absoluto silencio. Sin embargo, las conjeturas antes referidas de L. Wadingo, y que hablan de accesos de fiebre sufridos por Francisco en el palacio episcopal, no carecen en absoluto de fundamento.40

V. ENFERMEDADES CONTRAÍDAS POR EL SANTO DURANTE SU VIAJE A ORIENTE EN 1219

1. ENFERMEDAD DE LOS OJOS

El hecho de que en 1219 el Poverello partiera rumbo a Egipto para poner en práctica su deseo de morir por Cristo o convertir a los mahometanos al Señor, contribuyó mucho a agravar su deficiente salud.41 «No temió presentarse ante el sultán de los sarracenos»,42 y así lo hizo, acompañado de fray Iluminado, después del 26 de septiembre de 1219; «fue recibido por el Sultán con mucho honor y atendido humanitariamente en su enfermedad».43 El autor de la Crónica, Jordán de Giano (muerto después de 1262), no indica en ningún lugar cuál fue la enfermedad de Francisco. Mayor importancia tiene, en cambio, lo que se relata en dos lugares del Espejo de Perfección:

«El bienaventurado Francisco padeció durante mucho tiempo y hasta su muerte del hígado, del bazo y del estómago. Y, cuando marchó a ultramar para predicar al sultán de Babilonia y Egipto, contrajo una grave enfermedad de la vista a consecuencia de lo que sufrió por la fatiga del viaje, en el que, tanto de ida como de vuelta, tuvo que soportar grandes calores. Y era tal el fervor de su espíritu desde su conversión a Cristo, que, a pesar de los ruegos de los hermanos y de otras personas, por la compasión que les producía, no quiso preocuparse con que fuera atendida alguna de estas enfermedades. Se portaba así porque, gracias a la gran dulzura y compasión que a diario percibía en la meditación de la humildad y los pasos del Hijo de Dios, lo que para la carne era amargo, se le hacía dulce para el espíritu. Es más: de tal manera se dolía a diario de los sufrimientos y amarguras que Cristo toleró por nosotros y de tal manera se afligía de ellos interior y exteriormente, que no se preocupaba de sus propias dolencias».44

San Buenaventura nos indica otra causa de la enfermedad de los ojos del santo Fundador. Escribe:

«Pero como quiera que al hombre, rodeado de la debilidad de la carne, no le es posible seguir perfectamente al Cordero sin mancilla muerto en la cruz sin que al mismo tiempo contraiga alguna mancha, aseguraba como verdad indiscutible que cuantos se afanan por la vida de perfección deben todos los días purificarse en el baño de las lágrimas. El mismo Francisco -aunque había conseguido ya una admirable pureza de alma y cuerpo-, con todo, no cesaba de lavar constantemente con copiosas lágrimas los ojos interiores, no importándole mucho el menoscabo que a consecuencia de ello pudieran sufrir sus ojos carnales. Y como hubiese contraído, por el continuo llanto, una gravísima enfermedad de la vista, le advirtió el médico que se abstuviera de llorar, si no quería quedar completamente ciego; mas el Santo le replicó: "Hermano médico, por mucho que amemos la vista, que nos es común con las moscas, no se ha de desechar en lo más mínimo la vista de la luz eterna, porque el espíritu no ha recibido el beneficio de la luz por razón de la carne, sino la carne por causa del Espíritu". Prefería, en efecto, perder la luz de la vista corporal antes que reprimir la devoción del espíritu y dejar de derramar lágrimas, con las que se limpia el ojo interior para poder ver a Dios».45

Sea cual fuere el valor histórico de este relato algo más tardío, transmitido oralmente y recogido con mucho gusto por san Buenaventura cuando estaba reuniendo el material para componer la Leyenda,46 debe tenerse en cuenta que la efusión de lágrimas, por muy abundante y prolongada que sea, no produce la ceguera, pero sí es síntoma de una conjuntivitis o bien es fruto de una profunda emoción espiritual.47 Por lo demás, una nota añadida en dos ejemplares de los manuscritos del Espejo dice expresamente:

«Adviértase que el bienaventurado Francisco no padecía esta enfermedad de ojos, de la que se habla aquí varias veces, a causa de sus efusiones de lágrimas, como algunos piensan y afirman, pues sus lágrimas más que consumirlo y afligirlo, eran alimento y alegría para su alma y para su cuerpo, sobre todo después de haber purificado su alma del pecado. Pero contrajo este mal durante su viaje a ultramar cuando fue a visitar al sultán, a causa del excesivo ardor del sol».48

Enrique de Avranches, muerto hacia 1272, que en varios pasajes de su poema épico se muestra experto en el arte de la medicina, describe con términos coloristas la enfermedad del Poverello:

«Nieblas y nubes perturban y obturan
las inmensas gemas de su frente,
las ventanas de su alma;
un dolor insufrible oprime el nervio óptico,
los humores malignos y corrompidos49 enrojecen la pupila,
la inflamación de los párpados deforma la visión,
la desazón hace vibrar la mirada.

»El propio dolor atrae las manos,
y los dedos, al prestar ayuda, matan:
ponzoñoso es ese tacto que aumenta el mal
al tratar de mitigarlo.

»Disminuye constantemente el poder visual,
el interior de los párpados siente comezón
y se infecta el humor de la séptuple membrana.

»Francisco, que sufre más allá
de cuanto pudiera creer
quien no sienta el mismo mal,
soporta con paciencia la debilidad de su cuerpo;
y para que no parezca que no quiere sufrir
los azotes de Dios,
rehúsa acudir a los médicos».50

Aunque el eximio poeta no vio personalmente a Francisco ni fue informado por el médico que lo había tratado, su experta descripción de la inflamación de ojos encaja perfectamente con lo que dicen las fuentes. En cambio, las explicaciones de los médicos modernos sobre el tipo y origen de estos dolores no son coincidentes entre sí. Mientras A. Bournet reúne los datos de las fuentes sin osar pronunciarse sobre la enfermedad que describen,51 Th. Cotelle somete al juicio del lector la siguiente interpretación:

«En el caso de Francisco, como en toda enfermedad de los ojos, o bien se trataba de una enfermedad de las membranas profundas del ojo, que nadie podía observar de visu, o bien se trataba de una enfermedad de ojos que implicaba lesiones de las partes observables a simple vista y, por tanto, perceptibles por todos».

En base a cuanto afirman los hagiógrafos sobre el carácter de la enfermedad, el autor excluye que el fondo del ojo estuviera afectado:

«Por otro lado, examinando de cerca la medicación empleada en el caso por el especialista, todo induce a pensar que se estaba en presencia de accidentes exteriores perceptibles, más aún, diríamos inflamatorios... Ante estos hechos (mencionados antes), ¿no nos sentimos inclinados, en el caso de nuestro Santo, a llegar a la conclusión de la existencia de una enfermedad de los párpados, de los conductos lacrimales, de la conjuntiva ocular y palpebral y, en consecuencia, de la córnea?»52

Orestes Parisotti, médico oftalmólogo, ha dedicado un pequeño tratado al esclarecimiento de nuestro problema. En su opinión, Francisco sufría de un glaucoma inflamatorio agudo. Hay que advertir que su razonamiento se basa sobre las solas indicaciones de Celano. Y como Celano, lo veremos más adelante, sólo habla del mal de ojos padecido por el Santo dos años antes de su muerte, este oftalmólogo fija el principio de la enfermedad en el año 1224. Ahora bien, el Poverello vivió en el monte Alverna totalmente aislado de los hombres; no podía, por tanto, en modo alguno estar enfermo de tracoma. Además, en ningún lugar sugiere el biógrafo los signos de la conjuntivitis, a saber, la inflamación de las pupilas y el flujo de pus, y, por otra parte, el médico del Santo empleó un tratamiento destinado a calmar agudos dolores y no a curar una oftalmía. Frente a una infección general producida por los bacilos de la tuberculosis, «lo que viene a la mente es una inflamación granulosa del iris y de las pestañas, que habría estado necesariamente en la base de los dolores. Pero, con el tiempo, esta enfermedad satura el ojo con líquidos y sustancias mórbidas. Al ser comprimidos, los nervios se tornan extremadamente dolorosos. Se da por ello un parecido con los síntomas del glaucoma, de suerte que a esta situación se la denomina glaucoma secundario» o «una forma de glaucoma llamada corrientemente glaucoma inflamatorio» (glaucoma ex irritatione).53

Sin haber tenido conocimiento del estudio del Dr. Parisotti, el Dr. Joseph Strebel, insigne oculista de Lucerna, coincide bastante con su tesis. También él se apoya sólo en el testimonio de Tomás de Celano, y establece como conclusión el siguiente diagnóstico:

«De esto se deduce un diagnóstico claro: ataques de iritis con dolores neurálgicos basados sobre una situación tuberculosa general, con aumentos nocturnos de la presión (glaucoma secundario)».54

Se trataba, por tanto, de una iritis tuberculosa o inflamación del iris, una enfermedad que, por la similitud de síntomas, se denomina glaucoma secundario o sintomático. Respecto a la cauterización de las sienes aplicada más tarde a Francisco en el Valle de Rieti, el autor supone que el Santo sufría unas cataratas progresivas, debidas a una alimentación insuficiente del cuerpo ciliar del ojo, y que le llevaron rápidamente a una ceguera total.55

Distinta es la opinión de G. Lodato y de Talbot, oftalmólogos ambos, así como la de C. Andresen, quienes sostienen que el Poverello, a su vuelta de Egipto, padecía del mal egipcio, es decir, de una conjuntivitis tracomatosa o granulosa. He aquí en qué consiste esta peligrosa afección ocular:

«Una grave inflamación de la mucosa conjuntiva, que reviste la superficie interna de los párpados para reflejarse luego sobre el globo ocular: es la más grave y peligrosa forma de conjuntivitis por su alto grado de capacidad de contagio, por la cronicidad de su decurso, por la frecuente gravedad de sus efectos... El tracoma, que ataca casi siempre a ambos ojos, arraiga especialmente en individuos linfáticos, anémicos y malnutridos. Se trata de una enfermedad conocida desde la más remota antigüedad... El microbio responsable de esta grave infección no ha sido identificado todavía; las moscas, posándose primero sobre los ojos enfermos y sus secreciones... y luego sobre ojos sanos, constituyen una de las más frecuentes formas de transmisión de esta infección... Cuando la inflamación tracomatosa se propaga a la córnea... puede formarse la denominada telilla corneal tracomatosa, que puede dejar en la córnea residuos opacos que perturban la función visiva... Subjetivamente el paciente acusa, sobre todo en el período inicial, escozor y dolor de ojos, intolerancia a la luz (fotofobia), secreción lacrimal contagiosísima más o menos abundante...».56

Con el sugestivo título de La cecità del Veggente, L. Gualino somete a un examen más profundo los datos aportados por las fuentes, así como las teorías precedentes. Respecto a las características de la enfermedad de Francisco, coincide bastante con los autores antes indicados, advirtiendo:

«En conjunto, por tanto, durante los últimos años de su vida, Francisco de Asís padeció una grave oftalmía, que afectaba, aunque no con idéntica gravedad, a ambos bulbos oculares, y se caracterizaba por agudos dolores, no sabemos si de ojos o de cabeza, por fotofobia o dificultad de soportar la luz intensa, por pérdida progresiva de la facultad visiva, con etapas de remisión y de recrudecimiento, hasta llegar a la ceguera total».57

El autor, que es médico, excluye la teoría de la ceguera producida por un glaucoma inflamatorio agudo. En efecto, rechaza el argumento principal de los defensores de esta teoría, el que se deduce del tratamiento de la cauterización con la que el cirujano de Rieti quemó las sienes del Santo, desde la oreja hasta las cejas, con la finalidad, probablemente, de facilitar la evacuación del pus. Piensa que de la historia de la medicina medieval se deduce que este tratamiento se empleaba no sólo para curar enfermedades de ojos, sino también los dolores de cabeza.58 Intenta echar por tierra la tesis de quienes atribuyen la enfermedad a una conjuntivitis tracomatosa, pues esta aguda enfermedad contagiosa hubiera derivado muy rápidamente en una curación completa o en una ceguera total. Si la infección hubiera tomado un carácter crónico, difícilmente, dadas las costumbres de la época, hubieran podido los compañeros recurrir al oculista ante los síntomas manifiestos de la enfermedad.59 Además, vincula el origen del mal a la estadía del Poverello en el Alverna, apoyándose exclusivamente en el texto de Celano.60 He aquí los términos con que resume su punto de vista:

«En cuya eventualidad, más que a un hecho contagioso, imposible por el absoluto aislamiento del Pobrecillo durante aquellos días [pasados en el Alverna], resulta lógico considerar la enfermedad ocular como consecuencia de la alteración general de un organismo extenuado por los ayunos y vigilias, sacudido por los vientos y los hielos, agotado por las emociones sobrenaturales del éxtasis, por los terebrantes dolores de las llagas, por las roeduras premonitoras del esfacelo visceral».61

Tras la amplia exposición de todas estas opiniones, pensamos que no es ciertamente a nosotros a quien corresponde emitir un juicio definitivo sobre la naturaleza profunda de la enfermedad de ojos del Poverello. Es claro que ninguna de estas tesis puede superar el grado de una hipótesis seriamente pensada. Sin embargo, sopesando debidamente las razones que avalan las distintas argumentaciones, pensamos que la conjuntivitis tracomatosa ofrece más verosimilitud. En efecto, esta enfermedad encaja más fácilmente con cuanto afirman las fuentes respecto a la época y lugar de su aparición (Egipto), las disposiciones previas del sujeto (extrema debilidad corporal), la afección simultánea de ambos ojos, la efusión de lágrimas, el decurso crónico del mal, la remisión y agudización de los dolores, la fotofobia62 y la progresiva pérdida de visión. Una cosa al menos es cierta: después de su permanencia en Oriente (1219-1220), el Santo sufrió una grave afección orgánica de los ojos. Por último, es interesante notar que las fuentes no relacionan en ningún lugar los agudos dolores de cabeza de Francisco con la corona de espinas del Señor.

2. LAS CUARTANAS

En el Capítulo general de Pentecostés de 1220 (17 de mayo), el santo Fundador, «por conservar la virtud de la santa humildad, a pocos años de su conversión renunció al oficio de prelado de la Religión delante de todos los hermanos» (2 Cel 143; cf. 2 Cel 151), y designó como vicario suyo a Pedro Cattani, a quien al instante «prometió obediencia y reverencia». A continuación, el Pobrecillo dijo la siguiente oración:

«Señor, te recomiendo la familia que me has confiado hasta ahora. Y porque no puedo tener el debido cuidado de ella por las enfermedades que tú, dulcísimo Señor, conoces, la dejo en manos de los ministros. Deberán dar cuenta delante de ti, Señor, en el día del juicio si, por negligencia o por mal ejemplo, o también por alguna corrección áspera de ellos, llegare a perderse algún hermano».63

Como motivo de su dimisión se indican, además de la razón ascética de la humildad, diversas enfermedades.64 Ese mismo año, o a principios de 1221, Francisco padeció otra enfermedad que las fuentes designan con el nombre de «fiebres cuartanas». De hecho, la Leyenda perusina aporta el siguiente relato, con el que coincide en varios puntos san Buenaventura:

«Estando convaleciente de una grave enfermedad, le pareció, examinándose, que durante ella había sido un tanto complaciente en la comida (quod habuisset aliquantulum pictantiam),65 por más que apenas había comido, porque los muchos, diversos y prolongados males no se lo permitían. Un buen día se levanta, aunque todavía estaba con fiebres cuartanas, y ordena que convoquen a los habitantes de Asís en la plaza para predicarles. Terminado el sermón, les ruega que nadie se marche, porque en seguida va a volver. Entra en la iglesia de San Rufino y baja a la confesión [cripta] con el hermano Pedro Cattani, el primer ministro general [más exactamente: vicario general] elegido por él mismo, y con otros hermanos. Ordena al hermano Pedro que le obedezca y no se oponga a lo que quiere decir y hacer... Entonces, el bienaventurado Francisco se despoja de su túnica y manda al hermano Pedro que lo conduzca así, desnudo, con la cuerda al cuello, delante del pueblo. A otro hermano le ordena que tome una escudilla llena de ceniza y que, subiendo al lugar donde había predicado, arroje y esparza la ceniza sobre su cabeza... Cuando está de nuevo, así desnudo, delante del pueblo y en el lugar desde donde había predicado, habla en estos términos: "Vosotros... me creéis un santo. Pues bien, yo confieso delante de Dios y de vosotros que durante esta mi enfermedad he comido carne y caldo de carne". Casi todos se echan a llorar de piedad y compasión de él, sobre todo porque hacía mucho frío y era invierno y él no se había curado todavía de las fiebres cuartanas».66

En primer lugar, estos textos permiten determinar el tiempo en que ocurrió esta acción simbólica. El terminus a quo está claro, ya que aparece el nombre de Pedro Cattani siendo ya vicario del Fundador. El Santo le había confiado este cargo durante el capítulo de Pentecostés de 1220. A su vez, el terminus ante quem puede fijarse en base a la fecha de la muerte de Pedro Cattani, acontecida el 10 de marzo de 1221 en el eremitorio de la Porciúncula.67 Como el Santo se acusa de haber transgredido el precepto del ayuno cuaresmal, podemos concretar aún más la fecha. En efecto, el citado ayuno cuaresmal se refiere o bien al ayuno «desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Navidad» de 1220, o bien al ayuno «desde la Epifanía... hasta la Pascua» de 1221 (del 6 de enero al 11 de abril).68 Más todavía, hay que colocar esta enfermedad en noviembre/diciembre o en enero/febrero, pues las fuentes señalan que «era invierno».

En segundo lugar, por lo que se refiere a la enfermedad en sí misma, los hagiógrafos hablan de «fiebres cuartanas», nombre con el que se designa el tipo de fiebre intermitente que reaparece después de las 72 horas o tres días, debida a la infección producida por la picadura de un mosquito del género de los anofeles (anopheles maculipennis, labranchiae, elutus, superpictus) que inocula en la sangre humana el plasmodium (o microbio) de la malaria. En aquel tiempo se atribuía la causa de esta terrible fiebre a los miasmas que se desprenden de los pantanos y de las aguas estancadas. Las fuentes hablan de una enfermedad muy grave, aun cuando la fiebre cuartana, al contrario de la terciana maligna o estival-otoñal, tiene generalmente un decurso de carácter benigno. Sin embargo, los repetidos y crónicos ataques de esta fiebre causan poco a poco esa debilidad orgánica llamada caquexia, a la que se unen, entre otras cosas, la anemia, un extremo debilitamiento corporal y una total pérdida de fuerzas.69 Esta fiebre intermitente y recidiva produce, entre otros nefastos efectos, grave daño al hígado y al bazo, pues el plasmodium de la malaria se instala en ellos provocando por lo general su dilatación (hepatomegalia y splenomegalia).70

Aunque las fuentes, al hablar de la prolongada enfermedad de estos órganos, no indican el año en que los hermanos comprobaron por primera vez la inflamación del hígado y del bazo de Francisco, el hecho de que en 1220-1221 se le impusiera al Fundador una alimentación especial, tal como indica el pasaje antes citado, prueba que su enfermedad del hígado le impedía ya en tales fechas la digestión. Este dato permite concluir con bastante certeza que el Santo padecía ya dicha enfermedad en la primera parte de su vida. Esto es tanto más verosímil por cuanto el ejercicio del ministerio apostólico lo había inducido a recorrer muchas regiones y, por tanto, también más de una comarca pantanosa. Sin embargo, la carencia de documentos explícitos nos impide establecer con exactitud la época en que sintió los primeros ataques de cuartanas. Tal vez padeció ya la malaria cuando estuvo prisionero en Perusa o, al menos, cuando hizo la inmensa caminata hasta España. Con mucha probabilidad sufrió un ataque de malaria alrededor de 1216-1217.71

VI. ENFERMEDADES CUYA FECHA ES DIFÍCIL DE PRECISAR

Es necesario considerar ahora algunos testimonios de las fuentes primitivas que comportan especiales dificultades a la hora de fijar los hechos en ellas relatados. Antes de referirnos a ellos, ofreceremos y examinaremos un texto autobiográfico de san Francisco, tomado de la Carta a todos los fieles:

«Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las odoríferas palabras de mi Señor. Por eso, recapacitando que no puedo visitaron personalmente a cada uno, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he propuesto comunicaros, a través de esta carta y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son "espíritu y vida" (Jn 6,64)» (2CtaF 2-3).

Como el tenor de esta Carta coincide en varios puntos con la Regla no bulada, algunos opinan que san Francisco la dictó a un secretario alrededor de 1221. No debe olvidarse, sin embargo, que dicha Regla sufrió una larga evolución, de suerte que, si se la toma como punto de referencia para concretar la fecha de otro escrito, hay que hacerlo con suma precaución. «La enfermedad y la debilidad de mi cuerpo» encaja muy bien en el año 1221, pero sin que por eso se excluyan totalmente los años precedentes.72

Más difícil todavía es determinar el año en que el Pobrecillo estuvo afecto de una gravísima enfermedad de la que informa el Tratado de los milagros de Tomás de Celano:

«En cierta ocasión en que estaba gravísimamente enfermo en el eremitorio de San Urbano, pidió con voz débil que le dieran vino; le respondieron que ya no quedaba. Mandó entonces que le trajeran un poco de agua y, cuando se la trajeron, la bendijo con la señal de la cruz. Al instante, el agua se transformó, perdió su propio sabor y adquirió otro. Lo que había sido agua pura, se transformó en un vino de solera; y lo que no pudo lograr la pobreza, lo ofreció a beber la santidad. Al probarlo, el varón de Dios se curó con tanta rapidez que aquella admirable conversión de agua en vino fue causa de esta admirable curación, y esta curación admirable atestigua aquella admirable transformación».73

Las fuentes antiguas no indican el año en que el Pobrecillo se encontraba enfermo en el eremitorio de San Urbano, llamado vulgarmente Speco di Sant'Urbano o de Narni. El texto no contiene ningún dato que nos permita precisar mejor la fecha. Ahora bien, como se habla de unased ardiente, producida entre otras cosas por la elevada fiebre, es muy probable que dicha enfermedad fuera un acceso de malaria, en cuyo caso el hecho debió de ocurrir entre los años 1216-1217 y 1219, o después de que Francisco regresara de la Cruzada (1220).74

Hay otro relato, presentado brevemente por Celano y con más detalles en dos fuentes anónimas, que habla de una enfermedad de nuestro Santo, ocurrida en una fecha difícil de fijar:

«Asimismo, en otra ocasión [no en el año en que estaba restableciéndose de las cuartanas en Asís: EP 61], en un eremitorio había tomado alimentos condimentados con tocino en la cuaresma de san Martín [que empezaba el día de la octava de Todos los Santos y terminaba en Navidad] a causa de sus enfermedades, para las cuales era nocivo el aceite. Acabada la cuaresma, al predicar a un numeroso concurso de fieles, sus primeras palabras fueron éstas: "Vosotros habéis venido a mí con gran devoción, pensando que soy un varón santo; pero tengo que confesar ante Dios y ante vosotros que en esta cuaresma he tomado alimento condimentado con tocino". Y casi siempre que comía en casas de seglares o los hermanos le proporcionaban algún alivio corporal por sus enfermedades, luego lo manifestaba claramente en casa o fuera de ella delante de los hermanos y de los seglares que no lo sabían, diciendo: "Tales alimentos he tomado". No quería ocultar a los hombres lo que estaba manifiesto ante el Señor».75

Para determinar una fecha, de este pasaje sólo se deduce lo siguiente: durante el período de ayuno «desde la fiesta de Todos los Santos hasta la Navidad del Señor»,76 el Fundador se encontraba en un eremitorio; según Celano, este eremitorio era el de Podio, o más probablemente Poggio Bustone; según el Espejo de Perfección, esta cuaresma era diferente a la aludida en EP 61, es decir, este hecho no ocurrió en 1220.77 Dicho esto, no hay ningún dato que nos permita deducir con seguridad en qué año ocurrió el hecho relatado. Ahora bien, dado que la pereza del hígado (¿cirrosis?)78 es descrita en un estado tan adelantado que ya no le permitía digerir alimentos preparados con aceite, la fecha que parece convenir mejor al acontecimiento se situaría tras su regreso de Oriente (1220). Por exclusión, pues, los años más probables serían 1221 ó 1222.79

A cuanto parece, los hechos que venimos comentando se produjeron en un mismo eremitorio y durante la misma cuaresma, pues las fuentes anónimas que los refieren añaden inmediatamente una anotación ilustrativa de la maravillosa pureza de alma del Santo. En efecto, «debido a su enfermedad del bazo y al enfriamiento del estómago...», un guardián «quiso coserle, por la parte interior de la túnica, un pedazo de piel de raposa para abrigo del bazo y del estómago». Francisco le replicó: «Si quieres que lleve cosida bajo el hábito la piel de raposa, has de coserme por la parte de fuera otro pedazo de la misma piel, para que sepan todos lo que llevo por dentro».80

Aunque a los testimonios aquí examinados no se les puede asignar un año concreto, hemos procurado reforzarlos de algún modo con argumentos, pues su contenido forma parte del tema que nos hemos propuesto estudiar en el presente trabajo; además, sus aportaciones confirman la opinión de que la malaria fue la principal enfermedad sufrida por Francisco.

VII. LAS ENFERMEDADES DE SAN FRANCISCO QUE SE AGRAVARON A PARTIR DE 1223

Luego de la ardua composición de la Regla definitiva, el santo Fundador fue a Roma para discutirla con el cardenal Hugolino, protector de la Orden y futuro papa con el nombre de Gregorio IX (1227-1241). Una vez aprobada la Regla por Honorio III (1216-1227), el Santo visitó al cardenal León Brancaleone ( 1230) y se hospedó en su palacio:

«Escogió para sí una torre apartada, que en una galería de nueve apartamentos con cubierta facilitaba unas estancias reducidas como de eremitorio. Sucedió, pues, la primera noche; después de una prolongada oración con Dios, cuando se disponía a reposar, vienen los demonios y entablan firmes contra el santo de Dios una lucha a muerte. Lo hostigan por muy largo tiempo y con extrema crueldad y lo dejan al fin medio muerto. Al retirarse los demonios, recobrado ya el aliento, el Santo llama a su compañero, que dormía en otra de las estancias, y al presentársele le dice: "Hermano, quiero que estés a mi lado, porque tengo miedo a quedarme solo. Hace poco que me han azotado los demonios". Y temblaba el Santo y sentía escalofríos como quien tiene fiebre altísima».81 Pensamos que no está fuera de lugar ver en este asalto del demonio una forma particular de la fiebre cuartana. «El bienaventurado Francisco bajó muy de mañana de la torre y fue a ver al señor cardenal y le contó cuanto le había sucedido... El bienaventurado Francisco se despidió y se volvió al eremitorio de Fonte Colombo, cerca de Rieti» (EP 67; cf. LP 117).

Con motivo de este viaje, la Leyenda de Perusa añade:

«Durante largos años sufrió mucho del estómago, del bazo, del hígado y de los ojos. Sin embargo, tenía tanto fervor y oraba con tanta reverencia, que no se permitía, durante la plegaria, apoyarse en el muro o tabique; se mantenía siempre de pie, con la cabeza descubierta, y algunas veces de rodillas, sobre todo cuando pasaba en oración la mayor parte del día y de la noche. Incluso cuando iba a pie por el mundo, se detenía siempre para rezar las horas. Si, por continuas enfermedades, cabalgaba, se apeaba para decir las horas. Volvía en cierta ocasión de Roma -era cuando se hospedó por algunos días en casa del señor León-; el día en que salió de la ciudad llovió de la mañana a la noche. Como estaba muy enfermo, iba a caballo; pero para recitar sus horas se apeó y se mantuvo de pie a la orilla del camino a pesar de la lluvia, que le calaba completamente».82

Mientras permanecía aún en el eremitorio de Fonte Colombo, «unos quince días antes de la natividad del Señor, el bienaventurado Francisco... llamó» a Juan de Greccio y le encargó que preparara una representación escénica del misterio de Navidad. Antes de la fiesta, Francisco se dirigió a Greccio. Fue entonces o poco después cuando le sucedió, pensamos, la historia de la «almohada de plumas que le había procurado Juan de Greccio».83 Relata Tomás de Celano:

«Desde que este santo, convertido a Cristo, había dado al olvido las cosas del mundo, no quiso acostarse sobre colchón, ni tener para la cabeza almohada de plumas. Y ni enfermedad ni hospedaje en casa ajena bastaban a aflojar el freno de esta norma estrecha. Pero sucedió que, hallándose en el eremitorio de Greccio, molestado de mal de ojos mucho más que de ordinario, fue obligado, contra su voluntad, a hacer uso de una pequeña almohada. Así, pues, a la madrugada de la primera noche llama el Santo al compañero y le dice: "Hermano, esta noche no he podido ni dormir ni levantarme a orar. Siento vértigos en la cabeza, me flaquean las rodillas y todo el cuerpo se agita como si hubiera comido pan de cizaña.84 Pienso -siguió diciendo- que en esta almohada que tengo bajo la cabeza está el diablo. Quítamela, que no quiero tener por más tiempo el diablo bajo mi cabeza." Ante esta queja dolorosa, el hermano se compadece del Padre; toma, para llevarla, la almohada que le ha tirado hacia él; pero, al salir de la celda, pierde de inmediato el habla, y se siente oprimido y cohibido por terror tan espantoso, que no puede dar un paso ni mover para nada los brazos. Poco después, a la llamada del Santo, que ha tenido conocimiento de esto, se ve libre, vuelve y cuenta todo lo que ha padecido. El Santo le dijo: "Ayer por la noche rezando las completas, tuve la certeza de que el diablo venía a la celda". Añadió aún: "Nuestro enemigo es muy astuto y perspicaz, y, cuando no puede hacer mal dentro en el alma, da, por lo menos, al cuerpo ocasión de queja"».85

Debemos, ante todo, situar correctamente este episodio en la vida del Santo. La agravación de la enfermedad de los ojos lo supone vuelto ya de Oriente. Más aún, el lugar del eremitorio (Greccio) y el nombre del amigo del Santo (Juan de Greccio) traen inmediatamente a nuestra memoria la celebración escénica de la Navidad de 1223 en Greccio. Por lo tanto, el final de 1223 encaja perfectamente con lo que se cuenta en este relato, aunque no se puede excluir sin más que el acontecimiento sucediera en 1225-1226, cuando Francisco «marchó a la ciudad de Rieti, en la que residía, según decían, un gran especialista en dicha enfermedad [de ojos]».86 La segunda opinión parece a primera vista tanto más verosímil por cuanto Celano parece insinuar que el Poverello volvió varias veces a Greccio después de la Navidad de 1223.87 Por otra parte, el hecho de que el biógrafo mantenga completo silencio respecto a la fotofobia que padecía Francisco y, en cambio, la mencione expresamente al hablar, refiriéndose a un tiempo posterior, de la enfermedad de ojos de Francisco, induce a pensar que este suceso tuvo lugar en la primera de las fechas citadas.88 Pensamos, por ello, que nadie tomará a mal si, a pesar de las objeciones indicadas, situamos este hecho a finales de 1223 o principios de 1224.

Respecto a los síntomas de oftalmía, el Dr. J. Strebel, antes citado, opina que su diagnóstico (una iritis o inflamación aguda del iris provocada por pus y acompañada de dolores neurálgicos) se basa clarísimamente sobre las consideraciones del biógrafo.89 Sin embargo, este autor apoya sus afirmaciones sobre una base débil, pues el que la tuberculosis fuera la principal enfermedad de Francisco no pasa de ser una mera suposición. Con mayor razón, por tanto, este género de escalofríos producidos por la altísima fiebre parece indicar la malaria, sin que por ello pretendamos excluir la acción del demonio sirviéndose hábilmente de la enfermedad y de la almohada como instrumentos de sus astucias.90

Hay que evocar también el siguiente detalle autobiográfico contenido en la Carta a toda la Orden: «Y en muchas cosas he caído por mi grave culpa, especialmente porque no guardé la Regla que prometí al Señor, ni dije el oficio según manda la Regla o por negligencia, o por mi enfermedad, o porque soy ignorante e indocto» (CtaO 39).

Más de un autor ha mantenido que el Poverello envió esta carta al Capítulo general de Pentecostés del año 1224 (2 de junio), ante la imposibilidad de asistir personalmente por encontrarse enfermo.91 En otro lugar hemos procurado demostrar que aquel año, en virtud de la normativa de la Regla bulada (1223),92 no pudo celebrarse el Capítulo general. Permítasenos añadir que la redacción de esta Carta debe situarse en una fecha posterior al 3 de diciembre de 1224, pues en ella Francisco amonesta a que «en los lugares en que habitan los hermanos se celebre sólo una misa cada día» (CtaO 30). Ahora bien, fue el 3 de diciembre de 1224 cuando Honorio III concedió a los hermanos el privilegio del uso del altar portátil en sus casas y oratorios.93 Por tanto, la confesión de Francisco se refiere sin duda a una época posterior a su estigmatización.

Para completar cuanto venimos exponiendo, aludamos brevemente una vez más a los testimonios que afirman que Francisco, debido a su debilidad física, subió al monte Alverna a lomos primero de un caballo y, después, de un asno. Las fuentes anónimas coinciden en decir que Francisco se servía de una bestia de carga para sus desplazamientos sólo en caso de extrema necesidad. Además, el encantador relato en el que Celano describe la familiaridad entre Francisco y el halcón en el monte Alverna indica también que el Pobrecillo estuvo bastantes veces enfermo durante aquella cuaresma. Dice así:

«Mientras el bienaventurado Francisco, huyendo, según costumbre, de la vista y el trato con los hombres, estaba en cierto eremitorio [el Alverna], un halcón que había anidado en el lugar entabló estrecho pacto de amistad con él. Tanto que el halcón siempre avisaba de antemano, cantando y haciendo ruido, la hora en que el Santo solía levantarse a la noche para la alabanza divina. Y esto gustaba muchísimo al santo de Dios, pues con la solicitud tan puntual que mostraba para con él le hacía sacudir toda negligencia. En cambio, cuando al Santo le aquejaba algún malestar más de lo habitual, el halcón le dispensaba y no le llamaba a la hora acostumbrada de las vigilias; y así -cual sí Dios lo hubiese amaestrado- hacia la aurora pulsaba levemente la campana de su voz».94

Aunque el biógrafo silencia el género de enfermedad, no nos saldremos mucho de los límites de la verdad histórica si suponemos que Francisco sufrió entonces accesos de fiebre intermitente o sus secuelas.

VIII. RESUMEN DE LAS PRINCIPALES AFIRMACIONES

Dados los límites que nos hemos impuesto en este estudio bio-patológico, no vamos a prolongar la lista de enfermedades padecidas por Francisco. Nos habíamos propuesto como meta analizar si el Pobrecillo, al igual que otros estigmatizados posteriores a él, sufrió diversas enfermedades extrañas y extraordinarias antes de recibir los estigmas.

1. Aparece con bastante claridad que Francisco, ya antes de recibir en septiembre de 1224 el privilegio de las llagas en el monte Alverna, estuvo enfermo con frecuencia, y esto no sólo a causa de las enfermedades así llamadas funcionales o psicogenéticas, sino también a causa de órganos afectados por graves enfermedades, tales como el estómago, los ojos, el hígado y el bazo, y de la malaria crónica. La falta de testimonios no nos permite establecer con precisión el comienzo y la frecuencia de cada una de las enfermedades. Sólo una vez hablan las fuentes primitivas de la repentina curación de una enfermedad grave.

2. Respecto al decurso de las enfermedades del Santo, puede retenerse lo siguiente:

a) La frágil salud del hijo del mercader de telas Pietro di Bernardone sufrió un primer y rudo golpe en 1202-1203, durante su estadía en la prisión de Perusa. ¿Qué enfermedad padeció? Dado el silencio de los documentos, sólo pueden emitirse conjeturas: Francisco padeció la malaria o, menos probablemente, la tuberculosis.

b) Tras su total conversión a Cristo, el Pobrecillo, al parecer, no tardó en contraer una enfermedad de estómago (¿úlcera gástrica?), a causa de la alimentación malsana e insuficiente, así como de las inhumanas fatigas soportadas en su ministerio apostólico. Pero exagera el autor del opúsculo Santissimi Patris nostri Francisci intentio Regulae cuando pone en boca del Santo estas palabras: «Mientras tuve el gobierno de los hermanos..., a pesar de que desde el comienzo de mi conversión a Cristo estaba yo enfermo... (licet ab initio meae conversionis ad Christum infirmus fuerim)». Más se acerca a la verdad el compilador desconocido de la Leyenda de Perusa cuando, en el mismo texto, sustituye infirmus-enfermo por infirmitius-enfermizo: «...a pesar de que desde el comienzo de mi conversión a Cristo era yo enfermizo...».95

c) Cuando, alrededor del año 1215, Francisco vino a España y, al parecer, a pie, padeció una pérdida total de fuerzas, provocada por una dispepsia gástrica muy agravada o por un acceso de fiebres intermitentes, a lo que se sumó una afonía pasajera.

d) Probablemente hacia 1216-1217, Francisco cayó tan gravemente enfermo que tuvo que aceptar la hospitalidad de Guido II, obispo de Asís. Aunque las fuentes silencian de qué enfermedad se trató, es casi seguro que Francisco estuvo afecto de malaria.

e) Cuando, en 1219, el Santo se unió a la Cruzada, acampada frente a Damieta, contrajo una grave enfermedad de ojos (probablemente una conjuntivitis tracomatosa, y no un glaucoma secundario producto de la tuberculosis) y, además, la malaria, en forma de cuartanas. Los escalofríos de la fiebre recidivaron ciertamente a finales de 1220 o principios de 1221.

f) No se puede determinar con precisión la fecha ni la naturaleza de la grave enfermedad contraída por el Santo en el eremitorio de San Urbano (Speco di Narni). No es improbable que le sobreviniera a su regreso de Oriente y que se tratase, así lo creemos, de cuartanas.

Tampoco se puede fijar la fecha exacta de la agravación de su enfermedad de hígado, ocurrida durante la cuaresma de Adviento que Francisco pasó en el eremitorio de Poggio Bustone (¿1221-1222?).

g) Desde finales de 1223, las enfermedades del Santo, tanto la de ojos como la malaria, se fueron agravando y trajeron consigo enfermedades del hígado y del bazo, a consecuencia de la funesta presencia del plasmodium.

h) El debilitamiento físico se agravó tanto que, cuando se dirigía al monte de la crucifixión mística, Francisco se vio obligado a subir a lomos de una bestia de carga; y, tras la subida, estuvo frecuentemente enfermo, bien a causa de la malaria, bien a causa de los funestos efectos de esta enfermedad que había afectado varios órganos.

3. La mención autobiográfica relativa a su propia enfermedad, contenida en la Carta a toda la Orden, se refiere sin duda a una fecha posterior al 3 de diciembre de 1224 y, por tanto, se sitúa fuera del ámbito que nos habíamos propuesto en este artículo.96

* * *

N O T A S:

1) F. L. Schleyer, Die Stigmatisation mit den Blutmalen, Hannover 1948, especialmente pp. 105-107.- Véase también R. Biot, L'énigme des stigmatisés, París 1955, p. 66; S. Borelli - R. Fürst, Die Stigmatisation, das extreme Beispiel einer psychogenen Dermatose, en Praxis 49 (1960) 389-396; O. Schmucki, Stigmatisation, en Lexikon für Theologie und Kirche, IX, Friburgo de Brisgovia 1964, 1081s.

2) De S. Francisci Assisiensis stigmatum susceptione, en Coll Franc 33 (1963) 210-266, 392-422; 34 (1964) 5-62, 241-338; en adelante lo citaremos: O. Schmucki, Stigmatum susceptio.

3) En modo alguno pretendemos conocer todas las obras de medicina que estudian el presente tema. Por desgracia, en más de una ocasión estos estudios no conocen todos los testimonios de las fuentes primitivas. Esto explica que las opiniones de los distintos autores sean tan diversas.

4) Véase también LM 1,2; F. De Beer, La conversion de saint François selon Thomas de Celano, París 1963, pp. 51, 78-80, 88, 103s, 260s; respecto al método erróneo seguido en este estudio, véase nuestra reseña en Coll Fran 34 (1964) 183s.

5) «Pero aquella vida desordenada iba agotándolo; y un día -tenía 22 años- cayó gravemente enfermo a consecuencia de la misma»; «Francisco había bebido, hasta la saciedad, en las copas del placer»: G. Portigliotti, S. Francesco d'Assisi e le epidemie mistiche del medio-evo, Milán 1909, 37; véase O. Schmucki, Stigmatum susceptio 33 (1963) 219s.- R. Ritz, Le subconscient religieux dans la conversion de saint François d'Assise. Tesis presentada en la Facultad de Teología Protestante de la Universidad de París, Caen 1906, 39-45. En esta disertación bastante sorprendente, por no emplear un calificativo más subido, sobre la influencia del subconsciente o del yo subliminal en el proceso de conversión de Francisco («No pretendemos hacer historia...; sólo deseamos mostrar, en la vida de san Francisco, el papel poderoso y decisivo del yo subliminal, la maravillosa y transformadora fuerza de las ideas profundas del hombre» [25]), el autor parece vincular la enfermedad de Francisco sobre todo a los excesos en la mesa. «De regreso de la cautividad, los jóvenes asisienses reemprendieron su alegre vida de antes; recomenzaron las fiestas y los cantos, a tal punto que Francisco cayó enfermo» (39). Y define la naturaleza de la enfermedad con los siguientes términos: «un debilitamiento general, una disminución de la actividad orgánica, una grave fatiga» (42).

6) A. Fortini, Nova vita di san Francesco, II, Santa María de los Ángeles-Asís 1959, 113-121

7) 2 Cel 4: «Cuando, en efecto, se desencadena no poco estrago, por el conflicto de la guerra, entre los ciudadanos de Perusa y de Asís, Francisco, con otros muchos, cae prisionero, y, encadenado como ellos, experimenta las miserias de la cárcel». Sobre el terrible tratamiento a que eran sometidos los prisioneros de guerra en aquel tiempo, se encontrarán diversos detalles en H. Felder, El caballero de Cristo, Francisco de Asís, Barcelona, Ed. Seráfica, 1957, 35-36: «Las penas de cárcel eran en aquellos tiempos extraordinariamente duras. Se trataba con bárbaro rigor, en especial a los presos políticos y militares. El mero recuento de tales torturas produce escalofríos...» Sobre la determinación de la fecha, véase A. Fortini, ibid., 171s.

8) Véase A. Fortini, ibid., 169-179, sobre todo 178-179.

9) Henricus Abrincensis, Legenda versificata, lib. 1, vv. 94-108, en Anal Franc X, Quaracchi-Florencia 1926, 410s. Sobre este autor, véase ibid., LI-LV, y S. Clasen, Legenda antiqua S. Francisci (Studia et documenta franciscana, 5), Leyde 1967, 350-354.

10) El célebre poeta dedicó su vida en verso a Gregorio IX, probablemente en 1232 ó 1234. «...Todo su material lo tomó, sin añadir ningún hecho nuevo, de la Vida primera de S. Francisco» de Celano (Anal Franc X, p. LI); cf. también M. Bihl, en Arch Franc Hist 22 (1929) 3-53.

11) Th. Cotelle, Saint François d'Assise. Étude médicale, París 1895, 73; L. Gualino, L'Uomo d'Assisi, Turín 1927, 97s. «Permanece desconocida la naturaleza real de aquella enfermedad que afligió por largo tiempo a Francisco, exprimiéndole las carnes y agotándole las fuerzas» (98).- C. Andresen, Franz von Assisi und seine Krankheiten, en Wege zum Menschen 6 (1954) 33-43, especialmente 33.

12) A. Bournet, S. François d'Assise. Étude sociale et médicale, Lyón-París [1893], 113s, quien se pregunta si esta enfermedad era «una fiebre palustre» o «una de esas crisis que podría llamarse fiebre moral». De las consideraciones subsiguientes se deduce que el autor se inclina por la segunda hipótesis.

13) Que sepamos, el primero que ha estudiado el tema y adelantado esta explicación es O. Parisotti, Quo morbo oculi sensum amisit Franciscus ab Assisio, Roma 1918, 13.- R. H. Major, Disease and Destiny, Nueva York 1936, ha procurado dar a esta hipótesis bases más amplias. Esta opinión ha encontrado nuevos argumentos en J. Strebel, Diagnose des Augenleidens des hl. Franziskus von Assisi, en Klinische Monatsblätter für Augenheilkunde 99 (1937) 252-260, 252s. En el mismo sentido se pronunció también M. Iribarren, Los grandes hombres ante la muerte. Capítulos decisivos (Hombres, épocas, países), Barcelona, Montaner y Simón [1951], 352 pp., a quien contradice el médico L. Ginoccchio Feijò, Biopatografia di S. Francesco d'Assisi, en Frate Francesco 31 (1964) 123-127, 123s.

14) LM 1,2: «...y la diestra del Altísimo operó en su espíritu un profundo cambio, afligiendo su cuerpo con prolijas enfermedades para disponer así su alma a la unción del Espíritu Santo». Véase, más arriba, la nota 4. Dice Celano respecto a la lentitud de su convalecencia: «Y cuando, ya repuesto un tanto y, apoyado en un bastón, comenzaba a caminar de acá para allá dentro de casa para recobrar fuerzas, cierto día salió fuera y se puso a contemplar con más interés la campiña que se extendía a su alrededor. Mas ni la hermosura de los campos, ni la frondosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los ojos pudo en modo alguno deleitarle» (1 Cel 3).

15) En base a lo que expondremos más adelante (V, 2), nos inclinamos a creer que lo que entonces tuvo Francisco fue la malaria. Puede añadirse aquí lo que dicen los Tres Compañeros 6, hablando de cuando Francisco recobró la salud: «Luego de emprender el viaje y de haber llegado a Espoleto, para continuar hasta la Pulla, se sintió enfermo (aliquantulum infirmaretur in corpore)». El valor de este testimonio depende de la antigüedad y autenticidad de esta fuente, afirmadas por S. Clasen, K. Esser, F. van den Borne, Th. Desbonnets, O. Schmucki, y fuertemente impugnadas por G. Abate, J. Cambell, L. Di Fonzo. El testimonio citado, si se supone su valor histórico, se explicaría bien con el retorno imprevisto de la fiebre malaria.

16) Véase A. Bournet, S. François, 83s: «A los 31 años, estaba secretamente minado por sus continuos ayunos» (84); «...desde el principio de su apostolado experimentó trastornos gástricos. No cesaron de agravarse. Estos desórdenes del sistema digestivo, cuya naturaleza exacta resulta difícil de concretar en su comienzo, parecen tener como causa el brusco cambio de régimen y la sobrefatiga con sus dos elementos fundamentales: el exceso de trabajo cerebral o excitación, la insuficiencia de descanso y de restablecimiento» (117).- Th. Cotelle, S. François, 75: «Afecto de trastornos gástricos desde los primeros años de su conversión, el mal experimentó una rápida progresión, y a los simples trastornos de estómago se añadieron gravísimos accidentes dispépticos».- L. Gualino, Uomo, 6-9 (sobre la mortificación corporal); 100: «En la metamorfosis espiritual de Francisco intervino, pues, algo mucho más arduo que una vulgar enfermedad, aun cuando ésta, sumándose a la endeblez de su constitución junto con la maceración de sus abstinencias, llevaba a producir aquel estado de debilidad general que indican sus biógrafos referida poco más o menos al año 1209».- Respecto a la dispepsia gástrica, ésta puede ser doble: sintomática (secundaria) o esencial (primaria), según que provenga de lesiones anatómicas (por ejemplo, una úlcera) o de una causa neuropsíquica; cf., más adelante, nota 32.

17) L. Gualino, Uomo, 104s; según A. Bournet, S. François, 127: «Francisco de Asís sucumbió a una úlcera simple de estómago y a una hepatitis». Véase también Th. Cotelle, S. François, 182.

18) 1 Cel 83: «De estatura mediana, tirando a pequeño»; 2 Cel 17: «un religioso pequeño y despreciable»; 2 Cel 24: «...yo, pequeño de estatura y de tez negruzca»; véase también el testimonio de Tomás, archidiácono de Spalato, muerto en 1268, y que oyó predicar al Santo en Bolonia en 1222: «Desaliñado en el vestido, su presencia personal era irrelevante, y su rostro nada atrayente» (San Francisco de Asís. Escritos... 970).

19) TC 14 y 22.- Desde la medicina, el testimonio sobre los ojos «recargados de sangre» se explica o bien por el don carismático de lágrimas y la rojez de ojos debida a sus continuos lloros, o bien, aunque menos probablemente, por las lágrimas de sangre debidas a lesiones orgánicas del ojo o filtradas por la mucosa conjuntiva intacta, a causa de una grandísima emoción psíquica.- Véase también 2 Cel 14: «Así, al tiempo en que se afanaba en la restauración de la iglesia que le había mandado Cristo, de tan delicado como era, iba tomando trazas de campesino por el aguante del trabajo. Por eso, el sacerdote encargado de la iglesia, que lo veía abatido por la demasiada fatiga, movido a compasión, comenzó a darle de comer cada día algo especial, aunque no exquisito, pues también él era pobre... Y se va decidido a Asís, y pide cocido de puerta en puerta, y, cuando ve la escudilla llena de viandas de toda clase, se le revuelve de pronto el estómago; pero, acordándose de Dios y venciéndose a sí mismo, las come con gusto del alma».

20) EP 18; lo mismo expresa LP 51.- Se dice también en EP 27: «Nosotros que estuvimos con él damos testimonio de que él obró durante toda su vida con discreta moderación para con sus hermanos, pero de suerte que no se desviaran nunca en la comida y otras cosas de la pobreza y de las exigencias de nuestra Religión. Sin embargo, el santísimo Padre, no obstante su debilidad natural y que en el mundo no había podido vivir sino entre cuidados, desde el principio de su conversión hasta el fin de su vida trató a su cuerpo con austeridad».- Véase también LP 50: «Sin embargo, en cuanto a él, tenemos que decir que trató a su cuerpo con dureza tanto desde los inicios de su conversión, cuando todavía no contaba con hermanos, como durante toda su vida, a pesar de que desde joven fue de constitución delicada y frágil, y en el mundo no podía vivir sino rodeado de cuidados».- EP 51: «Ya en el siglo era delicado y débil de contextura, y se fue debilitando cada vez más, desde que abandonó el siglo, por las excesivas abstinencias y por las mortificaciones que se imponía».

21) 2 Cel 114. El texto precedente no contiene ningún indicio que nos permita fijar con exactitud la fecha en que ocurrió el hecho.

22) EP 91; LP 77. Dice 2 Cel 96, sin precisar la fecha: «En el rezo de las horas canónicas era temeroso de Dios a par de devoto. Aun cuando padecía de los ojos, del estómago, del bazo y del hígado, no se apoyaba en muro o pared durante el rezo de los salmos...».- Véase de nuevo EP 91 (LP 77, aunque con otras palabras, viene a decir lo mismo). «Sentía el bienaventurado Francisco tal fervor en el amor y compasión de los dolores y sufrimientos de Cristo y sufría tanto externa e internamente todos los días ante la consideración de la pasión del Señor, que no se cuidaba de sus propias enfermedades. Durante largo tiempo hasta el día de su muerte padeció enfermedades del estómago, del hígado y del bazo; y, a contar del tiempo en que regresó de ultramar, sufrió dolores atroces de los ojos; no obstante, nunca se preocupó de hacerse curar»; adviértase que esta lista de las enfermedades se ajusta más a la realidad histórica que la ofrecida por 2 Cel 96.- Las afirmaciones de Bartolomé de Pisa, De Conformitate, en Anal Franc IV, 117: «...estaba siempre enfermo...», y, ibid V, 426: «...aun cuando a causa de una penitencia muy rigurosa... sufrió siempre del bazo, del estómago y de los ojos...», rebasan ciertamente la verdad histórica.

23) 1 Cel 51.- Respecto a la observancia del Evangelio, véase Anal Franc X, 40 nota 4.- Véase también LM 5,1.- No se debe exagerar, sin embargo, la ausencia de alimentos cocidos, como hemos demostrado en Stigmatum susceptio 34 (1964) 32 nota 209.

24) Véase el texto y la bibliografía presentados en nuestro estudio Das Leiden Christi im Leben des hl. Franziscus von Assisi, en Coll Franc 30 (1960) 369, o en la edición separada: Roma 1960, 81; véase también A. López, Viaje de S. Francisco a España (1214), en Arch Iber Amer 1 (1914) 25-28; I. Omaechevarría, Solidez histórica de la tradición de S. Bartolomé de Rocaforte, ibid, 26 (1966) 41-47.- En cuanto a la presencia de Bernardo, véase la nota 28.

25) Según Mariano de Florencia, muerto en 1523, Compendium chronicarum FF. Minorum, en Arch Franc Hist 2 (1909) 93, el Pobrecillo habría partido de Santa María de la Porciúncula, pasando por Borgo San Sepolcro y San Leo, y después habría tomado el camino de España. Véase también Actus B. Francisci et sociorum eius, c. 9: P. Sabatier, París 1902, 30-34.- Aunque sea imposible controlar la autoridad de las fuentes de las que toma el cronista sus datos, la afirmación no carece de verosimilitud. En este caso, Francisco, siguiendo primero el camino del valle del Tíber, habría tomado el camino de los francos (via Francorum, Francigena o Francisca) que conduce a Arles, pasando por Pavía y Vercelli; cf. M. Bihl, De nomine S. Francisci, en Arch Franc Hist 19 (1926) 494-496.

26) Actus, cap. 3, nn. 1-4: Sabatier, 11; debe advertirse, con todo, que el capítulo en cuestión (nn. 11-16) relata hechos que son fruto de una fecunda imaginación; cf. Flor 4.- Véase también Arnaldo de Sarrant, Chronica XXIV generalium ministrorum O. Min., en Anal Fran III, 9 (este autor escribió probablemente entre 1369 y 1374): «Cuando (Francisco) llegó a España, cayó gravemente enfermo; sin embargo, pudo visitar devotamente la tumba del apóstol Santiago».- L. Wadingo, Annales Minorum, I, Quaracchi, tercera edición, 1931, 220, dice sinceramente: «Pero nadie nos ha indicado con exactitud dónde cayó enfermo ni qué regiones atravesó durante su viaje».- Véase, por último: L. Vázquez de Parga - J. M. Lacarra - J. Uría Ríu, Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, I-III. Madrid 1948/49; I, 76s (sobre san Francisco); II, muchas veces (sobre el itinerario que seguían los peregrinos en Francia y en España); III: véase especialmente el mapa añadido al final del volumen con el itinerario de España.

27) Gál 2,11: «in faciem ei restitit», «se enfrentó con él cara a cara». Nótese la cita bíblica de Gál 2, 11, en la que Pablo echa en cara a Pedro su actitud hacia los cristianos venidos de la gentilidad. Según C. Andresen, Franz von Assisi, 34, la elección de esta cita bíblica quiere tal vez poner de manifiesto que aquella enfermedad estuvo acompañada de una visión. Es posible.- Como ejemplo de un punto de vista puramente personal, véase F. De Beer, Conversión, 99: «¿Tendría, pues, Francisco un carácter autoritario, dictatorial incluso? No es algo que haya que excluir, pues no sólo aparece como un ser ariscamente personal, sino también como alguien que impone a los demás sus propios caprichos. A decir verdad, no obedece a nadie. Dios mismo tendrá que hacerle frente para contrarrestar su deseo de martirio: "in faciem ei restitit"». Otro tanto hay que decir de lo que afirma el autor en la página 260 de la misma obra.

28) 3 Cel 34, en Anal Franc X, 285; [contra lo que indica la ed. de la BAC, 1978, p. 366, el texto de 3 Cel 34 sólo en parte es equivalente a 1 Cel 56]. Bernardo de Besse, Liber de laudibus B. Francisci, cap. 4, en Anal Franc III, 675, dice: «Como a su regreso de España, débil por una gravísima enfermedad, había dicho durante el camino al hermano Bernardo...». Sobre este hermano, Bernardo de Quintavalle, muerto entre 1241 y 1246, véase A. Fortini, Nova vita, II, 273-276.

29) En ninguna fuente se dice que se empleara el barco para el viaje. Aparte el camino recorrido en Italia, con un enorme desgaste de fuerzas, y el de Francia, es probable que, desde Arles, tomara el camino de Santiago, a saber, Montpellier, Tolosa, Canfranc, Jaca, Puente la Reina, Estella, Burgos, León, Palaz del Rey, Compostela. Si los peregrinos que hacían el recorrido a caballo gastaban trece días para llegar desde los Pirineos a Compostela, a pie hacían falta, al menos, el doble. Véase la bibliografía de la nota 26, y R. García Villoslada, Historia de la Iglesia Católica, II, Madrid, BAC, 1953, 506s.

30) La pérdida de la voz, pasajera, fue de carácter funcional y no orgánico. Los primeros médicos que estudiaron la cuestión no conocieron este relato.

31) EP 91; véase también más arriba, nota 22 y, más adelante, notas 44 y 70.

32) L. Gualino, Uomo, 104s; véase también, más arriba, nota 16s.- O. Parisotti, Quo morbo, 6s, piensa también que la larga y dolorosa enfermedad de estómago de Francisco era debida a una úlcera.

33) L. Gualino, Uomo, 100; véase también Ét Franc 40 (1928) 538, donde se relatan los mismos hechos.

34) Annales Min, I, tercera edición, 159, 163.

35) Cf. 1 R 2. Véase K. Esser, La Orden franciscana. Orígenes e ideales (Col. Hermano Francisco, 2). Aránzazu, 1976, pp. 190s, 209ss.

36) Sobre el origen de las provincias, cf. O. Schmucki, Stigmatum susceptio 33 (1963) 399 nota 28, y los estudios indicados en Bibliog Franc XII (1958-1963) n. 1249.- EP 8; LP 56.

37) Proposición explícitamente contenida en LP 56: «Desde que los hermanos llegaron y se establecieron en aquel lugar (Santa María de la Porciúncula), casi todos los días el Señor aumentaba su número. La noticia de los hermanos y su fama se extendió por todo el valle de Espoleto».

38) San Francisco de Asís. Escritos..., página 963.

39) Véase EP 55 y LP 56.- Permítasenos remitir al lector a nuestro estudio «Secretum solitudinis», en Coll Franc 39 (1969) 43-45 (sobre el sentido de la palabra domus en las fuentes primitivas); cf. Sel Fran n. 8 (1974) 166-169.

40) Véase, mas adelante, V, 2: Las cuartanas.

41) En Leiden Christi, 369-376, hemos expuesto cómo participó Francisco en la V Cruzada; véase también A. Ghinato, S. Franciscus in Oriente Missionarius et Peregrinus, en Acta O.F.M. 83 (1964) 164-181.

42) 1 Cel 57; cf. Leiden Christi, 370s nota 132.

43) Jordán de Giano, Crónica, n. 10, en Sel Fran n. 25/26 (1980) 240s.

44) LP 77; EP 91.- Tomás de Celano nunca relaciona el mal de ojos con el viaje a Oriente; véase 1 Cel 98, 99, 101, 105; 2 Cel 34, 44, 64, 92, 93, 96, 126, 166, 215. Estas citas hacen referencia sobre todo a la época siguiente.

45) LM 5, 8; véase también, de S. Buenaventura, Sermo V de angelis, n. 2: Op. om., IX, 625s, así como Sermo I de S. Maria Magdalena, n. 2: 557a: «Y el bienaventurado Francisco lloró tanto que los médicos le dijeron que dejara de llorar, o se quedaría ciego; y se quedó ciego a causa de las lágrimas».- Respecto al pasaje de Tomás de Celano, Legenda ad usum chori, n. 12, en Anal Franc X, 123: «ciego ya por la multitud de lágrimas», véase ibid., 720; el pasaje no es auténtico. Véase también aquí, más arriba, nota 19.

46) Cf. O. Schmucki, Stigmatum susceptio 33 (1963) 260-263.

47) «La lacrimación es más intensa en el llanto por motivos internos del ánimo... y cuando la mucosa conjuntiva del ojo ha sido herida e inflamada (conjuntivitis) por causas externas irritantes..., pero ocurre también normalmente, aunque de manera lenta y, por tanto, insensible... La secreción lacrimal de las respectivas glándulas lacrimales está controlada por el simpático cervical...» (L. Segatore - G. A. Poli, Dizionario medico, 679a).- Véase también Th. Cotelle, S. François, 175; L. Gualino, Uomo, 95; Talbot, La cécité de saint François, en Amis de St. François (París) 3 (1937) 85s, oftalmólogo, afirma: «El papel anteriormente atribuido, en la etiología del tracoma [véase más adelante], a los agentes físicos: arena, fatiga, calor, lágrimas, etc., es una invención» (85).

48) EP 115: Sabatier, 325, n. 61; Lemmens, 70s, n. 1. Véase también, más arriba, nota 19.

49) Del griego «cacochumos»: lleno de humores malignos y nocivos; aquí humores malignos y corrompidos; «cacochumia»: exceso de humores viciosos.

50) H. Abrincensis, Legenda versificata, libro 12, vv. 70-84, en Anal Franc X, 479s; véase también, más arriba, notas 9-10.

51) A. Bournet, S. François, 118-123.

52) Th. Cotelle, S. François, 173s, 175, 160-180 (enfermedad de los ojos).

53) O. Parisotti, Quo morbo oculi, 7s, l0s, 13-15.

54) J. Strebel, Diagnose des Augenleidens, 255, 252-259.

55) J. Strebel, ibid., 255.- Este mismo autor, basándose sobre la obra de H. F. Magnus, Geschichte des Grauen Staares, Leipzig 1876, aporta ejemplos de cauterización, tanto de la antigüedad como de la Edad Media (257), y enumera los tratamientos empleados entonces para curar la oftalmía (258s).

56) Hemos tomado esta cita de Segatore - Poli, Dizionario, 1163ab. Los autores que sostienen esta opinión son: G. Lodato, La malattia d'occhi di S. Francesco d'Assisi, Milán, Tip. Coop. «Il Rotary», 1927, 8 pp. (cf. Misc Franc 30 [1930] 64a, pues no hemos podido consultar estas páginas); Talbot, La cécité, 85s.- L. Ginocchio Feijò, Biopatografia di S. Francesco, 124.

57) L. Gualino, Uomo, 90.

58) «La cruenta terapia empleada para curar a Francisco no sólo nos deja en la duda respecto a la clase de afección ocular que se intentaba combatir, sino que también suscita la duda sobre si aquel tratamiento iba destinado a curar, más que el mal de ojos en sí mismo, los dolores de cabeza producidos por el mismo o provocados por otras razones completamente distintas» (92s).

59) Ibid., 93.- Es claro que el autor depende, en estas páginas, de O. Parisotti, Quo morbo oculi, sobre todo 15-26. Por eso, la afirmación de un especialista en la materia, un oftalmólogo, se opone a la de otro (cf. más arriba, nota 54). Es absolutamente claro que las fuentes primitivas presentan el hierro incandescente como un tratamiento de la enfermedad de ojos. Bastará un simple ejemplo: 1 Cel 101: «Solícito y devoto [el cardenal Hugolino] se cuidaba de cómo el bienaventurado Padre podría recuperar la perdida salud de la vista, pues le reconocía santo y justo y en extremo necesario para la Iglesia de Dios... Mas en tal forma había penetrado el mal (estamos en 1125-1126), que para remediarlo en algo se precisaba contar con un especialista extraordinario y echar mano de procedimientos dolorosísimos. De hecho sufrió cauterios en varias partes de la cabeza, le sajaron las venas, le pusieron emplastos, le inyectaron colirios; en lugar de proporcionarle alivio, estas intervenciones le perjudicaban casi siempre».

60) «Y como no había cumplido en su carne lo que faltaba a la pasión de Cristo (cf. Col 1,24), aunque llevase en su cuerpo las llagas (cf. Gál 6,17), le acometió una gravísima enfermedad de ojos» (1 Cel 98). Pero no es necesariamente el principio de la enfermedad lo que aquí se indica. Las fuentes anónimas concuerdan en afirmar lo contrario; es pues muy probable que lo que el hagiógrafo ha querido explicar aquí sea un estado que iba deteriorándose durante los dos años antes de su muerte.

61) Ibid., 94.

62) Véase, más adelante, nota 88.

63) Esta dimisión, por lo demás, no hay que tomarla en sentido absoluto, pues el Santo mostraba con su comportamiento que había conservado para sí la autoridad suprema, aun cuando hubiese nombrado a Pedro como su vicario personal y un asociado que compartía su autoridad. Cf. K. Esser, Das «ministerium generale» des hl. Franziskus von Assisi, en Franz Stud 33 (1951) 329-348, sobre todo 345.- Sobre la nueva hipótesis de R. B. Brooke, Early Franciscan Government. Elias to Bonaventura, Cambridge 1959, 73-86, 106-122, que quisiera anticipar dicha dimisión a los años 1217-1218, véase nuestro estudio: Franciscus «Dei laudator et cultor», en Laurentianum 10 (1969) 246, nota 246.

64) 2 Cel 143; véase, igualmente, 2 Cel 151 y EP 39. No podemos extendernos aquí sobre los otros motivos que impulsaron a Francisco a renunciar al ejercicio de su cargo.

65) Pictantia era «la porción de alimento de un monje, del valor de una picta», es decir, una «moneda del condado de Poitiers, casi la más pequeña de las monedas» (C. D. Du Cange, Glossarium mediae et infimae Latinitatis, V, París 1845, 246a y 245b). Véase también L. Hardick, Nach Deutschland und England, Werl en Wesfalia 1957, 124, nota 34: «La pitanza era un suplemento para la comida normal; constaba sobre todo de carne o pescado». De todo el contexto se deduce que el Santo entendía con ello «carne y caldo condimentado con carne» (EP 61).

66) LP 80; véase también el texto paralelo de EP 61; véase igualmente el testimonio de 1 Cel 52; LM 6, 2; cf. Leiden Christi, 358.

67) Como se puede deducir de una piedra antigua empotrada en el muro derecho exterior de dicha capilla: «Anno D.ni MCCXXI VI id. martii corpus fr. P. Catanii qui hic requiescit migravit ad Dominum animam cuius benedicat Dominus. Amen» (A. Fortini, Nova vita I/2, 140, nota 3: véase también II, 276-280).

68) 1 R 3.- Según la afirmación de Jordán de Giano (Crónica, 17), en el Capítulo de Pentecostés de 1221 (30 de mayo), san Francisco se encontraba «delicado de salud» y «todo lo que tenía que comunicar al Capítulo lo comunicaba por medio de fray Elías»; san Francisco estaba «sentado a los pies» de fray Elías (cf. Sel Fran n. 25-26, 1980, 245).

69) Respecto a la naturaleza y características de la enfermedad, hemos seguido a Segatore - Poli, Dizionario medico, 716a-723a.

70) Segatore - Poli, Ibid., 720s, 428s, 1109b, y Marchiafava, en Enc It XXI, 998a: «Los principales síntomas de la caquexia son la anemia grave, el tumor esplénico a veces enorme, la hepatomegalia, el enflaquecimiento, la anorexia, la dispepsia y la diarrea, frecuentes hemorragias de nariz y encías». Cf. EP 91, citado más arriba, nota 22; véanse también, más adelante, las notas 75-78.

71) Véase, más arriba, I, III, IV.- Conviene advertir que durante esta enfermedad, el Pobrecillo no aceptó la hospitalidad de Guido II; 1 Cel 52, dice efectivamente: «...recobradas las fuerzas del cuerpo, entró en la ciudad de Asís. A1 llegar a la puerta...». Esto se explica por el desarrollo de la Fraternidad en aquellos años. El mismo año (1220) sin duda, el vicario general proyectaba la erección de una casa más grande (véase más arriba, nota 39).- Dando por supuesta la veracidad de los testimonios anónimos, hay que advertir, no obstante, que parecen contradecirse cuando afirman que Francisco había rechazado el dejarse curar sus enfermedades (véase más arriba, nota 22).

72) Respecto a la opinión expuesta, véase, por ejemplo, K. Esser - L. Hardick, Die Schriften des hl. Franziskus von Assisi, Werl en Westfalia 1956, 46; respecto a la evolución de la Regla no bulada, véase, entre otros, L. Casutt, Alteste Lebensform, passim, y sobre todo D. E. Flood, Die Regula non bullata der Minderbrüder, Werl en Westfalia 1967; cf. nuestra recensión en Coll Franc 38 (1986) 207s.

73) 3 Cel 17, en Analecta Franciscana X, 280; abreviado, en 1 Cel 61. San Buenaventura, LM 5,10, también refiere el hecho.- L. Wadingo, Annales, I, tercera edición, 172, sitúa el hecho en 1213. Puesto que ningún testimonio de las fuentes insinúa la fecha, no nos detenemos en discutir la fecha exacta de este hecho. Respecto a la naturaleza de la enfermedad, dice: «...como le atormentase aquella molesta fiebre y le sobreviniese un fuerte dolor de estómago, sintiendo que le abandonaban las fuerzas, pidió un vaso de vino». Esta afirmación no carece de probabilidad.- Véase, por último G. Mancini, Lo Speco di Narni luogo inedito di S. Francesco, Santa María de los Ángeles 1960, sobre todo 10, 26s, 28s, y O. Schmucki, Stigmatum susceptio 34 (1964) 14.

74) Véase, más arriba, IV y V 1-2.

75) EP 62; el mismo hecho en LP 81; 2 Cel 131 dice: «El episodio tuvo lugar en el eremitorio de Poggio, alrededor de la Navidad. El Santo comenzó su predicación a una gran multitud, convocada para oírlo, con estas palabras: "Vosotros me tenéis por santo, y por eso habéis venido con devoción. Pero yo os confieso que en toda esta cuaresma he tomado alimentos preparados con tocino". Y así, atribuía muchas veces a gula lo que había tomado antes por razón de la enfermedad».

76) Este ayuno lo prescribe 1 R 3,11, y 2 R 3,5.- En las fuentes anónimas, a este ayuno se le llama de san Martín porque el precepto de san Francisco, al parecer, se inspira en los ayunos de Adviento en vigor durante la Edad Media en algunas órdenes y en algunas regiones, y que empezaban en la fiesta de san Martín (11 de noviembre).

77) Véase nota 75.

78) En opinión de L. Ginocchi Feijò, Biopatografia di S. Francesco, 123, el Pobrecillo «murió de cirrosis hepática». Una de las causas de la cirrosis puede ser la malaria crónica.- El lector tal vez se extrañe de que los hermanos prepararan a Francisco alimentos condimentados con tocino, grasa que se digiere más difícilmente que el aceite de oliva. Tal vez el motivo fuera porque los alimentos fritos con grasa vegetal dañan más a las afecciones de hígado que los fritos con grasa animal.

79) Decimos «por exclusión», pues durante el invierno de 1220 o a principios de 1221, Francisco se encontraba en la Porciúncula, como hemos visto antes (cf. notas 63ss); en 1223, Francisco se encontraba más bien en Fonte Colombo y después en el eremitorio de Greccio (véase más adelante, VII). Nuestro razonamiento no conduce evidentemente a la certeza, pues Francisco pudo intercambiar temporalmente su estancia en dichos eremitorios por el de Poggio. Además, como se encontraba en el Valle de Rieti en 1225-1226, no puede excluirse sin más el año 1225.

80) EP 62, donde se añade que «entonces hacía mucho frío»; véase también LP 81.- 2 Cel 130 refiere lo mismo antes de hablar de los hechos que acontecieron en Poggio.- Véase también O. Schmucki, Stigmatum susceptio 33 (1963) 405.

81) 2 Cel 119.- Pasajes paralelos, en EP 67: «E1 bienaventurado Francisco fue en una ocasión a Roma a visitar al señor cardenal de Ostia [Hugolino]. Y, habiendo permanecido algunos días con él, visitó también al señor cardenal León, que le era muy devoto. Como era entonces invierno y el tiempo era molestísimo para caminar por el frío, viento y lluvias, le rogó que se quedara en su casa unos días y comiera en lugar de un pobre de los que todos los días comían en su casa».- «El compañero se quedó haciendo compañía al Santo toda aquella noche, porque el bienaventurado Francisco temblaba todo él, como un hombre acometido de la fiebre; los dos estuvieron en vela toda la noche».- Véase también LP 117. Respecto a la fecha de este hecho, véase O. Schmucki, Stigmatum susceptio 34 (1964) 13.

82) 119e-120a.- Las palabras: «era cuando se hospedó por algunos días en casa del señor León», son propias de esta fuente; pero las palabras: «algunos días», se oponen a lo que se dice en LP 117k: «...bajó muy temprano de la torre...». Con tal expresión, el autor tiene tal vez presente la primera intención de san Francisco: «Señor, acaso quede con vos algunos días» (LP 117d).- Se encuentran pasajes semejantes en EP 94: «Un día llovía a torrentes; él iba a caballo por su enfermedad y gravísima necesidad»; 2 Cel 96: «En el rezo de las horas canónicas era temeroso de Dios a par de devoto. Aun cuando padecía de los ojos, del estómago, del bazo y del hígado, no se apoyaba en muro o pared durante el rezo de los salmos, sino que decía las horas siempre de pie, la cabeza descubierta, la vista recogida y sin languideces. Si cuando iba por el mundo caminaba a pie, se detenía siempre para rezar sus horas; y si a caballo, se apeaba. Un día volvía de Roma; no cesaba de llover; se apeó del caballo para rezar el oficio; pero, como se detuvo mucho, quedó del todo empapado en agua».

83) 1 Cel 84; LP 119; sobre Juan de Greccio, véase O. Schmucki, Stigmatum susceptio 33 (1963) 251 nota 158.

84) Es decir: lolium temuletum o la cizaña de que habla el Evangelio (Mt 13,24-30). Se cría en los sembrados, y su harina es venenosa.

85) 2 Cel 64; lugares paralelos, que coinciden sustancialmente, son EP 98; LP 119; LM 5,2.

86) 1 Cel 99; por el contexto se deduce que el Santo llegó a dicha ciudad cuando Honorio III estaba allí con su Curia, es decir desde el 23 de junio de 1225 al 31 de enero de 1226; véase también 2 Cel 41; 2 Cel 126: «Durante su permanencia en Rieti para la cura de los ojos, llamó un día a uno de los compañeros...»; 2 Cel 92: «Durante los días en que Francisco se hospedada en el palacio del obispo de Rieti buscando la curación de la enfermedad de los ojos...».

87) 2 Cel 35: «El Santo moraba a gusto en Greccio, en el lugar de los hermanos, ya porque lo encontrara rico en pobreza, ya porque en una celdilla más apartada, adaptada en el saliente de una roca, se entregaba con más libertad a las ilustraciones del cielo. Este es el lugar en que, hecho niño con el Niño, celebró, tiempo ha, la navidad del Niño de Belén». Pero, debido al uso más libre de la cronología por los medievales, no se puede concluir nada de este pasaje.- Sobre el eremitorio de Greccio, sus aspectos arquitectónicos y espirituales, véase O. Schmucki, «Secretum solitudinis», 28s, 43-50.

88) EP 100: «Dos años antes de su muerte, estando en San Damián en una celdilla formada de esteras y padeciendo indeciblemente por la enfermedad de los ojos, tanto que por espacio de más de cincuenta días no podía ver ni la luz del día ni la del fuego...»; véase también LP 83; LP 86: «El tiempo favorable para el tratamiento de los ojos se aproximaba. El bienaventurado Francisco, aunque sufría mucho de los ojos, dejó aquel lugar [San Damián] y se puso en camino. Llevaba la cabeza cubierta con un capuchón que le habían confeccionado los hermanos; y, como no podía soportar la claridad del día por los insufribles dolores provenientes de la enfermedad de los ojos, tapaba sus ojos con una venda de lana y lino cosida al capuchón. Sus compañeros le condujeron en una cabalgadura al eremitorio de Fonte Colombo, cerca de Rieti, para consultar con un médico de esta villa, especialista de los ojos».- Respecto a una época posterior, véase LP 4: «El santo Francisco llevaba entonces [mientras yacía enfermo en el palacio episcopal de Asís poco antes de morir], por razón de la enfermedad, una gorra de piel recubierta del mismo sayal que el vestido»; véase también EP 109.- Después de que, cercano ya a su muerte, el santo Fundador se despojara de sus vestidos en signo de perfecta pobreza, «el guardián... se levantó de pronto y, tomando la túnica, los calzones y una capucha, dijo al Padre: "Reconoce que, por mandato de santa obediencia, se te prestan esta túnica, los calzones y la capucha..."» (2 Cel 215).

89) J. Strebel, Diagnose des Augenleidens, 255.

90) Se advertirá la semejanza entre lo que se describe aquí y lo sucedido en Roma; véase más arriba, notas 81-83.

91) Véase, por ejemplo, W. Goetz, Die Quellen zur Geschichte des hl. Franz von Assisi, Gotinga 1904, 30s; F. Van den Borne, Voornaamste feiten, 294, concede poco crédito a la opinión de K. Esser - L. Hardick, Schriften, 29, que piensan que se trataría de un capítulo de una provincia italiana.

92) Cf. O. Schmucki, Stigmatum susceptio 34 (1964) 22.

93) Cf. Bullarium franciscanum: J. H. Sbaraglia, I, Roma 1795, 20. La carta apostólica empieza con las palabras Quia populares tumultus. El privilegio se expresa con los siguientes términos: «...permitimos que en vuestros lugares y oratorios dotados de altar portátil celebréis la misa y otros oficios divinos, salvo todo derecho parroquial reservado a las iglesias parroquiales».- Sobre la importancia de este privilegio, véase B. Mathis, Die Privilegien des Franziskanerordens bis zum Konzil von Vienne (1311), Paderborn 1928, 60s.- [Cf. O. Schmucki, La «Carta a toda la Orden» de S. Francisco, en Sel Fran n. 29 (1981) 235-263].

94) 2 Cel 168; cf. LM 8,10, donde se indica que esto le aconteció a Francisco en el Alverna durante la cuaresma en honor de san Miguel. Para una exposición más completa de ambos hechos, remitimos a Stigmatum susceptio 34 (1964) 23s y 34s.

95) Intentio Regulae, n. 13: L. Lemmens (Documenta antiqua franciscana, 1), Quaracchi 1901, 96; LP 106.

96) Será útil advertir que hemos omitido adrede el lado religioso y espiritual de las enfermedades de Francisco; véase, al respecto, C. Andresen, Asketische Forderung und Krankheiten bei Franz von Assisi, en Theol. Literaturzeitung 79 (1954) 129-140 (Cf. Bibliog Franc XI, n. 370); Leiden Christi, 28, 257-259; B. Odermatt, Bruder Franz und Schwester Krankheit, passim.- Pensamos seguir el curso de las enfermedades del Pobrecillo, desde su estigmatización hasta su muerte, en un próximo estudio.


[Selecciones de Franciscanismo, vol. XVI, núm. 47 (1987) 287-323]
11:33:00 a.m.

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