El oficio del sabio y la ideología de género

Hoy, fiesta de Santo Tomás de Aquino en el calendario litúrgico tradicional, he estado leyendo y disfrutando los magníficos artículos que el Dr. Edualdo Forment está dedicando a la presentación, en forma de catecismo, de la Summa Contra Gentiles[1]. Si no los han leído, aconsejaría vivamente dedicar el tiempo que hubieran pensando invertir en leer mis palabras a beber de esa fuente de mayor pureza, y aprovechar para zambullirse en una verdadera enseñanza tomista. Si, a pesar de todo, quieren continuar con mi exposición, trataré de hacer una aplicación de algunas de las cosas que he considerado durante la lectura de estos artículos a un tema de vibrante actualidad.

Presupuesto: Utilidad de la filosofía para la teología

Ya desde el principio hace referencia el Dr. Forment a la enseñanza clásica de Santo Tomás sobre la utilidad de la filosofía para la teología. Dice:

También la razón ayuda triplemente a la fe. Primero para demostrar los preámbulos de la misma fe, que son las bases racionales naturales, demostradas por la filosofía acerca de Dios o las criaturas. Segundo, para explicar de algún modo las verdades de la fe con nociones que se encuentran en las criaturas y han sido estudiadas por la filosofía. Tercero, para refutar los argumentos que se dan contra los contenidos de la fe, demostrando que su falsedad, o que no se siguen de ellos.[2]

El oficio de sabio, que ejerció de manera excelente Santo Tomás, consiste fundamentalmente en una doble actividad: «exponer la verdad divina, verdad por antonomasia, e impugnar el error contrario a esta verdad»[3]. La segunda actividad, la de refutar los errores, supone una dificultad importante, porque con muchas personas, por ejemplo con los que carecen de fe, no se puede utilizar una autoridad. Santo Tomás concluye que con éstos «hemos de recurrir, pues, a la razón natural, que todos se ven obligados a aceptar, aun cuando no tenga mucha fuerza en las cosas divinas»[4]. Así lo explica el Dr. Forment:

El método para disputar, tanto con los que no se encuentran puntos comunes o sólo parcialmente, tiene que ser exclusivamente racional. La razón es el común denominador de todos, porque debe acatarse universalmente, para poder argumentar y comunicarse. Sin ella, sólo cabe el silencio y la inactividad. La razón, por tanto, será de dónde se sacaran los principios y el árbitro de todas las refutaciones. El método igualmente será aplicable al paganismo actual.[5]

Al tratar sobre el uso de las autoridades en las disputas teológicas, Santo Tomás dice que se debe atender al fin al que se dirigen estas disputas. Si el fin es eliminar la duda sobre si algo es o no (an sit), se deben usar autoridades al máximo, en función de las que reconozcan los interlocutores. Si estos no reconocen ninguna, se debe recurrir únicamente a la razón natural. Si el fin es instruir a los oyentes, se debe investigar con la razón el origen de la verdad que se cree[6]. Una vez más, se reconoce que tratar de discutir con un pagano recurriendo a una autoridad que no reconoce es un grave error de método.

Chesterton, en su biografía de Santo Tomás, narra con especial intensidad un acontecimiento intelectual de primer orden en la historia de la filosofía medieval. Se trata de la refutación de los errores de los llamados averroístas respecto de la unidad del intelecto. En esa ocasión, Santo Tomás, normalmente sereno y comedido en sus expresiones incluso hacia sus principales adversarios, mudó su estilo y su vocabulario de manera que, dice Chesterton, «el Buey Mudo embistió como un toro salvaje»[7]. Al final de su opúsculo De unitate intellectus contra averroistas, combate la que se ha llamado teoría de la doble verdad con estas potentes palabras:

Tales son las cosas que hemos escrito para la destrucción del predicho error, sin recurrir a los documentos de la fe, sino con los argumentos y las palabras de los mismos filósofos. Si, no obstante, alguno, presumiendo de falsa ciencia, osase replicar contra lo que hemos escrito, no hable a escondidas ni delante de los jovenzuelos que no saben juzgar de cosas tan arduas, sino replique a este escrito, si tiene el coraje, y se encontrará no sólo conmigo, que soy el menor de todos, sino con otros muchos celosos defensores de la verdad, los cuales se enfrentarán a su error y darán el merecido a su ignorancia.[8]

Voy a permitirme citar el comentario de Chesterton sobre estas palabras de Santo Tomás. ruego que los lectores que han llegado hasta aquí me disculpen por la extensión de la cita, aunque creo que los que no la conozcan la disfrutarán tanto como los que la hemos leído muchas veces:

Si existe una sola frase que se alce ante la historia como característica de Tomás de Aquino, es ésa relativa a su propia argumentación: “No se basa en documentos de fe, sino en las razones y las declaraciones de los propios filósofos”. ¡Ojalá todos los doctores ortodoxos fueran tan razonables en la deliberación como Aquino en la ira! ¡Ojalá todos los apologistas cristianos recordaran esa máxima, y la escribieran con letras de un palmo sobre la Santo Tomás de Aquino pared antes de clavar en ella ninguna tesis! En el colmo de su furia, Tomás de Aquino comprende lo que tantos defensores de la ortodoxia no quieren comprender. De nada vale decirle a un ateo que es ateo, ni acusar a uno que niegue la inmortalidad de la infamia de negarla, ni imaginar que se pueda obligar a un adversario a reconocer que está equivocado, demostrándole que lo está sobre principios que son ajenos, pero no son suyos. Después del gran ejemplo de Santo Tomás, queda establecido –como debería haberlo estado siempre- que no hay que discutir con un hombre, o bien discutir en su terreno y no en el nuestro. Se podrán hacer otras cosas en lugar de discutir, conforme a las ideas de cada cual sobre qué acciones sean moralmente permisibles; pero si se discute, hay que discutir «sobre las razones y las declaraciones de los propios filósofos». Ése es el sentido común encerrado en un dicho que se atribuye a un amigo de Santo Tomás, el gran San Luis, rey de Francia –y que gente superficial cita como muestra de fanatismo– cuyo sentido es que debo discutir con un infiel como sabe discutir un filósofo de verdad, o bien «meterle una espada en el cuerpo hasta donde llegue». Un filósofo de verdad (incluso de la escuela contraria) será el primero en reconocer que San Luis estuvo realmente filosófico.[9]

Tesis: con los paganos se debe discutir desde la razón natural

Nuestra tesis de partida, por tanto, es la siguiente:

1.Que es propio del sabio, aun del sabio cristiano, refutar los errores contra la verdad.

2. Que esa tarea se debe hacer a partir de las autoridades reconocidas por el interlocutor que, en el caso del pagano, será exclusivamente la razón natural.

Nos permitimos, por nuestra parte, añadir un paréntesis en el que no insistiremos más:

3. Aunque esta tarea de refutación del error no sea, propiamente, evangelización, resulta enormemente útil para la misma[10]. No es éste un empeño pelagiano, pues se sobreentiende que para el acto de fe la gracia es necesaria incluso desde el primer instante, y que la razón necesita la gracia absolutamente para acceder a las verdades sobrenaturales y, en muchos casos, a las naturales. El hecho de que el pecado haya dañado la razón sin destruirla, nos permite afirmar la validez e incluso la necesidad de esta tarea, y que Santo Tomás haya escrito una Summa orientada a este fin nos confirma en nuestro empeño.

El tema de actualidad: el Bus de HazteOir.org

Llegamos al tema de actualidad al que queríamos aplicar nuestra tesis, el Bus de HazteOir.org que ha acaparado la atención mediática de las últimas semanas y que, posiblemente, aún dé que hablar[11]. El objetivo de esta campaña de la asociación civil aconfesional HazteOir.org era difundir un libro que denuncia la imposición ideológica de la ideología de género en las aulas[12]. Mediáticamente ha resultado un éxito rotundo, hasta el punto de lograr que algunos paladines de la imposición mediática del pensamiento único, en su desesperada confusión, llegaran a defender públicamente pronunciamientos de la Conferencia Episcopal Española que las asociaciones de la camarilla homosexualista habían tachado de “homofóbicos”[13].

  • Sin embargo, hay algunos que se preguntan si esta estrategia es la adecuada para afrontar el difícil tema de la ideología de género. ¿No sería más conveniente ­–dicen algunos– adoptar una posición de anuncio del Evangelio en lugar de enfrentarse en una batalla que divide a la sociedad y enfrenta a las personas? Nosotros responderíamos que, efectivamente, la evangelización es la tarea fundamental de la Iglesia, pero ésta no puede renunciar a la actividad sapiencial de refutar el error, lo que muchas veces se hace por medio de la disputa, que no es sino la consecuencia de reconocer la racionalidad en el adversario y su apertura fundamental a la verdad.
  • Otra objeción que se presenta es, aceptada la necesidad de presentar una refutación racional de la ideología de género, que deforma la verdad natural de la sexualidad humana (llevada a perfección y alcanzable plenamente, como la verdad sobre la misma esencia humana, en Jesucristo, el Verbo encarnado), si el recurso a la afirmación «los niños tienen pene; las niñas tienen vulva» es suficiente para fundamentar una visión antropológica metafísica. Aquí recurriremos al punto segundo de nuestra tesis: que en el ejercicio de la función sapiencial cristiana de refutar el error, hay que atenerse a las autoridades aceptadas por los interlocutores, es decir, a las razones que puedan comprender.

Y en este punto hemos de detenernos un instante, para examinar cuál sería el acercamiento filosófico adecuado a esta difícil cuestión. Comenzaremos por decir que el recurso a la biología no supone, en absoluto, un enfoque causal de la cuestión. Decir que «los niños tienen pene» no es una explicación, sino un dato de facto, expresado de forma un tanto imprecisa, pero aún verdadero. ¿Cómo puede defenderse un acercamiento racional a un debate si en el argumento principal no se está, en sentido propio, dando una razón? La explicación está en la misma lógica del adversario.

La ideología de género, como cualquier ideología, supone una imposición de la idea sobre la realidad. En última instancia esta imposición genera una tensión sobre la realidad que, obstinada, se resiste a plegarse a la idea. En el mundo ideológico la verdad ya no es la adecuación del intelecto con la cosa, sino la mera coherencia lógica entre los postulados de la ideología y sus conclusiones. Pero una estructura de pensamiento que supone una tensión continua entre la idea y la realidad no basta la lógica clásica, sino que se tiene que recurrir a una lógica de tipo dialéctico, que pueda dar apariencia de racionalidad a lo que, en el fondo, no lo es. Y esta lógica dialéctica siempre terminará en la negación del Principio de no contradicción, uno de los primeros principios, sin los cuales es imposible razonar[14].

Y he aquí el problema al que nos enfrentamos: con alguien que niegue el Principio de no contradicción razonar parece simplemente imposible. Néstor Martínez parece mostrarse algo más optimista, porque dice:

Por eso, al negador del PNC se lo puede considerar de dos maneras: una, en cuando al acto de negar, y otra, en cuanto a lo negado por ese acto, que es el PNC. Desde el primer punto de vista, el diálogo y la discusión siempre serán posibles, apuntando al ser racional que se esconde y disimula tras el filósofo negador del PNC. […] Desde el segundo punto de vista, o sea, en tanto que lo negado es el PNC, vale el dicho de Aristóteles: «El que yerra sobre los fundamentos es impersuasible».[15]

La disputa con un negador del Principio de no contradicción sólo es posible por medio de la argumentación al absurdo, que es una demostración indirecta. No es posible, por tanto, realizar una explicación antropológica metafísica contra una persona sumida en la ideología de género; sería caer en el error de usar contra esa persona una autoridad (la de la lógica y la recta razón) que no reconoce, error del que nos advertía ya Santo Tomás.

¿Cómo puede afrontarse, entonces, esta argumentación que refute el error del negacionismo del Principio de no contradicción?. La tradición filosófica nos da varios ejemplos, algunos de los cuales están recogidos en el artículo citado de Néstor Martínez. A mí, por mi tendencia al exceso, me llama la atención el argumento de Avicena, que dice, en una traducción muy libre:

Conviene que al estúpido lo echemos al fuego, porque dice que el fuego es lo mismo que el no-fuego; y que lo molamos a palos, ya que asegura que el dolor y el no-dolor son lo mismo; y que le quitemos la comida y la bebida, porque comer y no-comer, y beber y no-beber, para él son lo mismo.[16]

Evidentemente, una forma tal de combatir la negación del Principio de no contradicción parece poco cristiana, por lo que la asociación civil HazteOir.org, incluso no siendo confesional, ha preferido seguir un camino similar, pero con una diferencia fundamental. En este caso, lo que supone la enorme provocación de salir a la calle exhibiendo una afirmación que recoge un dato básico de la biología humana, negado por la ideología de género, es dirigir hacia ellos mismos esa violencia que el sabio musulmán proponía ejercer contra el negacionista. En el caso que nos concierne, el extremo de echarles al fuego no ha sido realizado objetivamente, pero no han faltado quienes, encendidos de odio, lo han propuesto o han amenazado con hacerlo.

Conclusión

Lo que ha mostrado la iniciativa de HazteOir.org es la profunda incoherencia, el absurdo, de una sociedad ideologizada que enarbola la bandera de la tolerancia como valor absoluto, en virtud del cual justifica las amenazas de muerte contra ciudadanos pacíficos que se limitan a afirmar públicamente un dato biológico. Concluyo, por tanto, expresando mi convicción de que la campaña de HazteOir.org no ha sido únicamente un éxito de márketing, sino que, además, ha supuesto una forma eficaz (y con un «estilo» cristiano interesante) de refutar un error poniéndose al bajísimo nivel lógico y filosófico de los que sostienen la locura de la ideología de género. Creo que si queda algo de la luz natural de la razón en sus almas, a muchos se les puede abrir la puerta para salir del error y caminar hacia la verdad. Y que Santo Tomás estaría de acuerdo.

Francisco José Delgado, sacerdote



[2]Ibid.; cf. Super Boetium De Trinitate, q. 2, a. 3: «Sic ergo in sacra doctrina philosophia possumus tripliciter uti. Primo ad demonstrandum ea quae sunt praeambula fidei, quae necesse est in fide scire, ut ea quae naturalibus rationibus de Deo probantur, ut Deum esse, Deum esse unum et alia huiusmodi uel de Deo uel de creaturis in philosophia probata, quae fides supponit; secundo ad notificandum per aliquas similitudines ea quae sunt fide, sicut Agustinus in libro de Trinitate utitur multis similitudinibus ex doctrinis philosophicis sumptis ad manifestandum trinitatem; tertio ad resistendum his quae contra fidem dicuntur, siue ostendendo ea esse falsa, siue ostendendo ea non esse necessaria».

[3]http://infocatolica.com/blog/sapientia.php/1701161142-ii-la-filosofia; cf. Summa contra gentiles, I, cap. 1: «Convenienter ergo ex ore sapientiae duplex sapientis officium in verbis propositis demonstratur: scilicet veritatem divinam, quae antonomastice est veritas, meditatam eloqui, quod tangit cum dicit, veritatem meditabitur guttur meum; et errorem contra veritatem impugnare, quod tangit cum dicit, et labia mea detestabuntur impium, per quod falsitas contra divinam veritatem designatur, quae religioni contraria est, quae etiam pietas nominatur, unde et falsitas contraria ei impietatis sibi nomen assumit».

[4]Ibid., I, cap. 2: «Unde necesse est ad naturalem rationem recurrere, cui omnes assentire coguntur. Quae tamen in rebus divinis deficiens est».

[6] Cf. Quodlibet IV, q. 9, a. 3, co.: «Disputatio autem ad duplicem finem potest ordinari. Quaedam enim disputatio ordinatur ad removendum dubitationem an ita sit; et in tali disputatione theologica maxime utendum est auctoritatibus, quas recipiunt illi cum quibus disputatur; puta, si cum Iudaeis disputatur, oportet inducere auctoritates veteris testamenti: si cum Manichaeis, qui vetus testamentum respuunt, oportet uti solum auctoritatibus novi testamenti: si autem cum schismaticis, qui recipiunt vetus et novum testamentum, non autem doctrinam sanctorum nostrorum, sicut sunt Graeci, oportet cum eis disputare ex auctoritatibus novi vel veteris testamenti, et illorum doctorum quod ipsi recipiunt. Si autem nullam auctoritatem recipiunt, oportet ad eos convincendos, ad rationes naturales confugere. Quaedam vero disputatio est magistralis in scholis non ad removendum errorem, sed ad instruendum auditores ut inducantur ad intellectum veritatis quam intendit: et tunc oportet rationibus inniti investigantibus veritatis radicem, et facientibus scire quomodo sit verum quod dicitur: alioquin si nudis auctoritatibus magister quaestionem determinet, certificabitur quidem auditor quod ita est, sed nihil scientiae vel intellectus acquiret et vacuus abscedet»

[7] G. K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, cap. 3.

[8]De unitate intellectus, cap. 5: «Haec igitur sunt quae in destructionem praedicti erroris conscripsimus, non per documenta fidei, sed per ipsorum philosophorum rationes et dicta. Si quis autem gloriabundus de falsi nominis scientia, velit contra haec quae scripsimus aliquid dicere, non loquatur in angulis nec coram pueris qui nesciunt de tam arduis iudicare; sed contra hoc scriptum rescribat, si audet; et inveniet non solum me, qui aliorum sum minimus, sed multos alios veritatis zelatores, per quos eius errori resistetur, vel ignorantiae consuletur».

[9] G. K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, cap. 3.

[10] Pablo VI la llama «pre-evangelización», aunque sí podría llamarse propiamente evangelización (cf. Evangelii Nuntiandi, 51). Juan Pablo II relaciona la tarea filosófica con la «evangelización de la cultura» ya propuesta por el mismo Pablo VI (cf. Fides et Ratio, 103; cf. Evangelii Nuntiandi, 20).

[16] Avicenna latinus, Liber de philosophia prima sive Scientia divina, I, 8: «Oportet ut stolidum mittamus in ignem, quoniam tenet ignem et non ignem esse unum, et verberibus faciamus eum dolere, quoniam tenet quod dolere et non dolere sunt unum, et subtrahamus ei cibum et potum, quoniam comedere et non comedere, bibere et non bibere apud eum idem est».

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