Mi pastoral con jóvenes

Hace poco publiqué en InfoCatólica un artículo que titulé «En el aniversario de mi ordenación sacerdotal» que terminé así: «Indudablemente la administración de los sacramentos no agota las tareas del sacerdote. Pero de esas otras tareas hablaré otros días».

Decía Benedicto XVI ante la pregunta de cuantas maneras hay para encontrar a Dios que la respuesta era: «Tantas como personas». Es indudable que eso se puede referir también a cuántas maneras hay de ejercitar el sacerdocio. Por ello cuando yo pienso en mi sacerdocio, creo que, aparte de la administración de los sacramentos, la mía fundamentalmente ha sido la docencia.

Docencia a dos niveles: el primero ha sido como Profesor de Moral, fundamentalmente en mi Seminario Diocesano, donde daba las materias de Moral Fundamental, el Sacramento de la Penitencia y Moral Sexual, incluido lo referente al Sacramento del Matrimonio. Mi objetivo lo tenía muy claro: hacer que mis alumnos, que en un par de años iban a ser sacerdotes, estuviesen bien preparados y pudiesen sentarse tranquilamente en un confesionario. Para ello es necesario no sólo cuidar la propia vida espiritual, sino también una actualización constante con el estudio, y es que mucha gente viene a nosotros dentro y fuera del sacramento a pedir ayuda y consejo en los problemas de su vida, especialmente en aquello que toca directa o indirectamente lo moral o lo religioso. Creo además que un sacerdote en este sacramento no es sólo una máquina que reparte absoluciones, sino también ser capaces de aconsejar para excitar en nuestros penitentes el deseo de servir mejor a Dios y al prójimo según su propia vocación. Siempre he pensado que estas clases del Seminario eran mi principal trabajo como sacerdote.

Pero además de las clases del Seminario la mayor parte de mi vida de sacerdote la he pasado dando clases de Religión y Moral Católica en cuatro Institutos públicos de Logroño. He tenido por tanto varios miles de alumnos. Puedo decir que, salvo las inevitables excepciones de quienes tratan de hacerte la vida imposible, les he querido mucho. En la respuesta de ellos es evidente que ha habido de todo, pero confío haber logrado lo que dijo otro profesor: «el buen profesor es el que es amadísimo por la mayoría de los alumnos, y odiadísimo por una minoría».

Sobre la clase de Religión diré: el derecho a la formación religiosa y moral de los hijos según las convicciones de los padres es un derecho humano fundamental e inalienable (art. 26.3 de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU). Además es evidente que la cultura de España y de Europa está totalmente impregnada por el Cristianismo. En cualquier ciudad el monumento más importante suele ser su Iglesia principal y quien visite nuestro Museo más universal, el Prado, no se enterará de mucho si no tiene ni idea de Religión, sin contar los valores humanos que una buena formación religiosa proporciona para el desarrollo intelectual y madurez personal.

Aunque seguramente lo más atípico eran los viajes de fin de Curso. Como parte de nuestro plan de formación de los alumnos, a fin de curso montábamos unos viajes por Europa bastante económicos (Comisiones Obreras que un año quiso cargarse el viaje, tuvo que reconocerlo) y eso que nadie, ni siquiera el Consejo Escolar, nos subvencionaba. Llevábamos dos autobuses, algo más de cien chavales de ambos sexos, y estábamos a cargo los dos sacerdotes, o los dos irresponsables, como decíamos. Había también un grupito de adultos, que nos ayudaron muchísimo, sin olvidar los chóferes que tuvimos, auténticos amigos. Eran quince días y un año llegamos hasta Estocolmo. Fueron viajes en los que lo pasaban estupendamente, y muchos nos han dicho: «Fue el viaje de mi vida» pero también bastante culturales. Nos permitía una convivencia especial y un conocimiento mucho más profundo de los chavales. Nunca se me olvidará una noche en el camping de Praga donde estuvimos casi toda la noche hablando muy en serio sobre sexualidad un grupo de unos sesenta, así como otras muchas conversaciones. Sigo pensando que la Providencia de Dios nos ayudó descaradamente, y por supuesto decíamos a nuestros alumnos que el que nos incitaba a los viajes y era su máximo responsable, era Jesucristo. En lo humano recuerdo que un día le pregunté a un alumno, hijo de un profesor: «¿para vosotros qué supone, como tres meses de Instituto?» Me contestó: «No, más».

Una curiosidad que seguramente muchos tendrán: ¿qué tal se comportaron los alumnos? A la inmensa mayoría les pondría un sobresaliente y es que creo que cuando les demuestras que te fías de ellos, la respuesta de ellos es estupenda. Sobre los jóvenes hay una frase que dice: «Si a un joven o adolescente le pides poco, no te dará nada, pero como le pidas mucho, te dejará boquiabierto por su generosidad».

Pedro Trevijano, sacerdote

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