Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote

Pantocrator-vidriera

–Usted lo que busca es provocar, y multiplicar el número de visitantes de su blog.

–Algo hay de eso, sí. Pero sobre todo pretendo afirmar la fe de la Iglesia Católica.

Hoy es la fiesta litúrgica de Jesucristo sumo y eterno Sacerdote, jueves después de Pentecostés.

Normalmente mis artículos suelen tener forma de estudios, escritos con orden, conceptos, citas, argumentaciones, etc. Pero en esta ocasión va mi artículo por la vía rápida, en forma de carta a los lectores, suponiendo su condición de católicos practicantes, y escrita con prisa y, sobre todo, ex abundantia cordis.

* * *

¿Han oído hablar ustedes de Cristo como «sacerdote»? ¿Y de la Eucaristía como «sacrificio» litúrgico? Dependerá de la edad que tengan. Si tienen una edad joven o media probablemente no lo hayan oído nunca. Sin embargo, en tiempos del Concilio Vaticano II –no hay más que ver el decreto Presbyterorum ordinis o el Christus Dominus– todavía Cristo era predicado y enseñado como sacerdote. Incluso todo el pueblo cristiano, a la luz conciliar, recuperó como un honor demasiado olvidado su condición bíblica y tradicional de «pueblo sacerdotal». El término se repetía con frecuencia en los nuevos movimientos de laicos. De ese tiempo recuerdo un libro muy bueno sobre la Misa, de un autor francés, titulado justamente El sacrificio de la Nueva Alianza. Ese título resulta hoy poco menos que impensable.

 

El ecumenismo falso, ampliamente difundido en la Iglesia por los progresistas y modernistas, arrasó las palabras sacerdote y sacrificio, para quitar de la Iglesia Católica aquellas doctrinas que repugnaban a los protestantes, concretamente a los luteranos. O simplemente porque, abandonando la fe católica, aceptaron que Cristo fue un laico no-sacerdote, y que la última Cena y la Cruz no las entendió Cristo como un «sacrificio» expiatorio.

Los sacerdotes católicos pasamos entonces a llamarnos pastores. O presbíteros. La Misa ya no se llama –ni entiende– como el «sacrificio de la Nueva Alianza», sino como la Eucaristía, el Banquete eucarístico, la Cena o con otros términos, siempre que no sean «sacrificio». Yo recuerdo un tríptico de propaganda vocacional publicado por una Diócesis en el que nunca se mencionaba al seminarista como futuro «sacerdote», destinado –no únicamente, pero sí principalmente– a celebrar el «sacrificio» eucarístico y a «perdonar» los pecados (III Sínodo episcopal, 1971, n.4); funciones que un laico no puede realizar, pues solamente el sacramento del Orden da potencia espiritual para realizarlas.

Estamos en un tiempo en el que buena parte de la acción sacerdotal, secularizándose, busca más la beneficencia temporal de los hombres que su salvación eterna. Es un tiempo en que, contra la norma canónica vigente de la Iglesia, la mayoría de los sacerdotes diocesanos –y lo mismo los religiosos– seculariza también su vestimenta, asimilándola a la de los laicos, para evitar todo signo identificador de su condición eclesial (Código, c. 284; Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros 1994, 66; norma reforzada en la nueva edición del Directorio, 2013, n. 61). Es un tiempo en el que un González de Cardedal considera conveniente abandonar el término «sacrificio: esta palabra suscita rechazo… La idea de sacrificio llevaría consigo inconscientemente la idea de venganza, de linchamiento… Dios no es un ídolo que en la noche se alimenta de las carnes preparadas por sus servidores». Terrorismo verbal (Cristología, Madrid 201, 540-541, en la colección Sapientia fidei, promovida en la BAC por la CEE). Es un tiempo en el que en muchas Iglesias locales se ha producido un brusco y enorme descenso tanto de la asistencia a la Misa como de las vocaciones sacerdotales, un descenso que se mantiene hasta hoy. Lógico… Hay que reconocer que no suscita el Señor vocaciones para rellenar una figura de sacerdote y de Eucaristía que contraría a la que Él quiere y enseña por el Magisterio de su Iglesia.

 

La Carta a los Hebreos es la primera cristología de la historia, y sabemos de ella con certeza, porque integra el Nuevo Testamento, que está escrita por inspiración del Espíritu Santo. En ella se da de Cristo y de su misión redentora la primera exposición sistemática en forma de breve tratado. Pues bien, en este formidable texto nuestro Señor Jesucristo es presentado como Sumo y eterno sacerdote, y la Eucaristía como el único y perfecto sacrificio de expiación  que, diariamente actualizado en los altares de la Iglesia hace de ella el «sacramento universal de salvación» para todas las naciones (Vat. II, Lumen gentium 48; Ad gentes 1). Innumerables lugares del N.T. expresan igualmente la condición sacerdotal de Cristo y sacrificial de le Eucaristía.

Más. La liturgia antigua y la actual de la Eucaristía –sí, la del Novus ordo–, se refiere predominantemente a Cristo como sacerdote y víctima, y a la Eucaristía como sacrificio de expiación y alabanza.

«Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso. –El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia».

III Plegaria eucarística. «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad… Que él nos transforme en ofrenda permanente… Te pedimos, Señor, que esta Víctima de reconciliación»…

Más y más. El Magisterio apostólico sigue proclamando que Cristo es sacerdote y que la misa es ante todo el sacrificio eucarístico. La encíclica Ecclesia de Eucharistía, de Juan Pablo II (2003), en 58 ocasiones se refiere a la Eucaristía como «sacrificio».

N. 9: «¿Cómo no admirar los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. En tiempos más cercanos a nosotros, se han de mencionar tres Encíclicas: la Mirae Caritatis de León XIII (1902), la Mediator Dei de Pío XII (1947) y la Mysterium Fidei de Pablo VI (1965)». También el Vaticano II –Lumen gentium, Sacrosanctum mysterium, etc.–, y lo mismo la carta apostólica Dominicae Cenae (1980), insisten en presentar a Cristo como sacerdote y a la eucaristía como sacrificio.

N.11: « “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado” (1 Co 11,23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos».

 

Pero esa multiforme confesión de la fe de la Iglesia no produce efecto alguno en quienes aprecian más las ideologías teológicas de moda que la Biblia, la Tradición y el Magisterio apostólico. «El justo vive de la fe… La fe es por la predicación; y la predicación por la palabra de Cristo» (Rm 1,17; 10,17). Los fieles apenas pueden vivir aquellas verdades de la fe que nunca le predican. Si no se predica a Cristo presentándolo con la debida frecuencia como Sumo y eterno sacerdote, y se dan de Él otras fisonomías que se consideran más atractivas; si no se predica de la Eucaristía suficientemente como sacrificio de la Nueva Alianza, y se presenta siempre bajo otros aspectos que, en el mejor de los casos son verdaderos, pero secundarios,

1) los cristianos seguirán ausentes de la Misa, y su abstención irá en aumento; 2) la carencia de vocaciones sacerdotales se mantendrá igual o se hará mayor; 3) se irán apagando unas tras otras las llamas de la presencia real de Cristo en nuestros altares, y consecuentemente 4) muchos templos se convertirán en Bancos, comercios, bibliotecas, hoteles o restaurantes, gimnasios, salas de fiesta, etc., terrible proceso que ya venimos sufriendo.

 

El desmoronamiento de las Iglesias locales es perfectamente evitable. Pero no se detendrá sino en la medida en que recuperen una fe viva y operante en nuestro Señor Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, reconociéndolo como protagonista absoluto del Sacrificio eucarístico de la Nueva Alianza, fuente única incesante con fuerza divina sobre-humana para vivificar a los hombres en su vida presente, y para llevarlos a la vida eterna.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

 

 

 

 

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