Balance de la crisis de Amoris lӕtitia —1: recontextualización doctrinal y eufemismo

La exhortación apostólica postsinodal Amoris lӕtitia fue dada «en Roma, junto a San Pedro, en el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el 19 de marzo, Solemnidad de San José, del año 2016, cuarto de mi Pontificado», según la firma el Papa Francisco.

Es un documento extensísimo, de 325 parágrafos repartidos en nueve densos capítulos. El más controvertido de ellos, como se sabe, es el octavo, Acompañar, discernir e integrar la fragilidad. En este capítulo, se intenta fundamentar teológicamente, al margen del Magisterio previo y concretamente de Veritatis splendor, la posibilidad de acceso a la comunión de los divorciados en nueva unión. Esta fundamentación no se realiza de forma directa, sino indirecta y transversal, mediante referencias de carácter situacionista y un abundante uso de eufemismos, con una compleja clave de lectura oblicua.

En esta serie de posts haremos balance: analizaremos sus efectos y consecuencias, y comprobaremos cómo la publicación de Amoris lӕtitia ha supuesto para la Iglesia una auténtica crisis, cuya resolución todavía está pendiente.

—Pero, ¿puede existir una crisis de fe en la Iglesia de Cristo? Obviamente sí. Pueden existir, de hecho han existido. ¿Qué fue la mal llamada “reforma” luterana, sino una monumental crisis de fe? Siempre que se cuestionan los principios católicos, y este cuestionamiento penetra en la jerarquía de la Iglesia dando lugar a una heteropraxis “oficial", se produce una crisis.

Desde el momento en que, tal y como informó en su día Infocatólica, el presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas ordenaba dar la comunión a los adúlteros, basándose en la doctrina de A.L., la crisis pasaba oficialmente del plano doctrinal al plano de los hechos consumados. Comenzaba la dimensión jerárquica de la crisis —en aumento hasta el día de hoy.

Hemos ido comprobando, con no poca inquietud y mucha preocupación, cómo han ido sumándose a esta ruptura otros obispos y conferencias episcopaleslos Obispos integrantes de la provincia eclesiástica de Buenos Aires, (con aprobación por carta del Sumo Pontífice),  Mons. Benno Elbs, obispo de Feldkirch (Austria),  que afirma: «el texto entero [de A.L.] se respira la idea de que cada individuo encuentra en su conciencia la forma de abordar sus decisiones en la vida»; la Conferencia Episcopal Alemanalos obispos de Maltalos obispos de Sicilialos obispos belgas, etc.

La situación, por tanto, es muy grave. Y sólo puede calificarse como CRISIS DE LA IGLESIA. Ciertamente, la crisis fue preparada, no sólo por la atmósfera confusa y “doctrinalmente inquietante” del Sínodo, sino por una nueva forma de hablar oficial. Lo veremos.

I.- PREPARACIÓN DE LA CRISIS. USO DE EUFEMISMOS

I.1.- Preocupación por la presentación de A.L.- Cuando se confió la presentacion de la exhortación apostólica postsinodal al cardenal Baldisseri, Secretario del Sínodo, y al cardenal Schönborn, algunos católicos de a pie nos preocupamos no poco. En un post publicado el 8 de abril de 2016, el bloguero de Infocatólica Bruno M. expresó muy bien esta preocupación:

«Tengo que confesar que, cuando leí que el Papa había elegido al cardenal Schönborn y al cardenal Baldisseri para presentar públicamente su Exhortación Postsinodal, me preocupé un poco. Los antecedentes de ambos cardenales durante las discusiones sinodales no me ofrecían mucha confianza, la verdad, y temí que su presentación fuera un poco sesgada.

Como era de esperar, sin embargo, me equivoqué por completo. Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?La elección del cardenal Baldisseri en particular fue magnífica, porque el cardenal se mostró clarividente en su presentación del documento y nos ofreció una clave interpretativa de toda la Exhortaciónsencillamente magistral. Sin duda, como deseaba el propio Papa.

Es cierto que, antes de la presentación, hizo alguna afirmación poco feliz. En su carta a los obispos de todo el mundo sobre la Exhortación, el Secretario General del pasado Sínodo dijo que “es necesario recontextualizar la doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia”.»

Destaquemos, pues, estos dos hechos: 1) Había gran preocupación, porque fue lugar común del espíritu del Sínodo que había que cambiar algo, no estaba claro qué; y desde la jerarquía de la Iglesia se estaba hablando de recontextualizar la doctrina, de abrir nuevos caminos pastorales, etc.

Y 2) Supuso cierto consuelo que en la presentación se tranquilizara a los creyentes afirmando que no habría cambio de doctrina sino lectura en la continuidad. Todavía era pronto para comprender que esa negación de cambio doctrinal era discutible, dado que con el eufemismo recontextualización doctrinal se podrían introducir mutaciones doctrinales sin que ni lo pareciera, ni fuera oficial una intención de cambio. 

I.2.- Recontextualizar como eufemismo de cambio de doctrina.- La palabra recontextualización, es decir, extrapolación de un concepto de su contexto natural —en este caso, una doctrina, la doctrina sobre la indisolubilidad del matirmonio, y una disciplina asociada a ella, la de la prohibición de comunión a los fieles que están en adulterio público y permanente— permite afirmar que no va a haber un cambio doctrinal, y permite asimismo realizar ese cambio sin que parezca que es un cambio.

Mediante el uso de palabras-talismán —pues eso son los eufemismos—, que funcionan como clichés de recontextualización, es posible desvirtuar la doctrina transmutando sus conceptos. 

La alteración semántica del lenguaje es un recurso de la sofística. Se descontextualizan los conceptos, se los inserta en un ambiente semántico extraño, —sin tener que afirmar explícitamente que cambian de significado— y cambia su significado. Hemos visto, por ejemplo, cómo la ideología de género utiliza profunsamente este recurso. Es un viejo intrumento cognitivo de las ideologías, cuyo objetivo es producir un cambio de mentalidad. Se suscita una lectura artificial que se superpone a la lectura natural, y la decolora. La ambigüedad del documento, precisamente, consiste en este juego de doble lectura. 

II.- EL TÍTULO EUFEMÍSTICO DEL CAPÍTULO 8º DE A.L. COMO CLAVE DE LECTURA

De la misma manera que se preparó el contenido doctrinal de A.L. mediante el eufemismo de la recontextualización y sus expresiones asociadas —“nuevo rumbo pastoral", “un nuevo camino", “nuevo impulso pastoral", etc., etc.—, de la misma forma, como decimos, se preparó la lectura artificial del capítulo 8º. El título, Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, está pensado claramente con esa función. Veámoslo.

II.1.- El concepto de fragilidad como sustituto del concepto de pecado.- Ya desde el mismo título, como decimos, se prepara la lectura eufemística del capítulo. La inclusión del término “fragilidad”, en lugar de pecado, o incluso de adulterio, posee una clara funcionalidad recontextualizadora. Tiene además un rol anticipatorio: adelanta al lector cómo debe entender el contenido principal del capítulo —que no es otro que la posible excepción a la prohibición de comulgar de divorciados en nueva unión—, y asimismo una función lingüística: propicia una lectura no natural del texto, que se yuxtaponga forzadamente a la inevitable lectura natural.

Esta bipolaridad de lecturas suscita un desasosiego evidente para todo aquel católico formado en la doctrina tradicional, que lee de forma natural el texto, pero al mismo tiempo es conminado transversalmente por el propio texto, desde el título, a leerlo en otra clave.

—Si en el título, Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, sustituimos la palabra fragilidad por la palabra adulterio, comprobamos con estupor de qué manera cambia el significado: acompañar, discernir e integrar el adulterio. Ahora encaja el contenido leído en lectura natural, ahora lo que parecía ambiguo se aclara y la heteropraxis disimulada por el eufemismo sale a la luz y queda desvelada.

II.2.- Sobreabundancia de expresiones eufemísticas, sustitutivas del concepto de adulterio.- A lo largo del capítulo 8º encontramos un torrente de diversas expresiones eufemísticas, de significado intenso, cuya función es resaltar el concepto de la fragilidad como sustituto de pecado, y potenciar su efecto talismán. Mediante estas expresiones sustitutivas, los conceptos de pecado y adulterio quedan completamente desfigurados.

Vemos cómo en lugar de adulterio, pecado, fornicación, etc., se habla eufemísticamente, de participación en la vida de Cristo pero «de modo incompleto» (A.L. 291), de «amor herido y extraviado» (291), de realizaciones del “ideal” del matrimonio, pero «de modo parcial y análogo» (292), de «situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio» (292), de «situaciones de fragilidad o imperfección» (296), de «modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición» (296), de «situaciones llamadas “irregulares"» (297), de «situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas» (298), de «segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas.» (298), de que «este no es el ideal» (298), de una situación que «no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio» (303),  de «aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios» (303), de «entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites» (303) (¡¡!!), de «casos difíciles y las familias heridas» (305), de «posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites» (305), de «situaciones excepcionales» (307), etc.

Repetimos: se habla de todo eso, pero no se habla de adulterio, ni de fornicación, ni de estado de pecado. Por eso, parece que no habla para nada de la situación de los divorciados en nueva unión, parece que no habla de personas que están en pecado publico y manifiesto, parece que sólo se habla de heridos, víctimas, frágiles, excluidos… Y sin embargo sí que habla, y mucho, de ello.

Causa pasmo y perplejidad comprobar esta profusión desmesurada de eufemismos en un documento del magisterio de la Iglesia, para referirse entre otras cosas al adulterio, y de una manera que es no sólo totalmente ajena a la Tradición de la Iglesia, sino, fundamentalmente, nociva y perjudicial para las almas, a las que se le oculta la gravedad del pecado en que viven. 

Con el eufemismo de la fragilidad/herida, y sus muy numerosas expresiones complementarias, se da a entender en lectura artificial que el adulterio es una situación sobrevenida y recibida pasivamente, cual herida, y que los individuos la padecen sin culpa, o con la culpa atenuada de una víctima, presa de sus circunstancias y coaccionada por lo irresoluble de la situación. Es la visión situacionista del pecado, tan frecuente en Häring y, en general, en toda teología de la anomia. Así es posible insinuar excepciones a los actos intrínsecamente malos, prohibidos explícitamente por el magisterio eclesiástico, y en concreto por Veritatis splendor.

III.- EFICACIA DEL EUFEMISMO

III.1- Pretensión y eficacia del eufemismo.- El eufemismo, por tanto, de la recontextualización /fragilidad /herida, en línea con las tendencias similares del Sínodo, pretende hacer creer que no hay cambio doctrinal, sino cambio pastoral, y que no se trata en especial de los divorciados vueltos a casar y de su acceso a la comunión, sino de los frágiles, los heridos, los excluidos y los marginados en la Iglesia.

Analizando las reacciones suscitadas por este sistema de eufemismos, hay que concluir que ha sido efectivo, sin duda. Y voy a poner un ejemplo. Se trata del artículo del doctor en teología, y especialista en temas de familia, Juan Pérez-Soba. Lo publicamos en Infocatólica, el 10 de abril de 2016. En este artículo, Pérez-Soba, que por cierto es teólogo de los buenos, de sana doctrina, afirma que el capítulo 8º de A.L. no trata concretamente del acceso a la comunión de los divorciados en nueva unión, sino del trato pastoral a personas en situación de exclusión —es decir, heridos, frágiles, víctimas, marginados, etc.). Afirma Pérez-Soba primero que A.L. no supone cambio doctrinal alguno:

«La primera y más evidente, quien esperaba un cambio en la doctrina de la Iglesia no lo va a encontrar y se quedará desilusionado

A continuación, incide en que la comunión de los divorciados en nueva unión, como en el Sínodo, no fue un tema explícito, ni siquiera el central, que no es otro que la superación de situación de exclusión en la Iglesia (lo resalto en rojo):

«Así como el Sínodo no se mencionaba explícitamente la recepción de la comunión o de la confesión en el caso de los divorciados vueltos a casar, aquí tampoco se hace. En todo el largo capítulo octavo sobre las situaciones de dificultad no se menciona en el texto la Eucaristía. El Papa, como manifestación de una postura personal, no ha querido sino refrendar el Sínodo en sus mismas expresiones. […]  En un tema que era abierto de conveniencia dentro de la comunidad y que podía haber intervenido con su autoridad, pero no hace sino repetir la afirmación del Sínodo del 2015: “es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas” (AL 229, citando la Relatio, 2015, 84).

Afirma que la postura de Kasper, favorable, como sabemos, a la comunión de los divorciados en nueva unión, no se ha asumido. No encuentra (a diferencia de los obispos y conferencias episcopales que sí lo encuentran, incluso con vistobueno por carta del Pontífice) en el capítulo 8º ninguna referencia oficial a la posibilidad de que los divorciados vueltos a “casar” puedan acceder a la comunión:

«La primera consecuencia que se saca de la exhortación es que la propuesta del Cardenal Kasper que fue rechazada en el Sínodo no ha sido asumida. No hay en el texto reclamo alguno a una tolerancia oficial de una situación de una segunda unión no sacramental.»

Razona entonces Pérez-Soba de esta manera, que ha sido y es la más frecuente: si se hubiera pretendido un cambio doctrinal y disciplinar, se habría dicho explícitamente; pero como no se ha dicho explícitamente, entonces no se pretende un cambio doctrinal y disciplinar:

«Si el Papa hubiese querido un cambio en este sentido lo hubiera dicho explícitamente»

Lo único que encuentra este autor en A.L., son vagas referencias a casos difíciles, pero no concretamente al que nos ocupa:

«En definitiva no se da ninguna razón objetiva para que un divorciado en una nueva unión pueda recibir los sacramentos fuera de las condiciones que ya exponía Familiaris consortio, n. 84 que en la Relatio del 2015 se señalaba (n. 85) como “un criterio global que debe considerarse la base para la valoración de estas situaciones”. Esto no se da en ningún momento. Las simples insinuaciones de las notas 336 y sobretodo 351 se refieren a situaciones genéricas de casos difíciles, sin referirlas de hecho a los divorciados en una nueva unión.»

¿Qué es lo que podemos encontrar en el texto, entonces? Pues según Pérez-Soba, lo que podemos encontrar en A.L. es una novedad pastoral, un camino nuevo de misericordia:

«El fin del texto entonces no es hacer una revolución en la Iglesia, sino llevar a cabo una “conversión pastoral misericordiosa” (cfr. nn. 201 y 293). Esto sí que es nuevo, evangélico y desde luego misionero, aunque no sea lo que más hayan esperado los medios de comunicación.»

Y un cambio pastoral de grandes dimensiones:

«Por eso toda su doctrina del amor no es una sola bella reflexión sino un interés grande de un cambio pastoral de importantes dimensiones. »

Un cambio pastoral, entiende Pérez-Soba, muy novedoso, que consiste en la primacía de lo pastoral sobre lo doctrinal:

«En ella se ve la primacía de una visión pastoral centrada en enseñar a amar que supera la sola visión doctrinal o las consideraciones espirituales. »

Eso sí, un enorme cambio novedoso pero de enorme continuidad (¡!) con lo anterior:

«En verdad está señalando un camino en una continuidad eclesial muy grande, eso sí con un nuevo aliento.»

Es una lógica de sí pero no, de no es lo que parece, de 2 + 2 son 5; las contradicciones que suscita el eufemismo, como hemos comprobado en el ejemplo del articulo de Pérez-Soba, reflejan que, sin duda, la preparación eufemística de A.L. tuvo éxito: el sistema eufemístico ha producido la creencia de que A.L. supone un enorme novedad, pero no cambia nada.

Sin embargo, A.L., subordina la doctrina a la pastoral, ha sido interpretada rupturistamente por obispos y conferencias episcopales, que han pasado a permitir el acceso a la comunión de los divorciados en nueva unión, sí que trata fundamentalmente (en su cap. 8º) sobre este tema, pero interpretado como situación de exclusión. 

Tras leer artículos como el mencionado, que proceden precisamente de teólogos de buena doctrina, no podemos sino confirmar que el eufemismo recontextualizar la doctrina, heridad/fragilidad, cumple su función perfectamente: hace desaparecer el contenido, anula la lectura natural, oculta la tesis, que es presentada sólo transversalmente. Cambia la sustancia, pero sin que parezca que la cambia. Permite excepciones a los actos intrínsecamente malos, pero sin que parezca que lo permite, sino todo lo contrario; analiza la posibilidad de acceso a la comunión de los fieles en estado de adulterio público y pemanente, pero sin que parezca que lo hace.

Y es que, en verdad, explícitamente, sólo habla de fragilidad, de amor herido, de marginados eclesiales. Pero este es el meollo de la cuestión: que aunque parezca que no lo hace, sí que se están poniendo indirecta y transversalmente las basas para un cambio sustancial, que afecta al principio católico. Una vez incorporado este cambio a la praxis institucional, como está sucediendo de forma alarmante, la crisis está servida.

IV.- SUBSTITUCIÓN DEL “ESTADO DE PECADO” POR EL DE “SITUACIÓN DE FRAGILIDAD”

Según el principio católico, morir en estado de pecado supone autoexclusión voluntaria del plan salvifico, rechazo de la gracia santificante y actual, y por tanto es castigado justamente con la eterna condenación.

Es inevitable creer que este principio es negado, por alusión directa o indirecta, por el punto 296:

«El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita»[326]. Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»[327].

—Es un parágrafo importante, porque presenta, frente al tradicional estado de pecado, un nuevo estado: la situación de fragilidad (o de víctima herida). Se propone pues acompañar, discernir e integrar un nuevo modelo adulterio, aquel en que los implicados son víctimas heridas por una situación de fragilidad inculpable.

Este parágrafo es una de las claves eufemísticas más potentes: la iglesia no condena para siempre, no hay estado de pecado sino de fragilidad. Esta inversión es presentada de forma autoritativa:

«La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante.»

Y se pretende fundamentar en la doctrina de SantoTomás:

«Ya santo Tomás de Aquino reconocía que alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no poder ejercitar bien alguna de las virtudes[341], de manera que aunque posea todas las virtudes morales infusas, no manifiesta con claridad la existencia de alguna de ellas, porque el obrar exterior de esa virtud está dificultado: «Se dice que algunos santos no tienen algunas virtudes, en cuanto experimentan dificultad en sus actos, aunque tengan los hábitos de todas las virtudes»[342].

El P. José María Iraburu, en un incisivo post publicado en Infocatólica el día 8 de abril de 2016: (371) Amoris lætitia–1. (301): discernir atenuantes y doctrina de Santo Tomás, demuestra con meridiana claridad que el pensamiento del Aquinate ha sido malinterpretado y malentendido para dar a entender que es posible eximir de culpabilidad a los adúlteros insinuando que éstos no pueden salir de su estado de pecado, y por tanto no es tal, sino una situación de fragilidad compatible con la gracia santificante. Como concluye el P. Iraburu:

«Invocar la enseñanza de Santo Tomás sobre las virtudes eventualmente no-operativas, con el fin de atenuar o eximir de culpa a las parejas «irregulares» que no logran salir de su situación objetivamente pecaminosa –adúlteros crónicos, uniones homosexuales, etc.– es un error. La doctrina de Santo Tomás, que es la católica, exime de culpa a quien no puede ejercitar cierta virtud en las obras buenas que son su objeto propio, debido a impedimentos externos a su voluntad. Pero el texto aducido en la Exhortación se refiere a situaciones «irregulares», en las que la persona se ejercita pertinazmente en obras malas –adulterio, unión homosexual, etc.–.»

A MODO DE CONCLUSIÓN

Fue propia del ambiente sinodal y postsinodal una generalizada inquietud acerca de un posible cambio de doctrina. Ante y tras la publicación de Amoris lӕtitia, la jerarquía de la Iglesia en general negaba que fuera a haber un cambio doctrinal, y que era posible una lectura continuista, lo cual supuso para muchos cierto respiro.

Pero no un respiro completo, sino con inquietud, porque sí se hablaba, con eufemismos, de recontextualización, novedad, desafío novedoso, nuevo camino, abandonar seguridades, moral de escritorio, etc., a la par que se demonizaba a los defensores de la doctrina tradicional.

Con la publicación de la exhortación apostólica, a la par que el texto sembraba de confusión la mente católica, gran parte de los pastores volvían a incidir en la necesidad de leer el texto a la luz de la doctrina tradicional, y se negaban a aceptar la existencia de cambios doctrinales, encubiertos por eufemismos. Insistían en que era sólo un nuevo camino pastoral, un nuevo camino de misericordia eclesial.

Pero, al mismo tiempo, conferencias episcopales y obispos de todo el mundo interpretaban de forma rupturista el texto, e impugnaban la disciplina de la Iglesia anunciando que se iba a dar la comunión a los divorciados en nueva unión, mientras otros obispos hacían y decían lo contrario. La tesis central del capítulo 8º, esto es: la posibilidad de acceso a la comunión de los divorciados en nuevo unión, ha pasado a convertirse en praxis institucional, pese a haber sido enunciada en modo transversal e indirecto. Su falta de explicitación, por tanto, no ha impedido su aplicación.

La crisis, por todo ello, es manifiesta y se ha consumado.

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