Fátima, 8: Rezad mucho, rezad el Rosario (por José María Iraburu)

Tiépolo, +1770 - Virgen del Rosario

¿Y tal como está el patio, qué remedio propone usted?

Muchos remedios son necesarios; pero uno de los principales –al menos así lo ve la Virgen– es el rezo del Rosario.

 

–La Virgen de Fátima llama a la oración y a los sacrificios

De los sacrificios ya  traté en el artículo (441) Expiación por los sacrificios. Veamos ahora la conversión por la oración.

La Virgen exhorta a la oración en las seis apariciones, y especialmente al Rosario. Por el pecado los hombres se alejan y separan de Dios. Por la oración se convierten a Él, vuelven al trato amistoso con el Salvador; buscan a Dios y lo hallan; expían por sus culpas; le piden perdón y gracia al Señor de la Misericordia, y son atendidas sus peticiones.

La Virgen María, en las seis apariciones de Fátima, ruega a los tres niños, y a través de ellos a toda la Iglesia, que «supliquen por la conversión de los pecadores»… «Rezad el Rosario todos los días» (1ª aparición). «Quiero que recéis el Rosario todos los días» (2ª). «Quiero que continuéis rezando el Rosario todos los días» (3ª). «Rezad, rezad mucho, y haced sacrificios por los pecadores…» (4ª). «Continuad rezando el Rosario» (5ª). «Quiero que hagan aquí una capilla en mi honor. Yo soy la Señora del Rosario. Continuad rezando el Rosario todos los días» (6ª).

Celebrando el Centenario de las apariciones, ¿atenderemos esta llamada de la Virgen al rezo del Rosario, tan urgente, grave e insistente? ¿La difundiremos?

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El Rosario es la oración popular más venerable

Entre las oraciones populares, no litúrgicas,

1.–ninguna ha sido tan recomendada por la Virgen (Lourdes, Fátima).

2.–ninguna ha sido tan practicada por los santos… Santo Domingo, San Luis Mª Grignion de Montfort, San Pío de Pietrelcina: ««el rezo del rosario era su oración preferida: lo recitaba de continuo, misterio tras misterio, todo el tiempo disponible» (P. Leandro de Ocáriz, Pío de Pietrelcina, S. Pablo, Madrid 1999, 301).

3.–ninguna tiene una difusión tan grande entre los cristianos de la Iglesia latina, en el rezo privado, en familia, en parroquias y comunidades, en encuentros y peregrinaciones, en Reglas religiosas;

4.–ninguna ha sido tan recomendada por los Papas. Son muchos los documentos del Magisterio pontificio dedicados al elogio del Rosario. Destaco a León XIII, que le dedicó numerosos textos, especialmente la encíclica Supremi apostolatus officio (1884); San Juan XXIII, Il religioso convengo (1961); el beato Pablo VI, Marialis cultus (1974 = MC); San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae (2002 = RVM): «el Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad» (RVM 2).

«Algo tendrá el agua cuando la bendicen».

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Formación del Rosario (ss. XIII-XV)

En un manuscrito de 1501 se dice que «el Rosario tuvo su origen principal en la orden de San Benito, se fortaleció en la Cartuja, y tuvo su consumación y difusión en los Predicadores» [dominicos] (Dict. Spirit.: «rosaire», 1988, 941). El Psalterium beatae Mariae fue considerado, y a veces así llamado, al menos ya en 1234: ib). Ciento cincuenta son los Salmos y ciento cincuenta las Avemarías. Y tanto cada Salmo en la liturgia de las Horas, como cada uno de los misterios del Rosario, rezado en diez Avemarías, se consuman en la proclamación suprema del Gloria trinitario.

Desde el siglo XIII hasta hoy, gracias sobre todo a las innumerables Cofradías del Rosario, fomentadas especialmente por los dominicos, como en la vida diaria de fieles y de familias, de parroquias y comunidades, el Rosario se ha mantenido siempre vivo, y en no pocos lugares ha crecido su rezo.

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Oración vocal

La oración vocal, recitando fórmulas oracionales ya compuestas, es el modo de orar más humilde, más fácil de enseñar y de aprender, y el más practicado en el pueblo cristiano tradicional. Vale en todas las edades espirituales, y recitando el Padrenuestro, el Avemaría, los Salmos, el Credo y otras oraciones, litúrgicas o no, aprobadas por la Iglesia, tiene una gran fuerza catequética: «lex orandi, lex credendi». Cuando los Apóstoles pidieron al Maestro que les enseñara a orar, les enseñó el Padrenuestro, una oración vocal. Este modo de oración no debe hacerse, por supuesto, en forma mecánica, con la mente ausente. Su norma práctica, formulada ya desde antiguo, es muy simple: «que la mente concuerde con la voz» (Vat. II, SC 90).

Oración contemplativa

Motivo principal para recomendar el Rosario «es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano… El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana» (RVM 5). Todos los misterios fundamentales de la fe cristiana son evocados desde el anuncio de le Encarnación del Verbo hasta la institución de la Eucaristía.

Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia especialmente en el camino de la oración, escribe en contra de pseudomísticos [y de ilustrados progres actuales]: «No penséis que se saca poca ganancia de rezar vocalmente con perfección. Os digo que es muy posible que estando rezando el Padrenuestro os ponga el Señor en contemplación perfecta, o rezando otra oración vocal» (Camino perfección 25,1).

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Contemplamos a Cristo con María

«Contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (Sal 33,6). En el Rosario contemplamos uno a uno los misterios principales del Salvador a través de los ojos de María, rezando a ella y con ella. Como dice el papa Juan Pablo II,

«La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre” (Lc 2, 7)» (RVM 10). La Virgen María vive todo lo que Cristo vive en su vida pública, tanto cuando lo aclaman como cuando lo insultan y persiguen. Está contemplando a Jesús clavado en la cruz, y su mirada «en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14)» (ib.).

María, absorta en Jesús por el amor, «vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada uno de de sus palabras: “guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”  (Lc 2, 19; cf. 2, 51)… María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María» (ib.11).

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El Rosario nos centra en lo central 104 veces al año

¿Es posible que un cristiano no recuerde en todo el año, por ejemplo, los azotes que Cristo sufrió atado a la columna, y que sólo los recuerde el Viernes Santo? No solamente es posible; es probable que, en no pocos cristianos, esto sea lo más frecuente. ¿Y no es algo lamentabilísimo?… Es una vergüenza.

Pues bien, si rezamos el Rosario cada día, rezando los misterios dolorosos los martes y viernes de todas las semanas, contemplaremos cada año con María 104 veces a Jesús, azotado por nuestros pecados (dos días durante cada una de las 52 semanas del año).  Un recuerdo orante con María de los azotes sufridos por Cristo para nuestra redención: un misterio, unos cinco minutos. Esto es una gran cosa, y  por supuesto sucede con todos los 20 misterios que alternativamente vamos rezando al paso de semanas y meses. El Rosario mantiene vivos durante todo el año los momentos fundamentales de la vida de Cristo y de María.

El papa San Pío V en la bula pontificia Consueverunt Romani Pontifices (17-IX-1569) ordenó las normas fundamentales que daban y siguen dando forma universal al Rosario, devoción mariana que, iniciada en los siglos XIII-XV sobre todo en la zona reno-flamenca, se había desarrollado grandemente por toda la cristiandad, especialmente difundida por la Orden de Predicadores.

San Pío V, que era dominico, dice en la Bula: «Y así Domingo veía esa sencilla manera de orar y suplicar a Dios, accesible a todos y piadosamente, que se llama Rosario, o Salterio de la Santísima Virgen María, en el que la misma Santísima Virgen es venerada por el saludo angélico repetido Ciento cincuenta veces [Avemarías, rezadas en tres secciones, misterios gozosos, dolorosos y gloriosos], es decir, según el número del Salterio de David, y por la Oración del Señor [Padrenuestro] con cada década. Interpuestas con estas oraciones son ciertas meditaciones [misterios]que muestran toda la vida de Nuestro Señor Jesucristo, completando así el método de oración ideado por los Padres de la Santa Iglesia Romana». En el mismo documento se confirman los indultos e indulgencias concedidas por sus predecesores a quienes rezan el Rosario. 

El papa Juan Pablo II añadió en 2002 los misterios luminosos, que actualizan la memoria del Bautismo de Jesús, Caná, la predicación del Evangelio y la conversión de los pecadores, la Transfiguración y la Eucaristía (RVM 21).

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El inicio del Rosario puede ser el «Dios mío, ven en mi auxilio» acostumbrado al principio de las Horas litúrgicas. También puede incluirse la recitación del Credo, signarse o persignarse con la señal de la Cruz. O rezando una oración de contrición por el pecado.

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La enunciación del misterio «que vamos a contemplar» debe ser claramente formulada, y puede ser ampliada por una breve lectura evangélica en la que se recuerde el acontecimiento que va a ser actualizado en la oración con la Virgen.

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El Padrenuestro, la oración suprema de la Iglesia, inicia majestuosamente el rezo del misterio. Dos artículos de este blog comentan la oración dominical (277) y el (278).

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El Avemaría, 50 veces rezada en cada parte del Rosario completo, es sin duda desde los siglos XIII y XIV la principal de las oraciones a la Virgen María. En un principio se rezaba sólo la primera parte: Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum (la salutación angélica de Gabriel: Lc 1,28), benedicta tu in mulieribus et benedictus fructus ventris tui (el saludo excelso de Isabel, Lc 1,42, al recibir la visita de la Madre del Salvador del mundo). Pronto se añadió el nombre de Jesús, que viene a ser el centro del Avemaría.

Siendo éste un saludo solemne a la Santísima Madre de Jesús, esta oración era acompañada frecuentemente en le edad media por una inclinación, genuflexión o postración, asociando en la oración alma-cuerpo. Así lo vemos, por ejemplo, en cierta biografía de San Luis de Francia (+1270), escrita por uno de sus capellanes.

Pronto también se añadió la segunda parte, sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis, peccatoribus, nunc et in hora mortis nostri. Amen.

El Padrenuestro está formado por siete peticiones: las cuatro primeras dedicadas a la glorificación de Dios, y las otras tres a las necesidades de los hombres.

El Avemaria en cambio se inicia con siete alabanzas dirigidas a la Virgen con un amor que no se cansa de expresarse: Ave – gratia plena – Dominus tecum – benedicta tu – benedictus frutus –sancta – Mater Dei… Realmente el Rosario es un ramo de rosas de los hijos a la Madre, y cumple exactamente su profecía: «todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1,48).

–Y se termina en una sola petición, que tampoco se cansa de pedir repetidamente a la que es «omnipotente en la súplica»: Ora pro nobis. Ella ora por nosotros «ahora y en la hora de nuestra muerte», porque, al igual que su Hijo, junto al Padre y al Espíritu Santo, «vive siempre para interceder por nosotros» (Heb 7,25).

Desde el principio, «“la oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María” (Catecismo. 2679)… “No tienen vino” (Jn 2,3)» (RVM 16).

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El Gloria con el que termina la decena de Avemarías, lejos de ser una jaculatoria de transición sin mayor importancia, es la corona de todo el misterio rezado. El Padrenuestro inicial, las diez Avemarías, la contemplación y memoria del misterio, vienen a ser –valga la imagen– como un cohete que va ascendiendo y que finalmente explota en la formidable doxología trinitaria: Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto!

«La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana» (RVM  34). Como las decenas del Rosario, así terminan también las Plegarias aucaristicas: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos». Y así, con el Gloria, se termina también en la Liturgia de las Horas el rezo o el canto de cada salmo y cada cántico.

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Las letanías de Loreto son una maravilla, son ventanas abiertas al mundo glorioso de María. Son bíblicas,tradicionales, profundas, poéticas, originadas en el siglo XIII. Algunos hoy pretenden sustituirlas por otras letanías más «modernas», compuestas por su propia creatividad; pero generalmente no superan ni de lejos la verdad y belleza de las letanías lauretanas, tan asimiladas en la devoción universal católica.

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Al final del Rosario es santa tradición rezar por el Santo Padre y por el Obispo local, por los difuntos, así como por otras intenciones especiales. También es costumbre rezar o cantar la Salve, Regina. Y si un sacerdote o diácono ha presidido la oración, conviene que la termine con una bendición sacramental.

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El Rosario en familia

Muchas veces se reza solo, pero también en parroquias, comunidades y en la familia. Sobre esta última escribe el beato Pablo VI en su exhortación apostólica Marialis cultus:

52. «En continuidad de intención con nuestros Predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del Santo Rosario en familia. El Concilio Vaticano II ha puesto en claro cómo la familia, célula primera y vital de la sociedad «por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia» (AA, n. 11). La familia cristiana, por tanto, se presenta como una Iglesia doméstica (LG, n.11) […] si fallase este elemento [la oración en común] faltaría el carácter mismo de familia como Iglesia doméstica. Por eso debe esforzarse para instaurar en la vida familiar la oración en común.

53. «De acuerdo con las directrices conciliares, la Liturgia de las Horas incluye justamente el núcleo familiar entre los grupos a que se adapta mejor la celebración en común del Oficio divino: Conviene que la familia, en cuanto sagrario doméstico de la Iglesia, no sólo eleve preces comunes a Dios, sino también recite oportunamente algunas partes de la Liturgia de las Horas, con el fin de unirse más estrechamente a la Iglesia” (AA, n.27 [cf. Vaticano II, SC 100; Juan Pablo II, RVM ]). No debe quedar sin intentar nada para que esta clara indicación halle en las familias cristianas una creciente y gozosa aplicación.

54. «Después de la celebración de la Liturgia de las Horas –cumbre a la que puede llegar la oración doméstica–, no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida». 

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Valdés, +1725 - Lepanto

La Virgen María, defensa de la Iglesia

«La Iglesia ha visto siempre en esta oración [del Rosario] una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante», dice Juan Pablo II. «En momentos en que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro, y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación» (RVM 39). Se refiere el Papa a la batalla de Lepanto.

El Imperio otomano de los turcos dominaba en el siglo XVI en Tierra Santa, Constantinopla, Grecia, norte de África, etc, y su armada marina, la mayor del mundo, se había adueñado del Mediterráneo. La invasión de la Europa cristiana era inminente, aunque los reyes cristianos no se unían para impedirlo. El papa San Pío V, dominico, consiguió muy laboriosamente en 1971 la formación de una Liga Santa, poniendo a su cabeza al rey Felipe II de España, que confió la guía de la gran armada cristiana a su hermanastro Don Juan de Austria. El Papa pidió a toda la cristiandad que rezara a la Virgen María el santo Rosario, para que por su intercesión se lograra la victoria. Su petición fue oída, y concretamente los marinos de la Liga Santa rezaron el Rosario durante horas antes de entrar en combate el 7 de octubre de 1571. La batalla naval fue quizá la más grande de la historia, porque enfrentó unos cien mil hombres de cada parte. La victoria de la Liga Santa logró una victoria total, en la que 205 galeras otomanas fueron hundidas o capturadas. La amenaza de los turcos fue definitivamente eliminada.

La victoria cristiana fue atribuida desde el principio a la intercesión de la Virgen, solicitada en el Rosario. El Senado de Venecia escribió a las naciones cristianas participantes en el combate: «No fueron los generales, ni los batallones, ni las armas lo que nos trajo la victoria. Fue Nuestra Señora del Rosario». El papa Pío V estableció que cada 7 de octubre se celebrara la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias. Su sucesor Gregorio XIII en 1573 cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario.

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«Yo soy la Virgen del Rosario. Rezad mucho, rezad el Rosario»

Estas palabras, dichas por la Virgen de Fátima a los tres niños videntes, nos las vuelve a decir ahora con razón mucho mayor, cuando celebramos su Centenario, en momentos en que la Iglesia católica sufre amenazas externas y también internas que son sin duda mayores que las del tiempo de Lepanto.

Recemos el Rosario a la Virgen, y que Ella muestre hoy una vez más que es Reina de todo lo creado

«Dijo Dios a la serpiente: pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia: ella te aplastará la cabeza, cuando tú la hieras en el talón» (Gen 3,14-15). «Eres bella, amada mía, fascinante como Jerusalén, imponente como un ejército en orden de batalla» (Cant 6,3).

José María Iraburu, sacerdote

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