Dios en Cristo ofrece la salvación a todos, sin excepción

COMENTARIO A LA LITURGIA DOMINICAL

Domingo XX
Ciclo A
Antonio Rivero, L.C

Textos: Is 56, 1.6-7; Rm 11, 13-15.29-32; Mt 15, 21-28

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el centro de Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México), y colaborador en el apostolado de Logos.

Idea principal: Dios en Cristo ofrece la salvación a todos, sin excepción.

Resumen del mensaje: ¿Cómo debemos comportarnos con aquellos que no son cristianos, que son distintos a nosotros, de otro credo, de otra religión, de otros puntos de vista políticos o sociales? ¿También se salvarán? La Palabra de Dios de este domingo arroja luz a este problema que se puede dar en nuestra vida: ¡fuera el racismo y el nacionalismo excluyente en nuestra vida! El racismo no sólo de raza, sino también de color, de cultura, de religión, de profesión, de opinión. Dios ha venido a salvar a todos en Cristo Jesús (segunda lectura). La salvación no es un privilegio nacionalista de algunos que cumplen la ley fríamente o se creen mejores (primera lectura). Pero para recibir esta salvación, Cristo pide fe y humildad (evangelio), pues sólo Jesús salva a quien se abre a Él.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la primera lectura es clara: antes de Cristo sólo había judíos, el pueblo escogido por Dios, y paganos, el resto. La tentación de los primeros –los judíos- fue la de cerrarse en sí mismos y considerar a todos los demás como inmundos, pecadores y excluidos. Parecería que sólo ellos –los judíos- se salvarían. Pero ya Isaías hoy nos dejó una puerta abierta: los extranjeros pueden también adherirse al Señor y servirlo. ¿Condiciones? Si aceptan la Ley, pueden entrar y formar parte del pueblo de la Alianza, y Dios aceptará sus sacrificios y el templo de Dios será casa de oración para todos los pueblos. Pero, ¿es suficiente sólo esto?

En segundo lugar, ¿qué pasó a ese pueblo escogido por Dios cuando Cristo llegó? No se quisieron abrir a la sorpresa de Dios. Si antes estaban cerrados a los paganos, ahora se cierran al mismo Dios encarnado que ha venido para traer la salvación a todos, sin excepción, porque ellos esperaban otro tipo de mesías, político y grandioso. Para abrirnos a esta salvación, Cristo en el evangelio pide la fe. Por eso alabó a esa mujer pagana sirofenicia y le concedió el milagro de la curación de su hija. Pero Cristo la prueba para saber si realmente su fe es auténtica y humilde. Las palabras duras de Cristo en vez de desanimar a esa mujer, le hacen más firme su fe y su oración humilde: “me conformo con las migajas para mi hija”. No es la pertenencia al pueblo judío lo que salva, sino la fe en el Enviado de Dios. No es la raza, sino la disposición de cada uno ante la oferta de Dios. Cristo hoy alaba a esta buena mujer, que no es judía. Mientras que muchas veces tiene que criticar la poca fe de los “oficialmente buenos”, los del pueblo elegido, y también nosotros. Cristo tuvo que corregir muchas veces ese “racismo” que se basaba en que ellos eran “hijos de Abrahán”. Y les pedía que fueran seguidores de Abrahán, no tanto por la herencia racial, sino por la fe. 

Finalmente, ¿a qué nos llama Cristo hoy en este domingo? ¡Fuera racismo, prejuicios, discriminación, mentalidad elitista y exclusiva! Todos solemos tener problemas anímicos y de piel a la hora de incluir en nuestra esfera de convivencia a gentes de otra cultura o religión o edad, o a los de ideología política distinta. La primera reacción, ante estas personas, es la desconfianza, y las discriminamos fácilmente. La Iglesia católica nos pide un diálogo interreligioso basado en el respeto y comprensión para superar los prejuicios. La Iglesia nos pide, como dijo el Papa Francisco en su viaje a Tierra Santa, el ecumenismo de sangre, porque por las venas de cuantos creemos en Cristo -ortodoxos, católicos, anglicanos, luteranos- corre la sangre del Redentor. No es que todas las religiones sean iguales. Pero toda persona puede ser fiel a Dios según la conciencia en la que ha sido formada, y puede darnos ejemplos más hermosos como el de la fe que Jesús alabó en la mujer cananea. No miremos a los forasteros con suspicacia, ni a los jóvenes con impaciencia, ni a los adultos con indiferencia, ni a los pobres con disgusto, ni al tercer mundo con desinterés, ni a los alejados de la fe con autosuficiencia, ni a los de otra lengua o cultura con recelo disimulado. Cristo, si tiene alguna preferencia, es para con los débiles y marginados.

Para reflexionar: ¿Ya he leído del Concilio Vaticano II los siguientes documentos: Unitatis Redintegratio, sobre el ecumenismo, y Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas? ¿Tengo caridad cristiana y amplitud de miras en las relaciones con todas las personas, a la vez que doy testimonio de fidelidad a mis convicciones católicas? ¿Cómo trato a los forasteros, a los inmigrantes, a los desconocidos, a los turistas?

Para rezar: recemos con el salmo 69 (68)

Dios mío,
¡sálvame, pues siento que me ahogo!
¡Siento que me hundo en el barro
y no tengo dónde apoyarme!
¡Me encuentro en aguas profundas,
luchando contra la corriente!
Cansado estoy de pedir ayuda;
tengo reseca la garganta.
Ya los ojos se me cierran,
y tú no vienes a ayudarme.

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

 

 

 

 

3:20:00 a.m.

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