La Iglesia Católica en Alemania es rica pero dramáticamente decadente

(Catholic Herald/InfoCatólica) Hay una paradoja en el corazón del catolicismo alemán hoy en día. Por un lado, las cifras oficiales muestran una continua disminución en términos de pertenencia a la Iglesia, asistencia a la misa dominical y participación en los sacramentos. Por otra parte, la Iglesia alemana es enormemente rica y continua ejerciendo una influencia significativa tanto en el país como en el extranjero, especialmente en el Vaticano.

La combinación entre la disminución en la influencia espiritual con una influencia financiera importante no parece saludable: no es de extrañar que un obispo, Rudolf Voderholzer, ha pedido una nueva «reforma» pero de un tipo muy diferente a la de Lutero de hace 500 años.

Un cuadro catastrófico

Las últimas cifras de la Conferencia Episcopal Alemana (DBK) pintan un cuadro catastrófico. Más de 160.000 católicos abandonaron la Iglesia Católica en 2016, mientras que solo hubo un total de 2.574 nuevas conversiones (la mayoría de ellos procedentes del luteranismo). El número total de sacerdotes en Alemania en 2016 fue 13.856, lo cual representó una caída de más de 200 respecto al año anterior. Los matrimonios, confirmaciones y otros sacramentos también están en declive. El sacramento de la Confesión, del cual el DBK no proporciona cifras, ha desaparecido a todos los efectos de muchas, si no la mayoría, de las parroquias.

Estas últimas cifras son solo el último ejemplo de una tendencia contínua a largo plazo. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, el número de católicos alemanes que asistían a la iglesia el domingo era bastante estable, y oscilaba entre 11,5 y 11,7 millones al año. Luego, a partir de 1965, la asistencia repentinamente comenzó a descender: de 10,2 millones en 1970 a 7,8 millones en 1980, hasta 4,4 millones en 2000. Para el 2015, solo 2,5 millones de católicos asistían a la iglesia el domingo. Mientras tanto, el número total de católicos se sitúa en 23,8 millones - apenas menos de un tercio de la población total. Por lo tanto, no es de extrañar que el año pasado solo uno de cada diez católicos alemanes adorara a Dios el domingo asistiendo a la Santa Misa (y esa cifra es un tercio inferior a la del año 2000).

Hay un alto nivel de diversidad regional a través de Alemania, dando lugar a grandes diferencias en el número de asistentes a los servicios religiosos, dependiendo de donde se viva. La asistencia es más baja en las regiones históricamente católicas a lo largo del Rin, con las diócesis de Aquisgrán y de Speyer registrando un índice de solamente el 7.8 por ciento de católicos que van a la misa el domingo.

Las tasas más altas de asistencia se pueden encontrar entre las pequeñas comunidades de la diáspora en el sector oriental anteriormente comunista, en lugares como Sajonia o Turingia. En este caso, las tasas de asistencia se acercan al 20%. Le sigue de cerca algunas partes de Baviera, hogar del Papa Emérito Benedicto XVI, donde una larga historia de identidad católica continúa mostrando signos de vida, creciendo, a veces de manera desordenada, en una zona famosa por sus iglesias barrocas. Estas hermosas estructuras, evidencia de la Contrarreforma, siguen estando de pie gracias al apoyo de la Iglesia; aunque carezca de la exuberancia, la confianza y la Lebensfreude (alegría) de los tiempos de la Reforma Católica.

Dinero en abundancia

La razón por la cual estas iglesias y muchos otros edificios, desde Baviera al Mar del Norte, continúan siendo generosamente mantenidos, aunque cada vez menos personas los frecuentan, es la misma razón por la que las diócesis tienen miles de empleados y por qué la Iglesia es una de los mayores empleadores del país: es porque la Iglesia se lo puede permitir.

Según lo prescrito por el sistema tributario de la Iglesia, los católicos pagan un monto igual a un ocho o nueve por ciento adicional - dependiendo del estado en que viven - de su impuesto sobre la renta. De esta fuente, la Iglesia recibió la cifra récord de más de 6.000 millones de euros en 2016. Gracias a la dinámica economía alemana, a pesar de la salida de los miles de católicos cada año, todavía no ha afectado las arcas eclesiales. Es más, muchas actividades de la Iglesia están financiadas total o parcialmente por el Estado, incluyendo instituciones educativas e incluso los salarios de la mayoría de los obispos. Estos suelen cobrar un ingreso mensual de más de £ 9.000.

En todas las diócesis proliferan una plétora de empleos y roles, desde las comisiones artísticas diocesanas que forman museos y exposiciones hasta ingenieros ambientales que asesoran a expertos ecológicos sobre cómo hacer sostenibles las dependencias parroquiales. De hecho, la Iglesia Católica, junto con la Iglesia Evangélica Luterana (EKD), es el segundo empleador más grande del país, justo detrás del sector público. Desde los jardines de infancia a las escuelas, desde hospitales a hogares de jubilación, desde los comedores sociales hasta los diversos servicios de Caritas, la Iglesia está implicada en la vida alemana en cada etapa y en cada área.

También dirige una gran red de organizaciones benéficas que aportan ayuda y asistencia por cientos de millones de euros en el extranjero. En 2015, los proyectos en África, Asia, América Latina y Europa del Este recibieron más de 451 millones de euros de financiación de organizaciones de ayuda católicas alemanas.

Con tanta influencia y dinero a la mano, uno podría esperar que los obispos usaran esta ingente cantidad de riquezas para difundir el Evangelio y evangelizar una sociedad cada vez más secular.

Y sin embargo, esto es lo único que parece eludir a la Iglesia Católica en Alemania: su principal finalidad que es la de difundir el Evangelio y velar por las ovejas, ayudando a un rebaño cada vez mayor a conocer, amar y servir a Dios.

«La fe se ha evaporado», me dijo el cardenal Friedrich Wetter en 2014. Wetter, un clérigo profundamente espiritual, fue arzobispo de Munich y Freising desde 1982 a 2007. Le sucedió el cardenal Joseph Ratzinger en este puesto quien a su vez fue el predecesor del cardenal Reinhard Marx. Habíamos pasado la última hora principalmente hablando de Edith Stein, un santo que admira mucho. Cuando le pregunté por qué pensaba que había ocurrido esta «evaporación» de la fe, se encogió de hombros.

Soluciones planteadas

Cuando se discute sobre la realidad actual de la Iglesia Católica alemana, empobrecida espiritualmente y en decadencia, pero rica en medios materiales, se suelen presentar dos sugerencias.

Algunos proponen que el impuesto de la Iglesia sea abolido. Parecen asumir que si el dinero no resuelve el problema, entonces la ausencia de él lo hará. (Aunque hay algo de mérito en la idea, rara vez se toma en serio). La otra respuesta es un llamamiento para más heterodoxia.

El obispo Voderholzer, de la diócesis de Ratisbona, ha señalado recientemente lo «notable» de estas sugerencias. En un sermón que recibió una atención generalizada, el obispo bávaro dijo: «Una y otra vez nos pretenden vender la idea de que existe una solución universal para revertir estas tendencias y mantener la relevancia social. Se nos dice que debemos - cito – “abrirnos más y desechar los dogmas conservadores”. También se nos dice que esto implica abolir el celibato sacerdotal, la abnegación de las diferentes responsabilidades y vocaciones de las mujeres y los hombres en la Iglesia, así como la admisión de las mujeres al ministerio sacerdotal».

Una propuesta diferente

En lugar de sumergirse en estas propuestas trilladas y caducas, Voderholzer propuso algo completamente diferente. En el aniversario de un cisma que comúnmente es mal llamado «Reforma». El obispo planteó a su rebaño lo que para él es el único camino a seguir para la Iglesia alemana:

«El primer y principal paso en este camino es la lucha diaria por la santidad, la escucha de la Palabra de Dios y el estar preparado para iniciar la reforma de la Iglesia empezando por uno mismo. Porque eso es lo que significa reforma: renovación desde dentro de la fe, restauración de la imagen de Cristo, que se imprime en nosotros en el bautismo y la confirmación. Donde esto nos sea concedido, por la gracia de Dios, donde esto suceda, también haremos que la gente de nuestro tiempo vuelva a tener curiosidad por la fe que llevamos. Y entonces también podremos dar testimonio de la esperanza que albergamos».

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