Los pacientes sanos y los religiosos locos

Un dibujo de Goya llamado “Loco africano” nos presenta un ser humano entero, con el rostro y el cuerpo iluminado. Situado dentro de la celda, dentro de la perspectiva del “loco”, Goya ve la realidad del resto de los seres humanos dispuesta al otro lado de las rejas. En esa realidad de los “normales”, el pintor ubica un ser anónimo, sin rostro. Es como si Goya nos dijera que los “sanos” no tienen rostro, sino que se comportan como seres oscuros y sombríos. En cambio, el “loco” es un ser pacífico, circundado por una misteriosa luz que sale de su persona. Paradójicamente, aquel al que consideramos “loco” y enjaulado es el que en realidad está libre, y el “sano” queda enrejado.

Lejos de ser una ironía, hay que contemplar el cuadro de Goya como algo que tiene que ver con la complejidad de la existencia del ser humano. Tres religiosos belgas, pertenecientes a la orden de los Hermanos de la Caridad (una congregación hospitalaria propietaria de 15 hospitales psiquiátricos en Bélgica), han sido amenazados de expulsión de la Iglesia si permiten que se practique en sus centros la eutanasia.  Los tres religiosos que dirigen los hospitales, donde en marzo pasado se cambió el reglamento para incluir la eutanasia, deben poner por escrito de aquí a fin de mes que se retractan de su actuación. En caso contrario quedarán fuera de la Iglesia.

El pasado mes de abril, el superior de los Hermanos de la Caridad en Bélgica, Raf De Rycke, con un cinismo inmenso explicó que “no se trata de un giro de 180 grados”, sino que sólo era cuestión de ofrecer, previa solicitud, “criterios complementarios”, es decir, que la eutanasia podría ya aplicarse a los enfermos que la requieren en los hospitales psiquiátricos que gestionan en Bélgica.

Según explicó De Rycke, en estos casos hay tres valores en juego: el respeto a la vida, la autonomía del paciente, y la relación con sus cuidadores. Es posible que el religioso  hiciera alusión a los “Principios de Ética Médica Europea”, cuyo artículo 12 reza así: “La medicina implica en cualquier circunstancia el respeto constante de la vida, de la autonomía moral y de la elección por parte del paciente”.

La equivalencia entre los tres valores no puede ser admitida, como parece ser su propuesta. La autonomía moral y la elección del paciente deben respetarse, pero es también obligado que el paciente respete su propia vida y que respete la autonomía moral del médico. Lejos de cualquier equivalencia, en la relación de libertad-responsabilidad entre el paciente y el médico la autonomía moral y la elección por parte del paciente deberán subordinarse al respeto constante de la vida: “todo acto médico encaminado a provocar deliberadamente la muerte de un paciente es contrario a la ética médica”.

Desde Roma, el Superior General de los Hermanos de la Caridad, el también belga René Stockman, “deplora” esta nueva visión de su colega. “Para nosotros, la inviolabilidad del derecho a la vida es absoluta” y no debe situarse a la misma altura que los criterios de autonomía del paciente o los deseos de sus cuidadores. René Stockman, explicaba, después de rechazar la práctica eutanásica, que la secularización “está envenenando a la congregación en Bélgica”.

Aquí reside quizá la clave: la eutanasia penetra primero en el espíritu y, luego, en la sociedad y el derecho. La mentalidad secularizada revela su incapacidad para dar sentido al dolor y a la muerte, reprimiéndola como criterio de verdad de la existencia o anticipándola para escapar de situarse frente a ella. A semejante proceso de hybris, de pretensión de autonomía omnímoda, se unirá la carga “desvalorizadora” del dolor y del sufrimiento de nuestra cultura hedonista. La pérdida del sentido trascendente de la persona humana propiciará una falta de reconocimiento del valor inviolable de la vida, proponiendo su eliminación como un bien en determinadas circunstancias.

Sólo asumiendo una visión relativista y desacralizadora de la vida del hombre, una sustancialización de lo colectivo y una pérdida del respeto a la primacía de la persona sobre la sociedad, así como el rechazo a que la autoridad respete la vida inocente y más débil, puede comprenderse el desafío de los religiosos, más próximos a criterios contractualistas y utilitaristas en su modo de comprender la relación médico-paciente que a la doctrina de la Iglesia.

La mirada benévola de Goya respecto al “loco” contrasta con la mirada desquiciada de estos religiosos “sanos” sobre los pacientes “locos”. Los religiosos “sanos” parecen trastornados mientras que el “anormal” de Goya parece sano. Más de cinco mil cuerdos en los hospitales de los Hermanos de la Caridad en Bélgica cuyo destino está en manos de tres religiosos inmorales y locos es un episodio grotesco, un despropósito inconmensurable, un precio muy alto que la Iglesia no está dispuesta a pagar.

 

Roberto Esteban Duque, sacerdote

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