Ángelus: La verdadera religión es “practicar la caridad hacia los demás”

(ZENIT – 3 sept. 2018).- La verdadera religión es “visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (v. 27), el Papa recordó en el rezo del Ángelus las palabras del Evangelio del domingo, 2 de septiembre de 2018.

El Santo Padre Francisco se asomó a mediodía a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro para la habitual cita dominical.

Así, el Pontífice explicó que “visitar a los huérfanos y a las viudas” significa “practicar la caridad hacia los demás”, comenzando por los más necesitados, los más frágiles, los más marginales. “Son las personas de las que Dios cuida de una forma especial y nos pide que hagamos lo mismo”, aclaró Francisco.

“No dejarse contaminar por este mundo” no significa “aislarse y cerrarse a la realidad” –matizó el Obispo de Roma–. “Significa vigilar para que nuestra forma de pensar y actuar no esté contaminada por la mentalidad mundana, es decir, por la vanidad, la avaricia, la soberbia”.

Estas son las palabras del Santo Padre al presentar la oración mariana del Ángelus, publicadas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Este domingo reanudamos la lectura del Evangelio de Marcos. En el pasaje de hoy (Mc 7,1-8.14-15.21-23), Jesús aborda un tema importante para todos nosotros, los creyentes, la autenticidad de nuestra obediencia a la Palabra de Dios, contra toda contaminación mundana o formalismo legalista. La historia comienza con la objeción que los escribas y los fariseos plantean a Jesús, acusando a sus discípulos de no seguir los preceptos rituales según las tradiciones. De esta manera, los interlocutores intentan socavar la confiabilidad y la autoridad de Jesús como Maestro porque decían: “Pero este maestro deja que los discípulos no cumplan los preceptos de la tradición”. Pero Jesús replica con fuerza y replica diciendo: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:’ Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de los hombres “» (versículos 6-7). Así dice Jesús. ¡Palabras claras y fuertes! Hipócrita es, por así decirlo, uno de los adjetivos más fuertes que usa Jesús en el Evangelio y la pronuncia dirigiéndose a los maestros de la religión: doctores de la ley, escribas… “Hipócrita”, dice Jesús.

De hecho, Jesús quiere sacudir a los escribas y los fariseos del error en el que han caído, y ¿cuál es este error? El de alterar la voluntad de Dios, descuidando sus mandamientos para observar las tradiciones humanas. La reacción de Jesús es severa porque está en juego algo muy grande: se trata de la verdad de la relación entre el hombre y Dios, de la autenticidad de la vida religiosa. El hipócrita es un mentiroso, no es auténtico.

También hoy el Señor nos invita a huir del peligro de dar más importancia a la forma que a la sustancia. Se nos llama a reconocer, una y otra vez, lo que es el verdadero centro de la experiencia de la fe, es decir, el amor de Dios y el amor al prójimo, purificándola de la hipocresía del legalismo y el ritualismo.

El mensaje del Evangelio de hoy está reforzado por la voz apóstol Santiago que nos dice, en síntesis, cómo debe ser la verdadera religión, y dice así: La verdadera religión es “visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (v. 27).

“Visitar a los huérfanos y a las viudas” significa practicar la caridad hacia los demás, comenzando por los más necesitados, los más frágiles, los más marginales. Son las personas de las que Dios cuida de una forma especial  y nos pide que hagamos lo mismo.

“No dejarse contaminar por este mundo” no significa aislarse y cerrarse a la realidad. No. Tampoco aquí se trata de una actitud exterior, sino interior, de sustancia: significa vigilar para que nuestra forma de pensar y actuar no esté contaminada por la mentalidad mundana, es decir, por la vanidad, la avaricia, la soberbia. En realidad, un hombre o una mujer que vive en la vanidad, en la avaricia, en la soberbia y al mismo tiempo cree y se muestra como religioso e llega incluso a condenar a los demás, es un hipócrita.

Hagamos un examen de conciencia para ver cómo recibimos la Palabra de Dios. El domingo la escuchamos en la Misa. Si la escuchamos de forma distraída o superficial, no nos servirá de mucho. En cambio, debemos recibir la Palabra con la mente y el corazón abiertos, como un buen terreno, para que sea asimilada y dé frutos en la vida concreta. Jesús dice que la Palabra de Dios es como el trigo, es una semilla que debe crecer en las obras concretas. Así, la Palabra misma purifica nuestro corazón y nuestras acciones y nuestra relación con Dios y con los demás se libera de la hipocresía.

Que el ejemplo y la intercesión de la Virgen María nos ayudan a honrar siempre al Señor con el  corazón, dando testimonio de nuestro amor por Él en las decisiones concretas para el bien de nuestros hermanos.

© Librería Editorial Vaticano

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6:12:00 a.m.

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