“Pederastia y celibato” por Mons. Felipe Arizmendi

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

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No ha faltado quien afirme que los casos de pederastia clerical se deben al celibato que decidimos asumir los sacerdotes y obispos. Con esto dan a entender que ser célibes nos hace inclinarnos a abusar de menores. Nada más ajeno a la verdad. La pederastia sucede mucho más en la familia, por parte de papás hacia sus hijos e hijas. Son muchísimos más los profesores, casi todos casados, que caen en estos crímenes abominables. Hay también algunos casos de pastores protestantes casados que fallan en esto, y no por ser casados están exentos de estos errores graves. Lo que pasa es que ellos casi no son noticia, y los medios de comunicación no los resaltan. Mucha gente ni se entera y se queda con la impresión de que esto sucede sólo en nuestra Iglesia, que es la que más está luchando por desterrar estas conductas criminales.

Doy testimonio de que la inmensa mayoría de los sacerdotes viven fielmente su celibato y no abusan de menores. El hecho de que algunos hayan cometido estas aberraciones, no autoriza a generalizar culpando a todos y al mismo celibato.

Yo soy muy feliz de ser y permanecer célibe, por una opción libre y personal, consciente y sostenida. Nadie me obligó a renunciar al matrimonio; lo hice porque he querido mantenerme libre para servir, donde me llamen y requieran mis servicios pastorales. No es por desprecio al matrimonio ni a la mujer, sino por una opción de totalidad por Cristo y por el pueblo. Acabo de cumplir 55 años como sacerdote y me siento feliz y muy fecundo en esta vocación. El celibato no me inclina a abusar de menores, sino que me da plenitud en mi opción de ser servidor de Dios y de la comunidad. Muchos no entienden esta consagración, como ya el mismo Jesús lo había advertido. Se imaginan que no se puede vivir sin prácticas genitales, hetero u homosexuales. El hecho de que ellos no lo vivan, no significa que no sea posible. Es posible y hermoso ser célibe, por amor al Reino de Dios, es decir, a Jesucristo y a la vida plena del pueblo, sobre todo de los pobres y de los que sufren.

PENSAR

El Papa San Juan Pablo II, en su exhortación postsinodal Pastores dabo vobis, dice al respecto:

“Entre los consejos evangélicos, estaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cf. Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7), para que se consagren sólo a Dios con un corazón que en la virginidad y el celibato se mantiene más fácilmente indiviso (cf. 1 Cor 7, 32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo.

Es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato. En cuanto ley, ella expresa la voluntad de la Iglesia, antes aún que la voluntad que el sujeto manifiesta con su disponibilidad. Pero esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo eny conCristo asu Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor.

Para una adecuada vida espiritual del sacerdote es preciso que el celibato sea considerado y vivido no como un elemento aislado o puramente negativo, sino como un aspecto de una orientación positiva, específica y característica del sacerdote: él, dejando padre y madre, sigue a Jesús, buen Pastor, en una comunión apostólica, al servicio del Pueblo de Dios. Por tanto, el celibato ha de ser acogido con libre y amorosa decisión, que debe ser continuamente renovada, como don inestimable de Dios, como estímulo de la caridad pastoral, como participación singular en la paternidad de Dios y en la fecundidad de la Iglesia, como testimonio ante el mundo del Reino escatológico” (No. 29).

ACTUAR

Expresemos cariño, gratitud y confianza hacia los sacerdotes que se mantienen fieles a su carisma celibatario. Son padres y hermanos que han consagrado toda su existencia al servicio de Dios y del pueblo. No desconfiemos sistemáticamente de todos, aunque tampoco hay que ser ingenuos. Si en alguno de ellos se advierten tendencias negativas, hay que ayudarle a superarlas; y si no se corrige, hay que denunciarlo ante las respectivas autoridades, no sin mediar antes la corrección fraterna que Jesús siempre ordena.

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5:38:00 a.m.

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