Así alivian los albergues católicos el sufrimiento de los migrantes en el sur de México



CIUDAD DE MÉXICO, 06 Ago. 18 (ACI Prensa).- En el intento de salir de la pobreza o escapar de la violencia, cientos de miles de migrantes cruzan la frontera sur de México cada año, exponiéndose a robos, violaciones e incluso la muerte. Los albergues católicos se convierten así en pequeños oasis para que retomen fuerzas en su camino al norte.

“Cada migrante trae una historia muy pesada, muy difícil”, explica a ACI Prensa el P. Fernando Cruz, del Centro de Orientación del Migrante de Oaxaca.

El sacerdote lamenta que los mexicanos “nos quejamos de cómo nos tratan en la frontera norte, pero no nos damos cuenta y no volteamos la cara hacia el sur, donde vemos desgraciadamente cómo se está marginando, explotando, robando, violando a los migrantes”.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que cada año alrededor de 450 mil personas cruzan la frontera sur para ingresar a México, en su camino hacia Estados Unidos.

Pero no hay camino seguro para el migrante ilegal.

El P. Cruz señala que los delincuentes que abundan en estas rutas “saben precisamente dónde pararlos, dónde robarles”.

Muchos migrantes, lamenta, llegan a su albergue “con una situación muy difícil. Porque a las mujeres ya las violaron no solamente una vez sino 3, 5 veces”. A otros “les han robado todo” el dinero que llevaban consigo.

Los migrantes centroamericanos, explica, huían antes solo de la pobreza. Pero ahora la violencia en sus países los impulsa a salir.

El P. Cruz asegura que en el Centro de Orientación del Migrante de Oaxaca, abierto en 2003, les brindan a quienes llegan alimento, ropa y medicina.

El sacerdote mexicano destaca también la importancia de la “cadena de albergues” católicos, que asisten a los migrantes a lo largo de México. Indicó que esta red “empieza en Tapachula, pasa por Arriaga, Ixtepec, Puebla, México, y así, hasta Tijuana”.

“Entonces los vamos canalizando a estos albergues, donde pueden llegar con mucha confianza y encuentran una casa y alimentos y una cama para descansar”.

Un estudio realizado por la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) en 2017 encontró que actualmente hay 75 casas de migrantes católicas repartidas a lo largo del país, entre albergues, comedores, dispensarios médicos, entre otros.

La hermana María Elizabeth Rangel, religiosa Hermana de San José de Lyon, atiende a los migrantes desde 1998. Primero en Nuevo Laredo, estado de Tamaulipas en la frontera norte de México; y desde 2010 en Tierra Blanca, estado de Veracruz, en el Albergue Decanal Guadalupano.

“Cada día es diferente”, asegura. “Cuando llegamos aquí, se inició en un albergue pequeño, justo frente a las vías del tren”.

“Los hermanos migrantes llegaban en un gran flujo. Nada más saltaban del tren y ya estaban frente al albergue”, pero hace cuatro años “la empresa Ferrosur puso un muro que ahora nos aleja un poco de las vías”.

El Albergue Decanal Guadalupano atiende de 7:00 a.m. a 7:00 p.m., indica, y asegura que “a veces llegamos a las 7 de la mañana y tenemos un flujo de 200 gentes afuera del albergue. Algunos días nos llegan dos o tres trenes. Otros tenemos uno o dos durante el día. O simplemente gente que viene caminando”.

“Según nos comentan y lo que nos toca constatar, a veces hay robos, picaduras de algún animal, alguna serpiente, pies deshechos por la caminata, heridas por la caída del tren”, dice. Pero hay otros que pierden la vida o algún miembro de su cuerpo.

La religiosa lamenta además los “testimonios dolorosos de hermanos y hermanas que tienen que dejar su familia con todo el dolor de su corazón, desarraigarse de una realidad conocida”, para perseguir el sueño americano.

Uno de estos es el testimonio de Julio Orlando, de 19 años, que salió de Trujillo (Honduras), con la esperanza de conseguir un trabajo en Estados Unidos que le permita a su madre comprar las medicinas que le hacen falta.

En el camino, al norte de Chiapas, en una localidad llamada Reforma, sufrió un violento ataque y el robo de casi todo lo que llevaba.

“Me golpearon muy fuerte”, recuerda. Había acampado en una pequeña casa abandonada, cuando “llegaron dos muchachos, uno andaba con un machete y el otro con un cuchillo”.

“Me dijeron que le diera todo, o sino iban a acabar con mi vida. Solo quedé en bóxer, en una camiseta y mis zapatos”, señala.

Otro migrante que encontró en el camino le dio ánimos para seguir, cuando él, entre lágrimas, pensaba rendirse.

“Él me dio fuerza y me dijo que no tenga miedo, que si Dios está con uno, esto puede ser lento pero seguro. La confianza la tengo en el Señor, de que Él me va a ayudar a poder lograrlo”, dice.

Jenny tiene 24 años y también dejó Honduras con rumbo a Estados Unidos.

“La mayoría de nosotros tomamos este camino por la economía, falta de empleo. Tomamos la decisión a ver qué encontramos”, dice.

A ella también le robaron en su camino, “me han sacado algunas cosas”. Pero se trató de “algo leve”, asegura.

Para Jenny la ayuda del albergue es muy especial. “No tenemos una queja de ellos, nos atienden súper bien a todos los que venimos”. Pero no hay vuelta atrás.

“Cada quien toma su decisión. A mí también me lo decían, pero lo quise experimentar. Es un sueño que uno busca y no se le puede quitar a otra persona. No es nada fácil, lo sabemos, pero no puedo ser egoísta y decirle a otra persona ‘no lo hagas”, señala.

Joel, de 28 años, salió de Patuca al este de Honduras porque “en nuestro país no se encuentra empleo y por los mareros (pandilleros)”.

Atrás deja a su pareja y a dos hijos. “Le dije a mi compañera, yo me voy a ir para los Estados Unidos y tú te quedas aquí. Y voy a buscar una lana (dinero) para mandarte a llevar con ‘coyote’ o no sé cómo, pero la tengo que sacar de alguna forma”.

Los coyotes son traficantes de personas que cobran hasta ocho mil dólares para ayudarlos a entrar ilegalmente en Estados Unidos.

A Joel le robaron 2.830 pesos (alrededor de 150 dólares) en Palenque, en el estado de Chiapas. También se llevaron su ropa “y varias cosas que traía”.

Pero no piensa en regresar. “Siempre voy hacia delante”, asegura.

Mientras, se permite tomar un breve descanso en el Albergue Decanal Guadalupano. “Nosotros buscamos los albergues porque nos atienden, nos dan comida, baño, nos orientan, nos dan todo para seguir adelante”, asegura.







10:31:00 p.m.

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